martes, 16 de agosto de 2011

Sobre las mujeres y la infidelidad

Tres de los grandes regalos que Dios/la vida me ha dado han sido mis tres hijos, Arturo, Mariana y Jazmín. Siempre me ha causado curiosidad conocer hasta dónde llega la capacidad de un padre para recibir un nuevo hijo con el mismo asombro y arrobo que con el primero que se tiene. Probablemente para mí es fácil decir que estoy enamorado de mis hijos porque “sólo” tengo tres; pero ¿sería mi reacción similar si naciera mi sexto hijo?

Cuando yo veo una muy buena película varias veces, mi reacción las primeras veces es de sumo interés, pero como a la cuarta o quinta vez de verla, las escenas se vuelven tan predecibles que paulatinamente el interés se va perdiendo. Sin embargo, cuando veo una película que me encanta, que sólo de pensarla me emociono, no importa cuántas veces antes la he visto, siempre me engancha, casi tanto como la primera vez.

El Padrino, por ejemplo, siempre me atrapa con ese ambiente entre solemne, ritual y violento, y me cautivan algunas escenas como cuando los comensales le van a ofrecer “sus respetos” al jefe de la familia, “el Padrino”. Con Loco por Mary, por otra parte, siempre me destornillo de la risa, pues a pesar de ser una película boba, invariablemente saca en mí todo mi sentido del humor y gusto por lo simple, como en esa escena, memorable a mi parecer, en que Adam Sandler se pelea con el perro de Mary y lo termina arrojando por la ventana. Pudiera pensarse que después de tantas veces de ver la misma escena ya no me tendría que hacer reír tanto, y sin embargo siempre me carcajeo al verla.

Igual me pasa con mis hijos, nunca me aburren, pues cada uno es para mí genial, único, irrepetible; y pensándolo bien, yo creo que si tuviera seis hijos, cada uno de ellos sería para mí genial, único, irrepetible.

Hace unos meses un amigo que aún no tiene hijos ni está casado me comentó que él preferiría sólo tener hijos varones, pues le molesta el que con frecuencia a las mujeres “les ponen los cuernos” sus novios o esposos. Realmente no recuerdo qué le contesté en esa plática, pero en esencia no creo haber tenido un contraargumento que oponerle. Ayer en una reunión yo metí, como no queriendo la cosa, el tema, y comenté que yo no me arrepiento de tener hijas pues las niñas son más cariñosas que los niños. Sin embargo, después me quedé reflexionando sobre el tema, y me di cuenta que, en mi caso, no es así, pues el más cariñoso de mis hijos es Arturo, un niño extraordinariamente sensible y emocional que desde muy pequeño ha sabido expresar sus sentimientos en una forma muy palpable y es, de los tres, el más dado a exteriorizar sus muestras de amor. Es también, probablemente, el más noble e inocente de mis hijos. En contraparte, Mariana es la más dura de carácter y, quizá por su condición de hija “de en medio”, es la más caprichosa. Mariana requiere un trato muy especial, pues su natural perspicacia y penetración de ingenio, la hace muy receptiva a nuestras acciones como padres, y cuando percibe que soy afectuoso con ella, derriba todas sus defensas y es una niña adorable, de la misma forma que cuando percibe algo que no le gusta, puede ser tan dura que duele. Jazmín en este momento está aún moldeando su carácter, pero apunta a tener un poco de sus dos hermanos mayores.

El problema que percibo, entonces, es que mi teoría de que las niñas son más cariñosas que los niños, en el caso de mis hijos no se cumple. Y con ello se esfuman mis argumentos en defensa de lo maravilloso que es ser padre de una niña… y sin embargo no veo que la cuestión de “que les ponen los cuernos” sea una razón trascendente. Y esto creo que es porque no estoy convencido de que una mujer esté más expuesta que un hombre a que le pongan cornamenta. De hecho, dado el carácter de cada uno de mis hijos, yo creo que quien tiene más probabilidades de ser engañado por su futura pareja, es Arturo. Si comparo a Mariana con su hermano, ella es más astuta y perspicaz.

Me surge entonces la duda, ¿es la predisposición de las mujeres a ser engañadas por su pareja, más una cuestión cultural que natural? Me queda claro que en otras culturas, como la estadounidense, la infidelidad ocurre aproximadamente en la misma proporción tanto de un sexo como del otro. Y también entiendo que hace, digamos, cien años, en EUA era más probable que el infiel fuera el hombre. ¿Qué cambió? Yo creo que hubo un cambio cultural, y que ese cambio se está dando paulatinamente en México. Y que ese cambio radica en que la sociedad está imbuyendo en las personas el convencimiento de la igualdad de derechos en hombres y mujeres. Y cada generación de mexicanos varones que llega a la adolescencia está más predispuesta que la anterior a respetar los derechos de las mujeres. Y que cada generación de mexicanas está más convencida de que tiene similares derechos que los varones, y está dispuesta a ejercitar y exigir sus derechos.

Si la infidelidad es una cuestión cultural, entonces un padre puede ser capaz de educar a sus hijas de forma tal que no vayan predispuestas a caer en una relación en que su pareja sea infiel. Si educamos a nuestros hijos varones inculcándoles que por su sexo son superiores a sus hermanas, o que esperamos más de ellos por ser varones, le estaremos haciendo un severo daño primero a ellos, y luego a ellas porque el mensaje implícito es “tú, hija, vales menos que tu hermano, y más te vale adaptarte a lo que los varones que te encuentres en la vida te quieran ofrecer”. Creo que si mi esposa y yo educamos a nuestras hijas para ser modositas y resignadas, les estaríamos haciendo un gran mal. Mas veo a Mariana y a Jazmín y no percibo en ellas nada que me sugiera que son blanco idóneo para sufrir una infidelidad. Es más, en lo general, veo a la mujer más capacitada que al hombre desde un plano emotivo y desde un plano intelectual.

Dicen que la mujer desarrolla mejor que el hombre sus capacidades intelectuales, que está mejor preparada que el hombre para puestos de importancia y que es más madura y equilibrada emocionalmente. Yo así lo creo, pues he tenido la suerte de conocer mujeres realmente extraordinarias. Entonces, si la mujer es tan capaz y talentosa, ¿es razonable temer por la suerte que el destino le depare? ¿hay que pensar que una mujer es como una oveja rumbo al matadero de la infidelidad? A mi parecer eso depende de la mujer más que del hombre.

Yo tengo mucha confianza en que mis hijas sabrán elegir bien a sus parejas. En la medida en que Mariana, por hablar de la mayor de mis hijas, elija a un muchacho más en función de su carácter, de sus valores, de sus creencias y de su corazón, que de su físico o de su popularidad, en esa medida tendrá más probabilidades de fundar una relación de amor y respeto mutuos.

Por todo esto, francamente, no temo por mis hijas. ¡A veces temo por los novios de mis hijas!

¡Espero que no los hagan sufrir mucho!

Ahora sí sé qué responderle a mi amigo, a quien vi consternado por la suerte que les depara a muchas mujeres en su relación con los hombres.

No tiene de qué preocuparse.

Una hija es un tesoro, pero no uno frágil que hay que cuidar y proteger, sino un tesoro brillante y hermoso, capaz de irradiar su luz y contagiarnos con su brillo.

Cuando Dios lo bendiga con una hija, podrá, sin duda, sentirse agradecido por ese gran regalo que es una mujer.

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