El maestro y filósofo Antonio Caso Andrade nació el 19 de diciembre de 1883 en la ciudad de México, en plena era porfiriana. Fue hijo del ingeniero de caminos Antonio Caso. Vivió en la colonia Santa María, donde llegó a formar una enorme biblioteca dada su pronta afición a la lectura.
Alguna vez escribió "Sangre de indio y sangre española es la mía. Pero soy un mexicano de pasiones serenas. Mi amor por la patria no me inspiró la profesión de político ni de soldado. Mi ideal fue el estudio, los libros, el arte, la filosofía".
Fue hermano mayor de Alfonso Caso, reconocido arqueólogo y como él, también rector de la UNAM.
Antonio Caso estudió en la Escuela Nacional Preparatoria y en la Nacional de Jurisprudencia, recibiéndose de abogado en 1908. Entre sus profesores estuvo Justo Sierra, del cual se le considera discípulo y continuador. La docencia fue una de sus más cercanas actividades, pues sostenía que la educación sería la impulsora del cambio social en México.
En 1907 impartió conferencias sobre geografía e historia en la Escuela Nacional de Artes y Oficios. Antes de recibirse de abogado, figuraba ya en la juventud intelectual que preparaba la renovación literaria e ideológica que vendría después, y que, fundara la revista Savia Moderna (1906), con los hermanos Max y Pedro Henríquez Ureña, entre otros.
Antonio Caso y un grupo de amigos, entre los que se contaban Alfonso Reyes, Pedro Henríquez Ureña, José Vasconcelos y Julio Torri, se reunían frecuentemente para tratar un amplio compendio de temas culturales, y a iniciativa de Antonio Caso le dieron forma con el nombre de El Ateneo de la Juventud. La trascendencia de ese movimiento cultural fue que representó una ruptura contra la filosofía del positivismo que reinó en México durante décadas del porfiriato, que en su vertiente elitista aducía que las sociedades siguen un camino progresista en la medida en que generan más riqueza y pone en un lugar secundario el justo reparto de esa riqueza. En contraposición, la nueva corriente, de la cual Antonio Caso fue partidario, mostraba una preocupación por el problema social y buscaba soluciones concretas para el problema de la pobreza.
Fue en 1910 el primer profesor de filosofía de la nueva Escuela de Altos Estudios (que se convertiría en la prestigiada Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional). Pronto ocupó también las cátedras de sociología y de lógica en la Escuela Nacional de Jurisprudencia y en la Escuela Nacional Preparatoria.
Vinieron años difíciles para la cultura en México pues todo el país estaba en armas, el grupo del Ateneo de la Juventud se había disuelto y los intelectuales salieron del país o se recluyeron en un silencio interior. El único héroe de las letras y las ideas que permaneció firme en su puesto y en la lucha por la educación fue Antonio Caso. Como heredero de Justo Sierra, defendió la educación con pasión en ardorosos discursos y escritos y en polémicas que captaron la atención de la nación. Los enemigos de la educación eran, en aquellos tiempos tempestuosos, los grupos y personajes revolucionarios que buscaron quitarle autonomía a la Universidad Nacional y demás instituciones y supeditarlas al arbitrio y capricho de dichos jefes. En 1911 había ya luchado contra los positivistas y en 1913 es encarcelado por el régimen de Victoriano Huerta. Se opone a la militarización de la Preparatoria repitiendo a los cuatro vientos "Haced de cada cuartel una escuela, no de la escuela un cuartel".
A partir de 1915, Antonio Caso es el único filósofo y erudito que sigue, imperturbable, enseñando, organizando, dirigiendo, encausando a las nuevas generaciones de jóvenes, que habrían de dirigir la reconstrucción de México. En esos días es cuando se convirtió en "el maestro Caso".
En los siguientes años prosiguieron los ataques contra la educación: en 1917 el ataque vino de los carrancistas, en 1923 vino del ministro de educación José Vasconcelos, y en 1934 vino del influyente líder sindicalista Vicente Lombardo Toledano. Y siempre fue el maestro Antonio Caso quien defendió, con celo y autoridad, el derecho de la Educación en México a ser libre.
Fue director de la Facultad de Filosofía y Letras y rector de la Universidad Nacional de México (que se convertiría en la UNAM) en varias ocasiones. Viajó como embajador especial al Perú en 1921, sustentó conferencias en Chile, Argentina, Uruguay y Brasil, y regresó para el centenario de la batalla de Ayacucho (1924).
Antonio Caso fue una figura continental. Sus sabias enseñanzas fueron escuchadas con veneración y aplaudidas con entusiasmo por los estudiantes de casi todas las capitales de América.
En diversas cátedras de la Universidad Nacional y del Colegio Nacional (del que fue uno de sus fundadores en 1924) enseñó a generación tras generación. Su talento oratorio y su vibrante temperamento, le permitían exponer, con impresionante vigor y fidelidad, las doctrinas del filósofo que en ese momento explicaba. Nunca un profesor en México se había consagrado totalmente al estudio de la filosofía ni, dentro de sus actividades, la cátedra había sido su expresión más personal y brillante.
El público del maestro Caso rebasaba con mucho el aforo y el ámbito estudiantil. Acudían damas de sociedad y la comunidad artística en pleno (Ramón López Velarde, Enrique González Martínez, etc.). Para fortuna nuestra contamos con testimonios de discípulos suyos que transcribían palabra por palabra, con minúscula letra, sus cátedras. En testimonio de la maestra Concha Álvarez:
Se hizo el silencio expectante. Empezó a hablar el maestro. El tema del día era Sócrates. Ante nuestros ojos asombrados resucitó Atenas… En ese ambiente situó a Sócrates.
