domingo, 13 de diciembre de 2015

Jesús de Nazaret, de Benedicto XVI

Yo le doy mucha importancia al sermón del sacerdote en misa, donde comenta el Evangelio y las otras dos lecturas. Lo considero una oportunidad especial de acceder a la interpretación de quien tiene su vida consagrada al estudio bíblico. Cuando vi por primera vez que Benedicto XVI había escrito un libro en dos suntanciosos tomos donde comentaba e interpretaba los Evangelios, lo primero que pensé es lo suertudos que somos al poder acceder a una lectura tan profunda sobre uno de los temas más trascendentales para los que somos cristianos. Es como tener el sermón en casa, como si le hubiéramos dicho al padre "por favor, sus sermones para llevar, envuélvalos en dos tomos, los quiero consultar en pijama en mi casa, y por favor, nada de rollos". ¡Es el sueño de cualquier cristiano! ¡Ah! pero para mejor efecto, que no lo escriba cualquier padrecito, sino el papa, y no cualquier papa, sino uno que es considerado uno de los mejores teólogos contemporáneos. ¡La mejor colección de sermones del mundo, para llevar, en la comodidad de su casa!

Primero leí el segundo tomo (lo conseguí primero que el primero) y lo comenté en un blog anterior. Ahora voy a centrarme, básicamente, en el primero.

Primero que nada, llama mucho la atención la humildad en sus palabras (¿falsa humildad?), por ejemplo cuando dice: "Sin duda, no necesito decir expresamente que este libro no es en modo alguno un acto magisterial, sino únicamente expresión de mi búsqueda personal del rostro del Señor. Por eso, cualquiera es libre de contradecirme. Pido sólo a los lectores y lectoras esa benevolencia inicial, sin la cual no hay comprensión posible". Aunque es posible, en efecto, achacarle al papa una falsa humildad, considero que en la lectura del libro se va descubriendo que no es una pose sino un sorprendente reconocimiento de lo limitado que es el entendimiento humano, su propio entendimiento, aun siendo él el papa, y por ello, todo el tiempo cita a teólogos católicos y protestantes y da bastante valor a sus opiniones. El encontrar este libro de un papa que no se cree infalible me pareció sumamente moderno y refrescante.

Otra novedad en el lenguaje del papa es su reconocimiento de las limitaciones de los textos bíblicos que no deben, dice, ser tomados literalmente, pues "la Biblia… por su naturaleza, debe dejar la palabra en el pasado… el método histórico busca los diversos hechos desde el contexto del tiempo en que se formaron los textos… para descubrir lo que el autor quiso y pudo decir en ese momento, considerando el contexto de su pensamiento y los acontecimientos de entonces". Yo interpreto sus palabras como una admisión implícita (hubiera sido genial que hubiera sido explícita) de que la Biblia no es o no siempre es Palabra de Dios, sino palabra e interpretación personal de los hombres, en tiempo y lugar, de todo lo relacionado con Dios. Si las Escrituras fueran vistas solo como Palabra de Dios, no sería entonces comprensible que Dios realmente hubiera hecho escribir un texto como el de Josué 11, 6 "Entonces Yavé recomendó a Josué: No los temas. Mañana a esta misma hora te los entregaré para me los sacrifiques" (refiriéndose a los pueblos que vivían en Canaán y cuyas tierras fueron invadidas por los hebreos), o un texto como el de Deuteronomio 13, 7-11 "Si tu hermano… trata de seducirte en secreto diciéndote: Vamos a seguir a otros dioses… no lo perdonarás sino que lo matarás… lo apedrearán hasta que muera" y tantos y tantos textos más de la Biblia en que, según escribió el autor, Dios incita al odio.

En este sentido, resulta refrescante que un pontífice textualmente relativice la Biblia y con ello reconozca que no es, automáticamente, palabra de Dios. De hecho el papa, comentando los Evangelios, reconoce la fuerte posibilidad de que partes de los Evangelios hayan sido escritos muchos años después del texto original, lo que equivale a que son partes implantadas por alguien diferente del evangelista y, por lo tanto, no son tan fiables como los capítulos y versículos más antiguos de los Evangelios.

Dentro de las opiniones de Benedicto XVI me pareció muy provocativa y, a mi juicio, criticable, la parte en que habla del pan (el alimento físico). Hay que recordar que Jesús en el episodio de la multiplicación de los panes se compadeció de la gente y, si Jesús era capaz de multiplicar el alimento, cabría preguntarse por qué no multiplica el alimento del mundo para que nadie padezca hambre. Al respecto, el papa dice "¡Qué desafío! ¿No se deberá decir lo mismo de la Iglesia? Si quieres ser la Iglesia de Dios, preocúpate ante todo del pan del mundo, lo demás viene después. Resulta difícil responder a este reto… Este milagro de los panes supone… la búsqueda de Dios, de su palabra… Jesús no es indiferente al hambre de los hombres, a sus necesidades materiales, pero las sitúa en el contexto adecuado y les concede la prioridad debida… El pan es importante, la libertad es más importante, pero lo más importante de todo es la fidelidad constante y la adoración jamás traicionada… Cuando a Dios se le da una importancia secundaria… entonces fracasan estas cosas presuntamente más importantes". Leo y releo estas palabras y me parece que el papa, quizá inadvertidamente, para justificar que Jesús no acabe con el hambre del mundo, afirma que si las personas no buscan a Dios, ni Él ni la Iglesia tienen por qué dar alimento a ese hambriento infiel, y no puedo dejar de pensar que es una visión muy egoísta el considerar que el hambre es un problema menor cuando hay quien no cree en Dios, y eso nos lleva a que la Iglesia no se siente obligada a dar de comer al que actúa mal. Creo que estos comentarios del papa son, con mucho, la parte más desafortunada (y equivocada) de este libro que, por otra parte es, en lo demás, valiosísimo.

