martes, 11 de diciembre de 2012

Las 5 mejores pinturas del Greco

Es difícil explicar las razones por las que a uno le gusta algo. A mí me gusta mucho el sabor de los frijoles refritos. ¿Por qué me gustan? No sé explicarlo; sólo sé que me encantan. Lo mismo me pasa con  el sabor del turrón de Jijona. Hay quien lo prueba y se pregunta qué tanto le veo. Y pierdo el tiempo tratando de explicar por qué el turrón de Jijona es mejor que el de Alicante, o que los mazapanes. A mí los mazapanes no me gustan; yo lo trato de racionalizar diciéndome que son demasiado dulces. Pero lo cierto es que el turrón de Jijona es también de un sabor muy dulce. Por consiguiente, y a falta de mejor explicación, el turrón de Jijona me gusta simplemente porque sí. Y a muchas personas les encantan los mazapanes, simplemente porque sí. Los gustos escapan a toda explicación.
Yo quiero pensar que igual sucede con las pinturas. Sin duda uno de los pintores de mayor fama mundial es Miguel Ángel, que debe su fama no sólo a sus esculturas, como la del David y la de la Piedad, sino a sus pinturas en la Capilla Sixtina. Los críticos de arte se desviven en elogios hacia los cuerpos desnudos que pintó allí Miguel Ángel. Los visitantes de ese lugar, convencidos o no de lo que dicen, también elogian la maestría de sus trazos. Yo, aunque reconozco ampliamente el mérito de esos trazos, su conocimiento de la figura humana y de las poses que puede adoptar, encuentro las figuras demasiado robustas y carnosas, y sus poses demasiado forzadas (definitivamente no soy fan del manierismo).
¿Realmente se supone que a uno deben de gustarle contemplar la cintura desproporcionadamente grande de Dios del Juicio Final, o sus piernas carnosas y pies tan hinchados?
¿O se supone que a uno deben de fascinarle las nalgas monumentalmente grotescas del Adán y la Eva de la bóveda de la Capilla Sixtina, de la pintura del Pecado Original, o tal vez los brazos musculosos de Eva, o el caricaturesco pie de Adán?
Yo paso. De nuevo digo, si alguien dice que le encanta contemplar esas figuras, nada hay que pueda yo criticar o replicar. Pero simplemente no son lo mío.



Prefiero, en cambio, los trazos maestros, la belleza, el colorido y la expresividad de las pinturas de Rafael.








Me gustan mucho las figuras bellísimas, de un dibujo maestro, y una expresividad inigualable de Leonardo.


Así como mucha gente concuerda con mis puntos de vista expresados, hay muchos a los que no les gustan tanto las pinturas de Rafael y Leonardo. En cuestión de gustos, no hay explicación.
A mí, un pintor que me parece genial, es Doménikos Theotokópuolos, más conocido como el Greco (por obvias razones).
Encuentro, al menos 5 razones por las que me gusta mucho contemplar sus obras:
1. La estilización de sus figuras alargadas, que parecen querer alcanzar el cielo.
2. La expresividad de los rostros, que transmiten siempre lo que el pintor intentó, ya sea serenidad, tristeza absoluta, piedad, arrobamiento.
3. Su innovador uso de espacios cerrados, en que acerca el primer plano, creando una atmósfera íntima entre pintura y observador, y a la vez, generando una sensación de cierta inquietud (como de que la pintura no cupo en el cuadro).
4. La sobriedad y exquisito uso de colores.
5. Una espiritualidad pocas veces vista en la historia del Arte. Los santos realmente parecen santos. Jesús realmente parece Dios.
El Grego fue extenuantemente prolífico en la creación de cuadros. Después de observar todas sus obras principales, concluyo que mis 5 obras preferidas son (en orden cronológico):
1. Cristo crucificado con dos orantes. Aprox. 1577-1580. Oleo sobre lienzo, 260 x 178 cm. Museo del Louvre, París.
La sobriedad de la imagen realza la fuerza espiritual de los 3 personajes. Es una de las primeras obras en que al menos una figura (Cristo en la cruz) adquiere una poderosa verticalidad. El dibujo de la figura de Cristo es muy bueno. Cristo está aún vivo, lo que confiere mayor dramatismo a la escena. Su mirada es una auténtica joya. Me gusta particularmente cómo dibujó la sombra de las axilas y del tórax. El cielo rasgado es tremendamente innovador, incluso podría decirse, modernista. Los pintores abstractos del siglo XX frecuentemente tomaron, por ello, como modelo al Greco. 

