martes, 29 de abril de 2014

La verdad sobre el caso Harry Quebert

Recomiendo mucho este libro. Me llamó la atención el dibujo y por curiosidad leí los comentarios de la contraportada y luego los de la solapa posterior.
"El libro de Joël Dicker ya se ha transformado en un fenómeno mundial".
"Si usted mete las narices en esta gran novela, está perdido: tendrá que seguir hasta el final".
"Saldrá de ella agotado y exultante por el chorro continuo de adrenalina literaria que el autor no ha cesado de inyectar en sus venas".
"Nunca me habían recomendado tanto un libro".
"¡Qué libro! Salimos K.O.", etc., etc.
Pensé "le están matando un pollo a este libro", o está muy bueno o la editorial ha hecho muy buena labor comprando opiniones positivas. Fue lo primero. Dado su costo y sus 660 páginas decidí no comprarlo al momento, pero después de leer unas reseñas por Internet me decidí. Nunca me arrepentiría. Seguro que pocos grandes autores pueden presumir haber hecho un libro tan extenso y no haber perdido la atención del lector.

Lo negativo. Es muy poco y a fuerza de ser quisquilloso.
A veces me resultó chocante el lenguaje pretencioso del autor en primera persona, aun cuando se debiera disculpar pues quien narra la historia no es Joël Dicker sino su personaje ficticio Marcus Goldman, mas sin embargo no pude evitar durante buena parte de la novela pensar que quien narraba era realmente el propio autor del libro, quizá porque de ciertas similitudes entre él y Goldman infiero que Dicker se debe haber visto reflejado en Goldman y que cuando escribió el libro se debe haber metido tanto en ese personaje que le fue difícil separar su persona de la del protagonista.
Hubo tres personajes clave de la historia que se introducen hasta avanzada la misma y se describen hasta mucho después. Si éste es, en muy buena parte, un thriller policíaco y se invita al lector a intentar desentrañar el crimen de Nola Kellergan y de Deborah Cooper, parece un poco injusto no contar durante al menos un tercio de la novela con los elementos suficientes para sacar conclusiones medianamente acertadas (como disculpa al autor, él nunca busca disfrazar que los personajes se van descubriendo en la medida en que los descubre Marcus Goldman).
Los diálogos en ocasiones me parecieron cursis: -No se preocupe, mi querido Harry. Yo me ocupo de mis padres. Preocúpese usted de escribir su obra maestra y de quererme (no necesito decir más).
El autor nunca esclarece si hubo algo sexual y de qué naturaleza entre Harry Quebert y Nola Kellergan y creo que hubiera sido muy deseable para delinear mejor a esos personajes. ¿Tuvo miedo de una mala acogida a su libro si definía una relación sexual entre una adolescente y un hombre mucho mayor?

Lo positivo.
El suspenso. Desde la primera página se capta la atención del lector. Es un suspense que me hizo cambiar de sospechoso al menos 4 veces. El interés no se pierde ni al llegar a la última página, que llegó y me dejó con ganas de más.
Los cambios de giro. Llegó un momento en que la sorpresa me hizo regresarme a páginas anteriores a buscar claves que confirmaran o desmintieran el giro de tuerca que Dicker imprimió. Y muchas páginas más adelante otro giro formidable. Y cerca del final otro más. Y te quedas con ganas de volver a leer el libro completo para fijarte más en ciertos detalles. Y lo mejor, ningún cambio en la historia se siente en lo más mínimo forzado. Es simplemente, una historia muy, muy bien hecha.
El trazo de los personajes. Es fino y profundo. Se delínean psicológicamente y lo más curioso es que salvo uno de ellos, todos los demás tienen algo bueno y entrañable. Terminé simpatizando con todos menos uno.
Harry Quebert. Es un personaje fascinante.
Nola Kellergan. Inquietante. Una víctima que no puede dejar indiferente a nadie.
Tamara Quinn. No sabes si odiarla o amarla.
Robert Quinn. Un personaje fuera de serie.
Los tres momentos del libro. Un manejo muy bueno de tres años: 1975, 1998 y 2008. A diferencia de otros libros, es difícil confundirse, y nunca sentí que las historias de alguno de los tres años fueran menos interesantes que las demás.
La verdad sobre "Los orígenes del mal". El libro de Harry Quebert del que habla Marcus Goldman en el libro del que habla Joël Dicker. Desde el inquietante nombre se despierta el interés por el libro de Quebert, y Dicker no decepciona pues lo que se descubre sobre "Los orígenes del mal" es inquietante, revelador y un excelente cierre de "La verdad sobre el caso Harry Quebert".