Lo más valioso y rico del libro es, a mi juicio, la magistral interpretación que hace del sentido de los Evangelios y la reivindicación que hace de Jesús como el Hijo de Dios, Dios mismo. Jesús, repetidamente, habla de que Él nos ha traído el Reino de Dios, y el papa hace una análisis muy profundo y detallado de las frases en que se mencionan las palabras "Reino de Dios" y que, en ocasiones, parece que Jesús le da al Reino de Dios un significado y en otras ocasiones le da otro significado u otro más, y razona en una forma muy convincente que EL REINO DE DIOS QUE JESÚS NOS HA TRAÍDO ES, NI MÁS NI MENOS, QUE ÉL MISMO. Sí, Jesús nos ha traído a Dios y con Él ha dado sentido a toda la historia de la creación y a todas las promesas hechas en el Antiguo Testamento. El Reino de Dios no es la otra vida, ni lo que vendría cuando viniera Jesús por segunda ocasión al final de los tiempos. El papa no se adentra en el tema de si habrá un final de los tiempos y si hay un cielo y un infierno eternos (lo cual por otra parte da qué pensar). Lo que sí dice es que el tan cacareado Reino de Dios es el creer realmente en Dios y en sus mandamientos, que se resumen en dos órdenes básicas "Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo". Cuando con tanta simplicidad resumimos el significado del Reino de Dios pareciera que nos estamos perdiendo algo, pero así lo dicen con insistencia los Evangelios. Jesús anuncia simplemente a Dios, al Dios vivo, que es capaz de actuar en el mundo. Nos dice: Dios existe.

Solo de esta forma toman sentido muchas de las citas de los Evangelios, como Mateo 12, 28 "el Reino de Dios ha llegado a ustedes". Lucas 17, 21: "el Reino de Dios está en medio de ustedes". Recordando el Sermón de la Montaña, vemos que todo el tiempo hace referencia al Reino de Dios. De estas citas y de una relectura de los Evangelios descubrimos que Jesús, al ser la "Palabra", vino a traernos el Reino de Dios, y ese Reino es Dios mismo, y Jesús, como Hijo suyo es Uno mismo con Dios. Dicho de otra forma, Jesús nos trae la Ley de Dios definitiva, y con ella, el Reino de Dios.

Por mi parte, cada vez que leo en palabras de Jesús sobre el cielo y el infierno, le encuentro un sentido que antes, para mí, no tenía, y este sentido es más hermoso y alentador que el de un Reino de Dios celestial y el de un infierno eterno. Solo así se anula el contrasentido de un Dios lleno de amor que condena al pecador a las llamas del infierno por toda la eternidad. Yo en realidad, y desde hace bastante tiempo, no creo en ese infierno, pero la relectura que ahora puedo hacer de los Evangelios y de toda la Biblia, inspirada en esta definición de Reino de Dios, me ha permitido encontrar un fundamento de lo que, intuitivamente, ya creía. La verdad, es una joya este libro, tan solo por esta renovada imagen del Reino de Dios, recomiendo totalmente su lectura.

Otro punto interesantísimo del libro es la relectura sobre el significado de que Jesús es la Palabra. Yo siempre había encontrado una contradicción en los Evangelios consistente en que por un lado Jesús decía que no había venido a cambiar una letra de la Ley (judía de Moisés) y por otro constantemente la cambiaba, por ejemplo en el tema del sábado. La Torá (ley de Moisés) dice que el sábado es tan sagrado que quien haga el más mínimo trabajo en sábado merece la muerte. Jesús por su parte dice que sus discípulos pueden trabajar en sábado (y ya hoy ni se diga, en el mundo occidental cristiano el sábado es un día laborable). Jesús, en todos los aspectos, como éste del descanso tan sagrado en el sábado reivindica su autoridad por encima de Moisés y de la Ley, pues Jesús se reivindica como la nueva Torá, la nueva Ley. Al hacerlo, los sacerdotes judíos, acertadamente, razonaron que Jesús estaba asumiendo la autoridad que solo tiene Dios, pues nadie más podría cambiar la Ley. Y por eso los sacerdotes odiaban tanto a Jesús, porque sabían que Jesús estaba diciéndoles a todos, con sus actos y con sus palabras, que Él era, no un profeta o un reformador, sino el mismo Dios.

A este respecto, hay una corriente muy popular que le niega a Jesús el ser Dios, y solo le reconoce que fue un gran profeta o un gran místico o un gran reformador religioso. Yo muchas veces me he sentido tentado por este pensamiento. Es tan rica y extraordinaria la vertiente moral de las palabras de Jesús, su enseñanza del amor al prójimo, su defensa de los pobres y los humildes de espíritu, su Sermón de la Montaña, que a veces tendemos a pensar que en realidad Jesús fue un hombre extraordinario que predicó cosas extraordinarias pero que no fue Dios.

Sin embargo los Evangelios son muy claros en su planteamiento de que Jesús es el mismísimo Dios, y este libro de Benedicto XVI hace un análisis interesantísimo de esta cuestión, donde a mi parecer demuestra que el Sermón de la Montaña, sus parábolas y todos los pasajes sobre su predicación, encuentran su sentido verdadero en el convencer del mensaje central de que JESÚS ES EL HIJO DE DIOS.