2. Retrato del caballero de la mano en el pecho. Aprox. 1580. Óleo sobre lienzo, 81 x 66 cm. Museo del Prado, Madrid.
Esta misteriosa figura se ha convertido en el prototipo del caballero español del Siglo de Oro. El color negro utilizado le confiere particular elegancia. El trazo de su mano es espectacularmente bueno. La empuñadura de la espada está dibujada y pintada con muchísimo detalle. La mirada fija en el espectador lo conecta con el retratado, que parece retar a uno que ve la pintura, a la vez que todo en él denota sobriedad y decoro.

3.  Entierro del conde de Orgaz. 1586-1588. Óleo sobre lienzo, 480 x 360 cm. Iglesia de Santo Tomé, Toledo.
La pintura es enorme y cubre completamente la pared del fondo de una pequeña capilla de la iglesia de Santo Tomé. Es, probablemente, la obra maestra del Greco. La obra está llena de significados. Sabe transmitir perfectamente las intenciones del párroco que encargó la obra, a saber, que la villa de Orgaz debería seguir pagando una renta anual a la parroquia de Santo Tomé, ya que así lo dispuso el conde de Orgaz, al que San Esteban y San Agustín bajaron del cielo para enterrarlo personalmente, tal como narra el milagro reconocido oficialmente por el Papa 3 años antes. El paje (quien es el hijo del pintor) parece decir con autoridad que mires y entiendas. El fondo neutro de la ropa de los asistentes al entierro es de una elegancia extrema. El detalle en los ropajes de los 2 santos, en la armadura del difunto y en la ropa translúcida del ayudante vale por sí misma la visita a Toledo. Hay un rostro que mira fijamente al espectador (¿tal vez el propio pintor?). Así como el trazo de las figuras humanas es absolutamente realista, el cielo con todas sus figuras adquiere un aspecto fantasmal, alegórico, e intencionalmente de un alargamiento desproporcionado. Lázaro y la Virgen, y luego todos los santos, acuden ante Dios para abogar por el alma del conde. Siendo el Greco un excelente dibujante, el trazo de nubes habla de su audacia para introducir a la pintura elementos vanguardistas (hoy diríamos "surrealistas").

4. Piedad. Aprox. 1590. Óleo sobre lienzo, 120 x 145 cm. Colección privada Niarchos, París.
Ésta es, de las 5 obras del Greco que he escogido, la menos conocida. Probablemente a ello contribuya que está en una colección privada no abierta al público. Me encanta el uso de colores, que van de la viveza de los de José de Arimatea, a la sobriedad de los de María, Magdalena y Jesús. El tono pálido de las 3 figuras vivas me intriga y me fascina. El tono pálido y azulado del cuerpo de Cristo me parece genial. Innovador como sólo él, el Greco no opta por la clásica escena de lágrimas y dolor desgarrador de María y Magdalena, sino por el más profundo de los silencios, en el que hasta los gestos enmudecen. Pocas veces en la historia del Arte se ha visto tanto dolor en rostros tan calmos. En particular, la mirada de María Magdalena encierra una tristeza infinita. El pintor desaparece totalmente el primer plano y sitúa las figuras en una proximidad tal al espectador que no tiene otra opción que observar la escena. Geométricamente la figura imita un triángulo a la inversa, lo cual cambia los cánones impuestos por Leonardo y Rafael, reafirmando la seguridad que ha adquirido el Greco en su maestría. Cristo está completamente soportado por las piernas de su madre, de una forma mucho más conmovedora que en la famosa Piedad de Miguel Ángel.

5. Lágrimas de San Pedro. Aprox. 1587-1596. Óleo sobre lienzo, 97 x 79 cm. Museo Soumaya, México, D.F.

Hay varias versiones que el Greco pintó de este tema, pero para mi gusto no cabe duda que la mejor es la que tenemos en México. San Pedro sintió un aflicción tan grande por haber negado 3 veces a Jesús, que lloró amargamente. Nunca un artista ha reflejado la tristeza en lo más profundo del alma de San Pedro como lo hizo el Greco. El rostro contenido y sereno de San Pedro refleja una aflicción inmensa, a pesar de que, de hecho, las lágrimas no alcanzan a derramarse de sus ojos. Su mirada de concentración total y tristeza infinita es una joya incomparable.