Conclusión: Un libro muy recomendable para todo tipo de lector, pero especialmente para los aficionados al thriller policiaco o al suspense (aunque, pensándolo bien, también a las novelas románticas pues, como dice Harry Quebert, en el fondo esto es una historia de amor).

domingo, 27 de abril de 2014

Nuevos santos: Juan XXIII y Juan Pablo II

Hoy con la canonización de los expapas Juan XXIII y Juan Pablo II por el papa Francisco confluyeron dos formas distintas de concebir la espiritualidad dentro de la iglesia católica.
Francisco aceleró la canonización de Juan XXIII a pesar de no haberse cumplido el segundo milagro que normalmente se pide para que alguien sea canonizado, por una de dos razones, o el Espíritu Santo se lo dictó a Francisco, o éste le echó coco y se dijo que cómo va a ser posible que Juan Pablo II sea santo antes de Juan XXIII, un papa que llevaba más tiempo esperando la última etapa en el proceso de canonización y con más méritos. Al menos, considerando la personalidad de Francisco, su formación, forma de pensar y sus hechos y dichos en el año que lleva de pontificado, es bastante creíble que Francisco tenga una mejor imagen del "papa bueno" que del papa de las masas.
Yo respeto mucho la habilidad que tuvo Juan Pablo II para mover multitudes con su carisma, su magnetismo, su personalidad. Critico que muchos fieles hayan llegado al punto de la adoración hacia el papa, olvidando que no dejaba de ser un hombre como cualquiera, con sus virtudes y defectos. Sospecho que Francisco también critica internamente eso y que para atenuar la devoción hacia Juan Pablo II quiso poner a su mismo nivel y canonizar en la misma ceremonia a Juan XXIII, para que los devotos fueran conscientes de que hay al menos otro expapa digno de veneración.
Sospecho, finalmente, que Francisco condena la complicidad que tuvo Juan Pablo II hacia los sacerdotes sospechosos de pederastia, pues tardó mucho en ordenar la apertura de una investigación, y permitió que los sacerdotes acusados siguieran como si nada desempeñando sus puestos y, con ello, presumiblemente, permitió que siguieran perpetrando sus abusos.
Dice el dicho que tanto peca quien mata a la vaca como quien le agarra la pata. Bueno, pues Juan Pablo II:
1. Supo que se acusaba a equis personas de matar vacas.
2. Les agarró la pata a las vacas, pues no creía que las mataran.
3. Siguió oyendo insistentemente de que esas personas, con nombres y apellidos, sí mataban vacas de adeveritas.
4. Siguió sosteniendo la pata, él que tenía toda la facultad de detener la matanza de vacas.
5. Después de muchos años de seguir escuchando de la matanza de vacas, decidió abrir lentos y tortuosos procesos de investigación para averiguar si era cierto que fulanitos y menganitos mataban a las vacas.
6. Mientras tanto, les siguió agarrando la pata.
7. No se le ocurrió ni por aquí que convendría suspender en sus funciones a aquellos sospechosos, por lo que les permitió seguir matando a las vacas.
Conclusión: ¿fue corresponsable Juan Pablo II de los abusos sexuales? Respuesta: un rotundo sí.
El papa Francisco es un hombre muy inteligente y mucho más razonable de lo que fue Juan Pablo II. Supongo que no quiso retrasar lo inevitable, y proclamó su canonización. Pero su mente y su corazón le deben haber indicado que eso estaba mal.
Se dice que el sacerdote católico que incurre en un abuso sexual es una persona reprimida principalmente por la obligación de mantener el celibato (el oficial, el obvio), es decir, lo que tenga que hacer, hacerlo a escondidas y con quien se pueda. Se dice, correctamente, que esta perversión se evitaría si se permitiera a los sacerdotes católicos casarse. La conclusión obvia que se debe desprender es que conviene permitir a los sacerdotes católicos católicos.
Bien, pues hay una fuerte corriente dentro de la iglesia católico que opina que nada en la Biblia prohibe eso o sugiere que el sacerdote debe ser célibe. Yo coincido con esa opinión. No he encontrado un solo pasaje que prescriba el celibato.
Esa corriente de católicos progresistas impulsó en la segunda mitad de los 50's una reforma dentro de la Iglesia y, liderados por el papa, discutió ampliamente en un concilio, el Concilio Vaticano II, la necesidad de cambiar para bien la doctrina y retornarla a su esencia, a lo que realmente dijo Jesús. ¿Quién fue ese papa?
Juan XXIII.
Hubo en contra una corriente que se hizo fuerte en el mismo concilio, que estaba en contra de cualquier reforma, incluyendo las más elementales, como permitir a una pareja el uso de anticonceptivos.
¿Qué personajes pertenecía a esta corriente retrógrada?
Los futuros Juan Pablo II y Benedicto XVI.
En medio de esta lucha de ideas, murió Juan XXIII y todo el impulso reformista se vino abajo.
Se impuso, entre otras ideas anticuadas y faltas de sustento bíblico, el celibato.
Cuando ese sector conservador hizo papa a Karol Wojtyla, toda esperanza de reforma para mejorar la iglesia católica se vino abajo.
Y comenzó el show. El show de Juan Pablo II, el líder de masas.
Murió Juan Pablo II 27 años después y la gente en la plaza de San Pedro gritaba ¡Santo Súbito! Y todo mundo pedía su canonización.
¿Pero cómo dejó Juan Pablo II a la iglesia católica? Peor que como la encontró. Tan, pero tan mal, que su sucesor, Benedicto XVI, se sumió en la depresión y renunció.
Éstos son los dos escenarios que se topan hoy los católicos del mundo: venerar al papa que quiso llevar a la Iglesia a sus orígenes, o venerar al papa que casi la hundió.
Ya analicé más sobre estos temas en mis entradas de agosto del 2011 y de julio del 2013. Reitero lo que ahí expresé: sí hay esperanza para esta decadente Iglesia Católica.