Para dar unos ejemplos que clarifiquen lo anterior: Cuando el evangelista narra la multiplicación de los panes, lo que en realidad dice es que Jesús es el mismo que dio pan a los hebreos en el desierto y que Él es el Pan de vida. Cuando el evangelista dice que Jesús caminó sobre las aguas, el punto culminante es la confesión de fe de los apóstoles de que "verdaderamente tú eres el Hijo de Dios". Cuando el evangelista da el Sermón de la Montaña, la montaña es figura del monte Sinaí en que Dios dio la Ley (los Diez Mandamientos) y ahora Jesús, con la autoridad que solo tiene Dios, da a la ley su auténtico significado. Cuando el evangelista dice que Jesús les enseñó a rezar a Dios llamándole Padre (algo no visto antes en el Viejo Testamento), lo que reclama es el conocimiento de Jesús en su Padre como su auténtico Hijo. Cuando el evangelista dice que Jesús perdona los pecados, por supuesto reivindica que lo puede hacer por ser, Él mismo, Dios. Cuando el evangelista menciona que Jesús eligió a doce apóstoles lo hace como referencia a las doce tribus de Israel, designándolos como las nuevas tribus de Israel, para difundir la Palabra en todo el mundo. Cuando Jesús habla de reconstruir el templo de Dios en tres días, lo que anuncia es que Él es el Templo de Dios. Cuando el evangelista menciona cómo Jesús se llamaba a sí mismo "El que Soy" lo que dice es que Jesús reivindica para sí el Nombre de Dios que le dio a conocer a Moisés. Y así sucede con todo el Evangelio. Es impresionante como a la luz de las explicaciones de este libro los Evangelios cobran otro significado, su verdadero significado. Ya no puede uno ver los Evangelios como historias sin conexión unas con otras. Ahora los Evangelios se revelan como una gran reivindicación de Jesús como Hijo de Dios. No puede ya quedar ninguna duda de que el propósito principal de cada uno de los 4 evangelistas fue declarar: ¡Sí, Jesús es el Hijo de Dios, y como Hijo de Dios es Dios mismo!

En el proceso de analizar la fiabilidad de los Evangelios, y tras aceptar que los evangelistas estaban convencidos de la naturaleza divina de Jesús, solo quedan, a mi parecer, dos caminos posibles de interpretación, uno que Jesús realmente fue el Hijo de Dios, y que así lo quisieron expresar los evangelistas, y el segundo, que los evangelistas fueron unos monumentales mentirosos. A este respecto debo señalar que yo desde tiempo atrás he estado convencido de que algunas partes de los Evangelios fueron insertadas con posterioridad (como el mismo Benedicto XVI, sorprendentemente, reconoce veladamente en su libro en dos párrafos, cuando dice "Naturalmente, la crítica no considera estas palabras sobre el Hijo del hombre futuro como auténticamente jesuánicas" y "… la exclamación de júbilo mesiánico recogida por Mateo (11, 25) y Lucas (10, 21), que se considera frecuentemente -y con razón- como un texto de Juan puesto en el marco de la tradición sinóptica"). Interiormente, siempre acepté como una posibilidad que los Evangelios, en su texto original, hubieran retratado a un Jesús profeta y reformador, y que la Iglesia hubiera insertado en algún momento de los primeros siglos aquellos textos en que se afirmaba la naturaleza divina de Jesús.

Sin embargo si, como me parece que Benedicto XVI ha demostrado en su libro, los Evangelios en su totalidad y en todas sus partes nos dicen lo mismo, que Jesús fue Hijo de Dios, es decir, si tanto los textos originales (la mayor parte) como las partes añadidas con posterioridad nos dicen lo mismo, entonces no cabe ya la hipótesis de que los evangelistas en realidad creyeran que Jesús hubiera sido solo un excepcional hombre.

Si, como expuse en el párrafo anterior, partimos de que los evangelistas estaban convencidos de que Jesús era el Hijo de Dios, cabe la hipótesis de que como los autores de los Evangelios muy probablemente no conocieron a Jesús, incluso Mateo y Juan no fueron de los Doce, sino discípulos suyos que escribieron en su nombre (lo cual era una tradición literaria muy común en aquella época) quizá ellos sí estaban convencidos de la divinidad de Jesús pero habían sido manipulados por aquéllos que les contaron acerca de Jesús. A ese respecto convendrá recordar lo que se sabe y lo que se cree acerca de la autoría y fecha de escritura de los Evangelios.

Antes se pensaba que el Evangelio de Juan había sido escrito al menos 150 años después de la partida de Jesús, lo que lo convertiría en un Evangelio poco confiable (al ser escrito por alguien muy lejano a los acontecimientos de la vida de Jesús), pero el descubrimiento de papiros en Egipto que datan de comienzos del siglo II y que hablan del Evangelio de Juan parecen confirmar que tuvo que haber sido escrito en el siglo I, probablemente no por Juan (uno de los Doce) pero sí por un discípulo suyo, que tomó su nombre. Por su parte, los otros tres Evangelios, que se conocen como sinópticos, son tan parecidos que generalmente se acepta que tuvieron una fuente en común, un Evangelio más antiguo, que se ha perdido, y que los 3 evangelistas habrían utilizado como base. Dicho Evangelio tendría que haber sido escrito probablemente entre el año 50 y el 60, lo que significaría que muy probablemente fue escrito por algún discípulo de los Doce. Si el autor de ese Evangelio sinóptico antiguo recibió las enseñanzas de los Doce y de Pablo, tendría que haber hecho una gigantesca manipulación de las palabras de los Doce, lo cual habría sido reprobado por estos mismos, y hubiera dado lugar a un intercambio epistolar en que se criticara la manipulación de la verdad por parte de dicho evangelista. Ese intercambio epistolar no existe, por lo que parece caerse la teoría de la manipulación de la verdad por ese lado.

Por otro lado, la más antigua de las Epístolas escritas por Pablo, la primera carta a los Tesalonicenses, fue escrita probablemente tan pronto como en el año 51, cuando aún vivían la mayoría de los Doce, y cabe esperar que si Pablo escribió sobre la divinidad de Jesús y los apóstoles no hubieran estado de acuerdo con lo que decía, lo hubieran manifestado y habría habido un intercambio epistolar en ese sentido. No lo hubo.

De lo que estamos hablando entonces es de textos antiguos que, muy probablemente, en su composición original ya dejaban claro su creencia y la creencia entre los cristianos en que Jesús había sido Dios mismo. Cabría esperar que, por ejemplo, Pedro, el principal de los Doce originales, habría alzado la voz y dicho que se estaba faltando a la verdad y que se estaba desvirtuando lo que Jesús había significado. Nada de eso hubo.