"Recorría las calles de Atenas inquietando los espíritus de sus conciudadanos con preguntas capciosas: ¿Qué es el bien? ¿Qué es la virtud? ¿Es una ciencia? ¿Se puede enseñar?
Los atenienses se irritaban, sentíanse lastimados, confundidos. La ironía de Sócrates rompía la cáscara de su vida fácil, les preocupaba. Y Atenas empezó a odiar al terrible dialéctico".
Y así continuó la cátedra, hasta la muerte del filósofo, que describió según la célebre Apología de Platón:
"Sentí que mis lágrimas corrían en abundancia y me cubrí la cara con el manto para llorar sobre mí mismo. Pues no era la desgracia de Sócrates la que lloraba sino la mía, al pensar en el amigo que iba a perder".
Terminó la clase. Nadie se movió de su asiento. Un silencio recogido, emocionado, siguió a sus últimas palabras. Fue después, pasada un poco la emoción, que estalló el aplauso.
La obra filosófica del maestro Caso es muy rica en contenido y en diversidad de aspectos, con numerosos puntos de vista personalísimos de originalidad indiscutible. Se ha enfrentado con elegancia a diversas teorías deshaciendo muchos errores y logrando en ocasiones verdaderas conquistas que le aseguran un puesto independiente como pensador.
Sin duda, su obra más importante es "La existencia como economía, como desinterés y como caridad" (1916), en la que revela su faceta mística, de apóstol y pastor laico. El siguiente párrafo es ilustrativo de su concepción de la caridad:
"La caridad es acción… La filosofía es imposible sin la caridad; pero la caridad es perfectamente posible sin la filosofía, porque la primera es una idea, un pensamiento, y la segunda una experiencia, una acción. Tu siglo es egoísta y perverso. Ama sin embargo a los hombres de tu siglo que parecen no saber ya amar, que solo obran por hambre y por codicia. El que hace un acto bueno sabe que existe lo sobrenatural. El que no lo hace no lo sabrá nunca. Todas las filosofías de los hombres de ciencia no valen nada ante la acción desinteresada de un hombre de bien".
Su obra "El problema de México y la ideología nacional" (1924) revela su actitud laica y liberal. El conjunto de ensayos está dedicado "A México, con mi filial amor". Caso argumenta que el problema más grave de México es su falta de unidad racial, cultural y social. Es precursor de la idea de México nación cultural, que Octavio Paz desarrollaría con amplitud. En la misma obra Antonio Caso señala la Reforma como "el capítulo más glorioso de la historia patria", la época en que "los hombres parecían gigantes".
Muchas otras obras forman parte de su arsenal literario, incluyendo libros de versos como Crisopeya (1931) y El Políptico de los días del mar (1935) y numerosos ensayos, como el magnífico "Los cuatro poetas modernos" en que se admira su prosa entusiasta y poderosa y de la cual, a manera de ejemplo, se muestran los siguientes fragmentos:
"Cervantes es también la milicia espiritual de una fe, el caballero andante de una religión el paladín de un esfuerzo para santificar al hombre. Mas, no por creyente iluso, ni por religioso fanático, ni por guerrero duro e inteligente, sino dúctil como la vida misma, irónico, sarcástico, reflexivo, inteligentísimo. El iluso es Don Quijote, la ilusión Dulcinea, la locura, los molinos convertidos en gigantes y las campesinas exaltadas a princesas; pero, junto al idealismo desbordante, camina ese filósofo cachazudo e impertinente, que suele cortar las alas del ensueño y poner plomo a las de la fantasía; Sancho Panza, caballero en su rucio, prudente como el miedo, ladino como el pueblo, sereno en sus reflexiones morales y políticas como un jurisconsulto romano de los siglos de oro".
"Cervantes es dueño del sentido de la tierra. Palpa el corazón de la vida, sin detener su movimiento propulsor; se sumerge en la realidad de la historia castellana. Atisba los movimientos inesperados y ocultos de las almas; define el espíritu del siglo, que lo es discusión y lucha, de descubrimientos científicos y reforma moral y religiosa; ausculta la conciencia de las gentes; perfila caracteres y situaciones inconexos, y no se sirve ya, para expresarlos, de la lengua cadenciosa de la poesía, sino de la más bella y robusta prosa que se ha escrito jamás; desmenuza los propósitos más sutiles del idealismo de Don Quijote, a la vez que ama y se recrea en el esplendor de los episodios pasajeros, que forman el tejido y la trama de la vida vulgar, especie de túnica abigarrada, a trechos brillantes, a trechos confusa, con que cubrimos el secreto del mundo. ¡Qué fruición la suya al difundirse por la realidad hasta desentrañar de ella lo imposible!"
Antonio Caso, a quien el erudito Alfonso Reyes recordó como el del "corazón de oro, aquella sabiduría, aquel entusiasmo intelectual, aquella gracia, aquella elegancia". Expositor inteligente, gran orador y maestro incomparable en filosofía, fue además un fino y certero aficionado en todas las demás ramas de la cultura, pues el interés comprendió también el arte, el pensamiento político, así como los problemas de la acción; y si en todas las especulaciones del saber es figura distinguida, no lo es menos en la lección que nos dio con su propia vida: enseñándonos que la mejor de las tareas y al mismo tiempo la más limpia y sabia política consiste en educar para la libertad.
El maestro Antonio Caso murió en la ciudad de México el 6 de marzo de 1946, sus restos fueron trasladados a la Rotonda de las Personas Ilustres el 19 de diciembre de 1963. Descanse en paz.
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