domingo, 20 de abril de 2014

Veracruz, 21 de abril de 1914. Hacen falta héroes

El 21 de abril de 2014 (mañana) celebramos 100 años de la "defensa heroica del puerto de Veracruz", la cual pongo entre comillas, no porque dude la heroicidad de la defensa, sino porque de tanto que se repite en toda clase de medios de comunicación ya parece que no puedes hablar de aquel 21 de abril de 1914 sin mencionar juntas esas palabras y de tanto repetirse terminan perdiendo cierto significado.
¿Qué es "heroico"? Según la RAE se dice de las personas y de las acciones famosas por sus hazañas y virtudes. En ese sentido es indudable que quienes defendieron el puerto de Veracruz fueron héroes.
Yo no entiendo bien porque se resalta más a unos que a a otros, pues los más nombrados son el teniente José Azueta y el cadete Virgilio Uribe, siendo que hubo otros jóvenes cadetes que también fallecieron en la defensa del puerto, como Jorge Alacio Pérez, y siendo que no queda claro en el caso de V. Uribe cuál fue su papel en la batalla, pero no pretendo discutir eso; supongo que el ser jóvenes y hasta la casualidad inciden en que unos figuren más que otros.
Sin quererme extender más en el tema para no desviarme, pero no puedo pasar por alto que según los más recientes avances científicos los jóvenes producen una sustancia en su cerebro que les impide de forma generalmente natural distinguir el riesgo real de una situación y, por lo tanto, el hecho de que un joven asuma un riesgo excesivo puede considerarse más una deficiencia química de su cerebro que una decisión razonada y aquilatada. Si sigo por esa línea de razonamiento podría deducirse que es más valiente la decisión de asumir un gran riesgo cuando la toma alguien mayor, y en todos los hechos heroicos tendría más mérito lo realizado por quien ya rebasó sus treintas que por un joven, ya que lo hecho por este último podría, a la vez que considerarse un acto de heroicismo, deberse también o al menos en parte a la imprudencia o intrepidez (falta de reflexión) de quien padece la influencia no deseada de una sustancia química propia de la juventud.