Todo parece indicar que ya 15 años después de la partida de Jesús había muchos cristianos en varias ciudades que estaban convencidos de que Jesús había sido el Hijo de Dios. ¿Cómo puedo haber surgido en tan poco tiempo un movimiento espiritual tan fuerte? Y más aún, ¿cómo pudo haber sucedido cuando la gran figura, Jesús, en quien tantas promesas se habían depositado, había muerto, había "fallado"? ¿Cómo pudieron los apóstoles sobreponerse al "fracaso" de Jesús, que no solo no había sido el Mesías, sino que había sufrido la deshonrosa muerte de cruz y había desaparecido así? Creo, y lo dice el papa en su libro, que semejante revolución solo pudo ocurrir si los apóstoles habían vivido con Jesús algo extraordinario, que en vida de Jesús no supieron plasmar en palabras pero que, al atestiguar un evento aún más extraordinario, su resurrección, finalmente pudieron comprender. Y eso tan extraordinario solo pudo ser el haber sido testigos de la naturaleza de Jesús que iba más allá de todo lo posiblemente explicable; y el haber sido testigos de su resurrección y partida tuvo que haber sido una vivencia tan extraordinaria que los llevó al convencimiento de que su Jesús había sido DIOS MISMO HECHO HOMBRE. Y solo así puede explicarse que solo unos años después nos encontremos con la evidencia de una comunidad convencida de que Dios se había hombre, y solo así pudieron estar dispuestos a dar hasta su vida por predicar el nuevo y grandioso misterio de los que ellos tuvieron que haber sido testigos.

Por mi parte, en adelante, e independientemente de si estoy convencido o no de la naturaleza divina de Jesús, la próxima vez que lea o escuche un pasaje de los Evangelios, no podré analizarlo más que a la luz de esta nueva realidad que se me ha manifestado: los Evangelios fueron escritos en el círculo de una primitiva Iglesia cristiana en la cual existía el convencimiento de que Jesús, al que algunos de hechos incluso habían conocido, había sido no solo el Mesías, sino sobre todo Dios mismo hecho hombre.

sábado, 28 de noviembre de 2015

¿Y ahora cómo arreglamos este problema?

Estoy viendo un video de un concierto de U2 mientras también leo un libro de Joseph Ratzinger, y no dejo de pensar en los atentados terroristas a París del pasado 13 de noviembre por fundamentalistas islámicos, presuntamente del ISIS.
Hemos sido inundados por multitud de artículos y editoriales sobre el tema, además de comentarios en radio y televisión. Todo mundo tiene una opinión. En El País y en The Washington Post, por primera vez en bastante tiempo, me encuentro en una misma edición diaria con opiniones contrarias sobre lo que deben hacer las potencias occidentales al respecto. Y las opiniones básicamente oscilan entre atacar al ISIS (y a Siria por tanto) con bombas o ataque terrestre y el no atacar sino predicar los valores occidentales que ellos buscan socavar. Porque, hablando de los partidarios de no atacar, ése es precisamente el objetivo de los terroristas, que llevados por la ira renunciemos a los principios que ellos, encerrados en su fundamentalismo musulmán retrógrada medieval, tanto desprecian y por los que nos desprecian como seres inferiores. Aquí comienzo a disentir de los que ven esta guerra como la lucha entre los buenos y los malos. Yo no solo veo valores positivos en el mundo occidental. Junto a la libertad, la democracia, la igualdad, el respeto a las libertades, el derecho a la expresión y la opinión, a la educación, a la propia decisión sobre la sexualidad, la libre empresa, al libre comercio, también veo la pérdida de valores morales, la invasión de la privacidad, el linchamiento público en prensa o en redes sociales, la frivolidad, la hipocresía, el frío capitalismo, la avaricia, la pornografía, el comercialismo barato, la manipulación a través de la publicidad, la inundación de comida y hábitos chatarra, el imperialismo. Cuando oigo que los bárbaros radicales musulmanes quieren acabar con nuestra cultura, y que hay un trasfondo de envidia en ese desprecio, luego me pregunto cómo puede alguien envidiar todo lo malo y podrido de la cultura occidental que nos hemos forjado. Y no puedo dejar de pensar que, en cierta forma, nosotros, los occidentales como grupo, como sociedad, como conglomerado confuso, nos hemos hecho despreciables por todo lo malo que tenemos. En este momento recuerdo tantas conversaciones y lecturas en que hemos reconocido lo decadente de nuestro mundo (occidental), nos hemos quejado de la pérdida de valores, de las injusticias, de la maldad que reina en nuestras ciudades, en los mensajes directos o subliminales de la televisión, de Facebook, de Instagram o de lo que quieras, en que la juventud anda desorientada, que la educación cada vez es más pobre, que la familia cada vez se desintegra más, que los alumnos ya no respetan como antes a los maestros y a las instituciones, que nadie quiere ya saber de religión y de moral, que cada vez estamos más perdidos. Y todo eso malo que nos aqueja ha dejado de ser un secreto. Con el alcance mundial que tienen las redes sociales, ya no solo nuestras virtudes (nuestra propaganda oficial) son conocidas en el mundo islámico, también y sobre todo nuestros defectos y males. ¡Más que envidia (de la buena o de la mala), yo veo desprecio hacia lo que somos, hacia lo que nos hemos convertido! Por supuesto, hay locos al frente de un negocio político, a la cabeza del ISIS, probablemente manipuladores del sentir popular. Pero esos locos no serían nada y no tendrían ningún poder sin ese pueblo que, quizá, antes nos (al mundo occidental) admiraba y envidiaba, pero que ahora, en un gran porcentaje de ese pueblo, nos desprecian. Y nosotros nos preguntamos cómo solucionar este problema que esta guerra contra el terrorismo nos ha traído, y discutimos qué medidas deben tomar los gobiernos de las principales potencias occidentales, y si deben bombardear o no, y en caso de bombardear (ya lo están haciendo), si aparte también deben armar un ataque terrestre, y con tropas invadir los territorios principales del ISIS, mientras otros dicen que no tiene caso invadir pues sería una guerra muy difícil, larga y costosa, y aún ganándola, donde muera el ISIS, muy bien podría surgir otro grupo terrorista igual o peor, como lo hay en otras partes, como el también terrible Boko Haram de Nigeria. Y lo lógico es que los gobiernos de esos países ataquen, pues esa vocación militarista está en la raíz misma de esos Estado-Naciones, pues en ella radica la defensa y protección de sus gobernados, la seguridad de los pueblos, el motivo número uno por el cual les pagamos sus sueldos vía impuestos. Pero entonces me quedo con un sabor amargo en la boca, el que tiene el que aún antes de hacer algo sabe que va a salir mal, y que no se va a solucionar nada, y que solo va a generar más odio y más dolor, más muerte, más desolación, y más odio, y más odio.
Decía Bill Clinton a George W. Bush: “It´s the economy, stupid” y no puedo dejar de pensar “¡Somos nosotros!”, sí, creo que la única solución a esta guerra triste y estúpida está en nosotros, no en nuestros gobiernos, sino en lo que nosotros hemos hecho (que ya no podemos cambiar) y en lo que nosotros hagamos de aquí en adelante. Mientras finjamos que todo está bien y que el problema principal no está en nosotros, todo seguirá igual. Mientras ignoremos a nuestros hermanos que sufren hambre, marginación, pobreza, todo seguirá igual y peor, mucho peor. Un día sale una noticia de un atentado en Siria, al día siguiente otro en Túnez, al siguiente otro en Líbano, y nos encogemos de hombros, como diciendo “¡en qué mundo vivimos!” y enterramos ese recuerdo porque nos parece poco relevante en nuestras vidas y al día siguiente hay un atentado en París y nos llenamos de indignación y asombro, y cantamos la Marsellesa y cambiamos perfiles de Facebook por la bandera francesa y llenamos páginas enteras de opiniones sobre los terribles atentados, mientras ignoramos y menospreciamos las muertes, huérfanos, viudas, mutilados, vidas destruidas en aquellos países que, tristemente no nos interesan. Mientras mantengamos esta forma de pensar estúpida, hipócrita, inhumana y despreciable, vamos a estar expuestos al odio y fanatismo de aquéllos que, en el fondo, simplemente nos desprecian. ¡Nos hemos hecho odiosos! ¿Por qué razón tantos ciudadanos europeos han abandonado comodidades y una vida tranquila y han abrazado una causa llena de odio y muerte? No es porque sean tontos o estén desequilibrados. Es que, sin darnos cuenta, hemos acunado en sus corazones, lentamente y poco a poco, la dolorosa sensación de no pertenencia a una sociedad de que tan fría, inhumana y superficial, se les ha hecho ajena.
Éste, más que nunca, es el momento de integrar, de unirnos todos, no contra ellos, sino con ellos, de ser compasivos, de pensar en el prójimo y hacer juntos un mundo mejor. Tenemos hoy una herramienta valiosísima, las redes sociales, a través de la cual ejercer la mejor propaganda posible, a través de ellas podemos llegar a la intimidad y al corazón mismo de nuestros hermanos resentidos ¡mostremos a través de nuestras palabras y sobre todo de nuestro ejemplo, que como sociedad y como personas no estamos perdidos! Cada conversación en Facebook sobre lo que estamos comiendo en un restaurante o mostrándonos embriagados en una fiesta o platicando soberanas tonterías, es una raya más al tigre en que nos hemos convertido. Y peor, nuestro mal ejemplo en casa, con nuestros hijos, al mentirles, al insultar a los demás, al hablar solo de frivolidades, al mostrar desinterés por ellos, al pasar mucho tiempo en redes sociales, al alejarnos y no pasar tiempo en familia, al no darles amor, es una semilla que germinará en sus corazones y los hará parte del problema que nos hace, cada vez más, la sociedad que nunca antes pensamos y que hoy nos cuesta trabajo reconocer como nuestra.
Creo, francamente, que tenemos mucho trabajo por hacer.

domingo, 4 de octubre de 2015

Jesús de Nazaret (últimos días), Joseph Ratzinger

Esta entrada habla, sobre todo, de Jesús, y refleja la fuerte admiración que siento hacia su figura (admiración que no me exenta, sin embargo, de ser crítico con algunas frases del Jesús que nos presentan los Evangelios) y la veneración que, como cristiano y católico, profeso hacia el hombre que muchos consideramos el Hijo de Dios, el Salvador, el Buen Pastor.

Compré hace unos meses el libro al que me refiero en el título y lo he ido leyendo poco a poco, y con algunas interrupciones. Aún estoy en eso y supongo que a esta entrada la iré complementando con nuevos comentarios conforme avance mi lectura.

A Joseph Ratzinger siempre se le ha reconocido una estatura intelectual que lo convierten en uno de los principales teólogos católicos de los últimos 50 años, y considero por ello un privilegio poder acceder a un libro tan profundo, y a la vez tan accesible en su lenguaje, escrito sobre la figura y mensaje de Jesús, por alguien tan culto e inteligente, durante el tiempo que era papa (lo presentó el 25 de abril de 2010), y con el añadido de que, al no ser una encíclica papal, Benedicto XVI se permitió hablar en un modo muy personal de las diversas opiniones que sobre Jesús existen, incluyendo las de teólogos protestantes y, sin descalificar a nadie, emitir una opinión que busca fundamentar siempre en los textos bíblicos.

Quizá lo que me hizo comprar este libro unos dos años después de haber renunciado al pontificado su autor es, precisamente, que su renuncia y la distancia que tenemos ahora con el personaje, me han permitido apreciarlo mejor y respetar más sus posturas conservadoras.