Volviendo al asunto que trataba, sustancias o no sustancias involucradas, fueron héroes los que defendieron el puerto aquel día de hace 100 años, la última vez que nuestro territorio nacional fue invadido o atacado por una fuerza extranjera, lo cual dota a estos personajes de un aura y un simbolismo que no tienen otros más antiguos defensores de la nación.
A pesar de lo expresado me pregunto: ¿realmente defendían a la nación? Vamos, sin duda que eso era lo que ellos pretendían. Como soldados de la nación, a las órdenes de un jefe máximo de las fuerzas armadas como era el presidente Victoriano Huerta, se necesita mucho patriotismo para defender una plaza, desobedeciendo las órdenes del mismo presidente que había ordenado la retirada de las fuerzas militares.
¿Por qué razón el presidente Huerta no quería defender el puerto? En este punto hay poca información (por la época convulsa que se vivía, plena Revolución Mexicana, con medio país levantado en armas contra Huerta, con una prensa muy limitada, y falta de archivos oficiales), pero se puede deducir que V. Huerta no quería una declaración abierta de guerra, pues el confrontar directamente a E.E.U.U. significaría para su gobierno el tener dos frentes de batalla, uno contra E.E.U.U. y otro contra los ejércitos rebeldes (Carranza, Villa, Obregón, Zapata, Orozco, etc.).
Uno de los aspectos de esta invasión que más solemos pasar por alto en México es lo que pensaba el enemigo. ¿Quería E.E.U.U. invadir México hasta la capital como lo hizo 7 décadas atrás? ¿Por qué se embarcaba E.E.U.U. en una guerra cuando en Europa estaba a punto de estallar la que fue llamada Gran Guerra y después Primera Guerra Mundial?
En los meses anteriores se dio un intercambio de comunicaciones e intercepción de otras más en que cada una de las naciones más poderosas del mundo buscaba saber más que el resto para tomar mejores posiciones económicas y adelantarse a los pasos siguientes de las potencias rivales. En este "juego de estrategias" E.E.U.U. y su rival y futura enemiga Alemania tomaron posiciones opuestas en relación al presidente V. Huerta quien en febrero de 1913 dio un golpe de Estado contra el presidente Fco. Madero y asumió la presidencia.
En E.E.U.U. Woodrow Wilson se convirtió en presidente el 4 de marzo de 1913 y una de sus primeras acciones fue destituir a Henry Lane Wilson como embajador en México, al conocerse el papel que éste, excediéndose por mucho en sus facultades, había tenido en el golpe de Estado y muerte de Madero (como nota aparte, la opinión pública estadounidense fue tan crítica en contra de Henry L. Wilson que no volvió a ocupar un puesto político, se tuvo que retirar a New Mexico y tuvo en los siguientes años que defenderse contra los ataques que recibió en la prensa, que lo acusaban, con razón, de haber contribuido a desencadenar el caos que vivía en ese entonces México).
El presidente W. Wilson era un idealista defensor del orden y la democracia que desde el principio consideró ilegítimo el gobierno de V. Huerta y buscó bloquear cualquier envío de armas a su gobierno.
Muchas naciones poderosas ya habían reconocido al gobierno de Huerta, pero por presiones de E.E.U.U., le retiraron su apoyo.
Alemania, por su parte, llevada por un interés económico (muchas empresas y capitales alemanes habían entrado a nuestro país) decidió seguir apoyando a Huerta. Además, a Alemania le convenía tener en México un gobierno aliado para que, en caso de guerra (la cual estallaría el 28 de julio de 1914), sirviera como segundo frente de batalla contra E.E.U.U., es decir, la tirada de Alemania era apoyar al gobierno de Victoriano Huerta para que México se aliara a Alemania y atacara a E.E.U.U. por la frontera que comparten, y con ello, E.E.U.U. tuviera dos frentes de batalla y no pudiera dirigir todo su apoyo militar a Europa.
E.E.U.U., vista esta coyuntura internacional, lo que menos quería era una guerra con México, pero sí hacer todo lo posible para que V. Huerta se fuera debilitando. Cuando E.E.U.U. supo que el buque alemán Ipiranga se dirigía al puerto de Veracruz para desembarcar las armas que esperaba el gobierno federal, E.E.U.U. supo que debía ocupar la aduana de Veracruz y con ello apoderarse de ese armamento. De ahí el aviso y advertencia al gobierno de Huerta y la respuesta de éste desalojando el puerto, una medida inteligente de Huerta, que entendía que estaba provocando a E.E.U.U. y que no le convenía un combate directo.
Resumiendo lo dicho en los últimos párrafos:
1. Huerta entendía que la ocupación de E.E.U.U. a Veracruz no era un ataque a la soberanía nacional, que México se estaba convirtiendo en una pieza del rompecabezas de alianzas y rivalidades internacional, y que E.E.U.U. no quería una guerra con México, por lo que decidió no jugar con el burro a las patadas y retirar unos kilómetros las tropas federales.
2. Los generales rebeldes, como Venustiano Carranza, Pancho Villa y Alvaro Obregón, entendieron que la ocupación de E.E.U.U. a Veracruz no era un ataque a la soberanía nacional, y al contrario la vieron con buenos ojos, ya que comprendieron correctamente que E.E.U.U. estaba principalmente contribuyendo a la caída del usurpador al que ellos combatían. E.E.U.U. fue un aliado suyo en la lucha contra Huerta. Por ello en ningún momento se opusieron a la ocupación estadounidense.
3. Los únicos que no entendieron de lo que se trataba eran el comodoro Manuel Azueta, los cadetes de la Escuela Naval y población del puerto, quienes se quedaron para organizar la defensa de una plaza que, en primer lugar, estaba destinada al fracaso, en segundo lugar, fue en contravención a lo dispuesto por el presidente al que dichos cadetes debían obediencia, y en tercer lugar evidenciaba su falta de conocimiento de la realidad nacional e internacional.
Los defensores del puerto de Veracruz aquel 21 de abril de 1914 fueron peones desobedientes en un juego en el cual ellos no estaban invitados.
Ese ciego proceder los hizo, quizá, más héroes, pues a ellos no les importó si los invasores apoyaban a éste o a aquél, sino que eran invasores y que ningún ejército invasor debería invadir a otra nación, y por ello los recordamos y honramos porque sin importar si tenían razón o no, defendieron sus convicciones, sus ideales, aun sabiendo que ello les iba a costar la vida. Esos son Héroes con mayúscula.
Hacen falta valientes que defiendan sus causas. Hacen falta HEROES.