Mucho se criticó a Benedicto XVI, durante los 8 años que fue Papa, su conservadurismo en temas como el aborto o el divorcio. Yo mismo me puse del lado de sus críticos. Sin embargo, me digo yo, ¿qué otra postura puede tener, por ejemplo, sobre el divorcio, cuando según los Evangelios el mismo Jesús dijo "lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre"? Frases y posturas tan terminantes como ésa de Jesús no dejan mucho margen de maniobra a un católico convencido de la verdad de los Evangelios, y por el contrario, el defender valientemente y contra viento y marea lo que, al parecer, el mismo Jesús predicó, merece nuestra admiración a su valentía y reconocimiento a su congruencia intelectual.

Muchos criticaron, considero que muy injustamente, a Benedicto XVI su papel en los escándalos de pederastia en la Iglesia Católica, siendo que fueron, en su gran mayoría, anteriores al inicio de su papado, y durante los 8 años que fue Papa, Benedicto XVI emprendió una política de no tolerancia en todos los casos denunciados, postura que por cierto contrastó mucho con la de su antecesor, que fue, más bien, de oídos sordos como si el problema de pederastia no existiera.

Como un tercer punto, también su renuncia acrecentó mi admiración hacia su persona por ejemplo y estatura moral que exhibió al reconocer, con humildad, no tener ya las fuerzas para llevar tan grandes responsabilidades en la época tan difícil para la Iglesia Católica que le tocó vivir.

Sin más dilaciones, escribiré algo de lo que me ha parecido más interesante del libro.

1. El momento en que ocurrió la Última Cena.

Dice Marcos 14, 12-17 "El primer día de la fiesta en que se comen los panes sin levadura, cuando se sacrificaba el Cordero Pascual, sus discípulos le dijeron: ¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la Cena de Pascua?". Marcos, al igual que Mateo y Lucas enfatizan que la Última Cena fue la Cena de Pascua de los judíos.

Juan, por otra parte, dice en 13, 1-2 "Antes de la fiesta de Pascua… estaban comiendo la cena…", lo cual contradice lo dicho por los otros 3 evangelistas (los Evangelios Sinópticos).

Juan en 18,28 dice "Llevaron a Jesús de la casa de Caifás al tribunal del gobernador romano. Los judíos no entraron para no quedar impuros, pues ése era un lugar pagano, y querían participar en la comida de la Pascua", es decir, Juan enfatiza que hasta ese momento todo lo narrado era anterior al inicio de la Pascua.

El mismo Marcos en 14, 1-2 parece que contradice la cronología que usa en 14, 12-17, al decir "… buscaban la manera de detener a Jesús con astucia para darle muerte, pero decían "No durante la fiesta, para que no se alborote el pueblo"".

De los pasajes anteriores Ratzinger concluye como poco probable que los judíos hubieran prendido a Jesús ya iniciada la Pascua. Ratzinger menciona que muchos exégetas consideran que Juan tiene razón en que el prendimiento de Jesús fue antes de la Pascua y que los pasajes de Marcos que dicen que la Última Cena fue la noche de la Cena Pascual judía fueron añadidos más tarde (y por tanto serían apócrifos). Ratzinger matiza esto último y trata de darle la vuelta al asunto, pero termina concluyendo:

Que Jesús sabía que lo iban a prender antes de iniciar la Pascua judía y por consiguiente celebra su Última Cena con uno o dos días de anticipación.

Que los sacerdotes lo prendieron al menos 24 horas antes de que iniciara la Pascua, probablemente 48 horas antes, pensando que Jesús ya estaría muerto antes del inicio de la Pascua.

Que las dilaciones de Herodes y de Pilatos ocasionaron que la crucifixión, el viernes a las 9AM, se diera solo horas antes del inicio de la Pascua, que comenzaría el viernes al anochecer.

2. Significado de las palabras de la Eucaristía.

Dijo Jesús "Esto es mi cuerpo que será entregado por ustedes. Hagan esto en conmemoración mía" y "Esta es mi sangre, sangre de la alianza derramada por muchos para el perdón de los pecados" o "Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre, que se derrama por ustedes".

Éxodo 24, 8 dice "Entonces Moisés tomó la sangre con la que roció al pueblo, diciendo "Ésta es la sangre de la Alianza que Dios ha hecho con ustedes"". Ésta fue la alianza hecha por Dios con el pueblo hebreo al inicio de su estancia en el desierto, sellada con sangre. Pero esta alianza fue rota, traicionada muchas veces por el pueblo.

Al pasar de los siglos algunos profetas hicieron mención de que sería necesaria una nueva alianza, como Jeremías en 31, 31-34 "Ya llega el día, dice Dios, en que yo pactaré con el pueblo de Israel una nueva alianza… pondré mi Ley en su interior, la escribiré en sus corazones… yo entonces habré perdonado su culpa y no me acordaré más de su pecado". En Isaías 53, 1-12 leemos "…eran nuestros pecados… los que él llevaba… fue llevado cual cordero al matadero… herido de muerte por los crímenes de su pueblo… él ofreció su vida como sacrificio por el pecado… el Justo, mi servidor, hará una multitud de justos, después de cargar con sus deudas… porque se ha negado a sí mismo hasta la muerte y ha sido contado entre los pecadores, cuando llevaba sobre sí los pecados de muchos e intercedía por los pecadores".

Ratzinger hace ver cómo Jesús quiso dejar claro a sus discípulos que con su muerte estaba inaugurando una nueva alianza, dando cumplimiento a una promesa largamente esperada, y que esta nueva alianza sería permanente e indestructible.

También, como dice en Juan 10, 18 "Nadie me quita la vida, sino que yo la entrego libremente".

Parece claro, dice, que al hablar de dar su cuerpo se refiere a toda su persona.

Ratzinger añade que el verdadero mensaje de fondo de la Última Cena no es la partición del pan y el vino, que son solo un símbolo, sino la entrega de Jesús como un nuevo Cordero Pascual, para sellar la Nueva Alianza por la cual todos podremos alcanzar la Salvación y quedar perdonados nuestros pecados, y que la sangre que sella la alianza es su propio sangre.

3. Domingo, el nuevo día del Señor.

Siempre me ha intrigado el que la Iglesia ha consagrado el Domingo (primer día de la semana) en lugar del Sábado (séptimo día) como día de descanso. Ratzinger dice, en relación indirecta a ese punto que el Señor dio su cuerpo y su sangre como don de la resurrección: cruz y resurrección forman parte de la Eucaristía; como el don de Jesús es esencialmente un don radicado en la resurrección, la celebración del sacramento debía estar vinculada necesariamente con la memoria de la resurrección, que ocurrió en domingo. Por eso la mañana del primer día se convirtió espontáneamente en el momento de la liturgia cristiana, en el domingo, el día del Señor.

Explica que el centro o momento culminante de la misa es, precisamente, la Comunión (en obediencia a la ordenanza "Hagan esto en conmemoración mía") y que alrededor de ese momento se fueron agregando lecturas, explicaciones y oraciones.

Más interesante aún es que entre las primeras comunidades cristianas ya era costumbre realizar la Comunión y en día Domingo. Al respecto menciona, por ejemplo, Hechos de los Apostóles 20, 7: "El primer día de la semana estábamos reunidos para la fracción del pan". También menciona Apocalipsis 1, 10 donde se advierte que ya era común conocer al domingo como el día del Señor. Al principio del siglo II Ignacio de Antioquía dice que "vivir según el día del Señor" se había convertido en la característica distintiva de los cristianos contra los que celebraban el sábado.

Finalmente, me parece que la afirmación por Jesús de que con su muerte y resurrección se sellaba una Nueva Alianza, sería la principal razón de conmemorar como nuevo día santo el domingo por encima del sábado.

4. Los Salmos.

Siempre he visto los Salmos como cánticos viejos y anticuados, que tienen poco que decirnos. Sin embargo, el escuchar cuando Ratzinger nos dice que Jesús acostumbraba citar y cantar Salmos, me hace ver a los Salmos con otros ojos.

Para los hebreos los Salmos eran (y son) la voz de David quien resume en oraciones todos los sufrimientos y esperanzas de Israel. Dice Ratzinger que en la Iglesia naciente, Jesús fue considerado muy pronto como el nuevo, auténtico David y por eso los Salmos podían ser recitados como una oración en comunión con Jesucristo.

Agustín de Hipona explica que cuando los cristianos oramos con los Salmos, es siempre Cristo quien habla.

Creo que una relectura de los Salmos tal vez sea necesaria.

5. Sobre el huerto de Getsemaní.

Es un huerto en la ladera del Monte de los Olivos. Es uno de los lugares más venerados del cristianismo.

Me gustaron mucho las palabras de Ratzinger: "Quien se detiene en él, se encuentra aquí ante un dramático punto culminante del misterio de nuestro Redentor: Jesús ha experimentado aquí la última soledad, toda la tribulación del ser hombre. Aquí, el abismo del pecado y del mal le ha llegado hasta el fondo del alma. Aquí se estremeció ante la muerte inminente. Aquí le besó el traidor. Aquí todos los discípulos lo abandonaron. Aquí Él ha luchado también por mí".

domingo, 12 de julio de 2015

Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España

Extractos del libro:

Y también pasó un Alonso de Ávila; fue capitán y el primer contador que hubo en la Nueva España, persona muy esforzada.

Y otra cosa digo, y no por distanciarme de ello: que quedé yo tan acostumbrado a andar armado y dormir de la manera que he dicho que después de conquistada la Nueva España tenía por costumbre de acostarme vestido y sin cama, y que dormía mejor que en colchones; y ahora cuando voy a los pueblos de mi encomienda no llevo cama; y si alguna la llevo, no es por mi voluntad, sino por algunos caballeros que se hayan presentes, porque no vean que por falta de buena cama la dejo de llevar; mas en verdad que me echo vestido en ella. Y otra cosa digo: que no puedo dormir sino un rato de la noche, que me tengo de levantar a ver el cielo y estrellas, y me he de pasear un rato al sereno, y esto sin poner en la cabeza cosa ninguna de bonete ni paño, y gracias a Dios no me hace mal, por la costumbre que tenía. Y esto he dicho porque sepan de qué arte andábamos los verdaderos conquistadores, y cómo estábamos tan acostumbrados a las armas y a velar.

Alonso de Ávila fue capitán ciertos días en lo de México y el primer contador que le eligió Cortés hasta que el rey nuestro mandase otra cosa; era de buen cuerpo y rostro alegre, y en la plática expresiva, muy clara y de buenas razones, y muy osado y esforzado; sería de hasta treinta y tres años cuando acá pasó, y tenía otra cosa, que era franco con sus compañeros…

En Jueves Santo de la Cena de mil quinientos diez y nueve años llegamos con toda la armada al puerto de San Juan Ulúa, y como el piloto Alaminos lo sabía muy bien desde cuando vinimos con Juan de Grijalva, luego mandó surgir en parte que los navíos estuviesen seguros del norte…

Y otro día, que fue Viernes Santo de la Cruz, desembarcamos así caballos como artillería en unos montones y médanos de arena que allí hay, altos, que no había tierra llana, sino todos arenales y asestaron los tiros como mejor le pareció al artillero, que se decía Mesa, e hicimos un altar adonde se dijo luego misa; e hicieron chozas y ramadas para Cortés y para los capitanes, y entre trescientos soldados acarreábamos madera, e hicimos nuestras chozas, y los caballos se pusieron adonde estuviesen seguros, y en esto se pasó aquel Viernes Santo.

Y luego le dimos poderes muy vastísimos, delante de un escribano del rey que se decía Diego de Godoy, para todo lo por mí aquí dicho. Y luego ordenamos de hacer y fundar y poblar una villa que se nombró la Villa Rica de la Vera Cruz, porque llegamos Jueves de la Cena y desembarcamos en Viernes Santo de la Cruz, y rica por aquel caballero que dije en el capítulo XXVI que se llegó a Cortés y le dijo que mirase las tierras ricas y que se supiese bien gobernar, y quiso decir que se quedase por capitán general, el cual era Alonso Hernández de Portocarrero.

Y volvamos a nuestra relación. Y fundada la villa, hicimos alcaldes y regidores, y fueron los primeros alcaldes. Alonso Hernández Puertocarrero y Francisco de Montejo, y a este Montejo, porque no estaba muy bien con Cortés, por meterle en los primeros y principal, le mandó nombrar por alcalde; y los regidores dejarlos he de escribir, porque no hace al caso que nombre algunos; y diré cómo se puso una picota en la plaza y fuera de la villa una horca, y señalamos por capitán para las entradas a Pedro de Alvarado, y maestre de campo a Cristóbal de Olid, y alguacil mayor a Juan de Escalante, y tesorero Gonzalo Mejía, y contador Alonso de Ávila, y alférez a fulano Corral, porque el Villarroel, que había sido alférez no sé qué enojo había hecho a Cortés, sobre una india de Cuba, y se le quitó el cargo; y alguacil del real a Ochoa, vizcaíno, y a un Alonso Romero.

jueves, 29 de enero de 2015

¿Todos somos Charlie? ¿Hasta dónde debe llegar la libertad de expresión?

Los ataques terroristas realizados por fanáticos musulmanes y mataron a 12 periodistas del semanario parisiense Charlie Hebdo el 7 de enero pasado ha avivado la polémica en muchas partes sobre hasta dónde puede/debe llegar la libertad de expresión.

Nunca antes en la historia unos asesinatos habían generado tanta indignación. 3.7 millones de personas es hasta ahora la cifra oficial de manifestantes en las calles en defensa de la libertad de expresión. "Todos somos Charlie" se ha convertido en el lema público del año.

Charlie Hebdo es un semanario satírico: satiriza a los demás, se burla de los demás, protegido por un derecho humano considerado universal que es el de la libertad de expresión. Aparte de sus columnas y editoriales, publica caricaturas en el mismo tono.

Como se ve, Charlie Hebdo ridiculiza tanto personajes de la política como de la religión, tanto de las iglesias cristianas como musulmanas, entre otras. Los dibujos a mí parecen grotescos, de un pésimo gusto y muy ofensivos. Rehuso indignarme por ellos, aún los que ofenden a Jesús, más los repruebo.

Me cuesta trabajo unirme al clamor "Todos somos Charlie". Repruebo terminantemente el fanatismo musulmán (como el de cualquier religión o ideología). Repruebo terminantemente el odio religioso y mucho más los asesinatos en nombre de la religión.

A la vez me parece que las caricaturas del semanario son ofensivas (muy ofensivas) y, al igual que muchos líderes de opinión, incluyendo los editores del New York Times y el papa Francisco, opino que la falta de respeto que muestran provocaron las peores pasiones en seres humanos que, sin esa provocación, no hubieran cometido los asesinatos de los periodistas.

La pregunta de fondo es: ¿Debe limitarse la libertad de expresión para no caer en ofensas o herir los puntos sensibles de los demás?

Muchísima gente cree que la libertad de expresión nunca y bajo ninguna circunstancia debe limitarse. Hoy el semanario Charlie Hebdo es más popular que nunca. Muchos medios de comunicación han acudido en su apoyo y solidaridad, como El País de España y el Jyllands-Posten de Dinamarca, que es un conocido diario danés que sigue la misma línea que Charlie Hebdo.

Me parece muy interesante el punto de vista del jefe de la sección Internacional del diario danés, que reproduce El País, y que leído. Creo que está muy bien explicado y redactado, por lo que en defensa de los defensores de la plena libertad de expresión, reproduzco el punto central:

"Y así volvemos al punto de partida: ¿Qué civilización somos si renunciamos a nuestro derecho a publicar opiniones y dibujos que a algunos pueden resultarles ofensivos? Básicamente se trata de un debate sobre cómo convivir en una sociedad cada vez más multicultural y al mismo tiempo mantener nuestras libertades. Podemos, como en las sociedad que no son libres, buscar una falsa armonía criminalizando continuamente nuevas expresiones de acuerdo con la siguiente máxima: si aceptas mi tabú y no te expresas crítica u ofensivamente sobre lo que para mí es sensible y sagrado, yo haré lo mismo".

"En sociedades como la nuestra, en las que crece la diversidad, éste es el camino hacia la tiranía del silencio".

"Otro camino es insistir en que el precio que todos tenemos que pagar por vivir en democracia, con libertad de expresión y de culto, es que nadie tenga un especial derecho a no ser ofendido. Los colaboradores de Charlie Hebdo no habrán muerto en vano, si elegimos este camino como reacción a su asesinato".

El punto de vista de los defensores de la libertad de expresión total, así sea ofensiva, está excelentemente bien planteado en los párrafos precedentes. Pero no terminan de convencerme.

¿Me gusta que se metan con mi mamá, o con mi papá, o con mi esposa, o con mis hijos? ¿que los insulten en la prensa? Si yo fuera una figura pública, ¿da eso derecho a la prensa de dibujar a mi mamá como les dé la gana?
A mí, desde niño, me enseñaron el valor del respeto. Respeta a los demás si quieres que te respeten a ti. El respeto como valor sagrado… porque el respeto, como la libertad de expresión, también es un valor.

Y cuando dos valores se llegan a contraponer, es necesario decidir qué valor debe prevalecer. ¿Queremos una sociedad donde todos nos podamos decir lo que sea aún cuando nos insultemos y ofendamos? ¿O queremos una sociedad donde el respeto nos guíe en los límites de esa libertad?

Para mí está claro y nos muestra la decadencia de la sociedad actual, donde el respeto se ha perdido. Entre libertad de expresión y respeto, me quedo con el respeto.

"Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz".