Continuación de las partes 1 y 2.
A mis hijos se les enseña en la escuela que debemos recordar con orgullo a los héroes de la Revolución, Francisco Madero, Emiliano Zapata, Francisco Villa, Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, y a los presidentes que forjaron nuestra nación bajo el espíritu de la Revolución, principalmente Lázaro Cárdenas. Y se les enseña que la Revolución Mexicana fue un hito en nuestra historia, un suceso glorioso en que nos levantamos en armas contra el régimen dictatorial, injusto y regresivo de Porfirio Díaz, que fue una revolución social que persiguía la igualdad y la justicia, y logramos mejoras sociales para los pobres y desposeídos, plasmadas en nuestra Constitución del 5 de febrero de 1917, y aseguradas por la continuidad de gobiernos emanados de la Revolución que piensan y se preocupan por el pueblo.
Lo increíble de esta historia oficial citada como religión en los libros de texto por los maestros de escuela (quienes a su vez lo aprendieron de niños en sus escuelas, y realmente se lo creen), no es el que todo es una mentira, sino que nos la creamos.
La mayor mentira de todas es que hubo una revolución, cuando lo que en realidad existió fue una prolongada guerra civil. Guerra civil es una guerra entre habitantes de una misma nación. Revolución es un cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación. De 1910 a 1920 (o 1923 o 1928) hubo una guerra entre mexicanos que, salvo quizá el pequeño movimiento social de Zapata (quien nunca tuvo una auténtica visión de cambio social, sino que lo que lo movía era un reclamo de tierras para hacendados ricos y campesinos pobres de una pequeña zona del estado de Morelos), esa guerra civil no buscó nunca un cambio político (pues no buscó cambiar el sistema presidencial, republicano, representativo, democrático), no buscó nunca un cambio económico (pues no buscó cambiar el sistema capitalista, liberal, empresarial que tiene México desde que lo impulsó Benito Juárez), no buscó nunca un cambio social (pues no buscó la igualdad social), y por consiguiente no fue una revolución.
Venustiano Carranza, siendo presidente, y sin necesidad de hacerlo, dio vía libre a los constituyentes encargados de elaborar una nueva Constitución, y los legisladores más radicales lograron insertar ideas sociales en el nuevo documento; pero estas reformas sociales se dieron sólo en el papel, y se dieron a pesar de la guerra civil que sufrió el país en esos días. Esas reformas se dieron porque la sociedad ya estaba preparada para esos cambios.
En las décadas de 1850 y 1860, surgió un grupo de intelectuales que, influidos por las ideas liberales de la Ilustración y la Revolución Francesa, plasmaron sus ideas en diversas leyes y en la Constitución de 1857. De la misma manera, en 1917 había un grupo de intelectuales que habían madurado sus ideas desde al menos 10 años antes, influidos por las ideas socialistas (socialista no es un término implícitamente negativo, pues más bien implica la búsqueda de la igualdad social) venidas de Europa y EEUU, y plasmaron sus ideas en la nueva Constitución, aún cuando los jefes revolucionarios más importantes nunca comulgaron con esas ideas.
Los jefes "revolucionarios" fueron, simple y llanamente, y con la excepción de Madero ("San Panchito", como se le debiera recordar, pero ese es tema de otra historia), hombres con hambre de poder, y cuya hambre condujo a pelearse entre sí. Huerta (quien en esto no fue diferente que el resto) y Zapata fueron jefes "revolucionarios" que se levantaron contra Madero, y Huerta asesinó a Madero. Carranza, Villa y Obregón se levantaron contra Huerta. Villa y Zapata contra Carranza. Carranza y Obregón contra Villa y Zapata, hasta que Carranza logró asesinar a Zapata. Obregón contra Carranza hasta que lo logró asesinar. Obregón, ya en 1923, mandó asesinar a Villa. Y todos, con una sola ambición, el poder por el poder. Esa no es una revolución.
Plutarco Elías Calles, y Lázaro Cárdenas, los hombres fuertes del país de 1924 a 1940, con ayuda de historiadores, intelectuales y artistas, convirtieron la guerra civil, guerra de ambiciones, guerra por el poder, en la Revolución Mexicana que hoy es un mito y leyenda sagrado, y por el que hasta desfile hay cada 20 de noviembre.
Con el mito de la Revolución Mexicana, el gobierno mexicano, junto con un grupo amplio de intelectuales fantasiosos y, a su vez, acomplejados, terminó de armar la gran mentira de la historia e identidad de México.
Dado que histórica y culturalmente el mexicano (mestizo en su mayoría) carece de una identidad, emprendieron la tarea de forjarle una (falsa) identidad. Le inculcaron la mentira de que somos un pueblo con 3000 años de historia que por culpa de otros somos pobres. Esos "otros" son los españoles que nos conquistaron y se llevaron nuestras riquezas, los "gringos" que no nos permiten crecer, los empresarios que no piensan en el pobre, las transnacionales y demás intereses extranjeros que se quieren apoderar del mundo, cualquiera es bueno para achacarle la culpa de nuestro atraso, y deslindarnos de responsabilidad. Ese conjunto de mitos nos hace sentir víctimas, en lugar de asumir nuestra responsabilidad histórica de nuestros errores.
Los ejemplos del falso concepto que nos hemos formado de nosotros mismos, como pueblo, de las mentiras que se nos han hecho creer desde niños, abundan.
Por ejemplo, nos decimos un pueblo trabajador, pero carecemos de una cultura de trabajo, añoramos los puentes, hacemos "San Lunes", aprovechamos toda ocasión para celebrar y no trabajar.
Nos decimos que somos gente honesta (pobres pero honrados) pero la gran mayoría sigue como un credo el "el que no transa, no avanza", y buscamos transar al prójimo, y ya no se diga cuando alcanzamos un puesto público, pues "el poder embriaga", siendo que ya estamos "embriagados" desde antes. Cuando vemos un objeto olvidado cuyo dueño puede regresar a buscarlo, nos lo apropiamos, y si un hijo no lo hace, le decimos "no seas menso chamaco, ¿por qué no lo agarraste?" Y nuestra mayor ambición en la vida es agarrar algún "hueso" en el Gobierno o, en un sueño muy ambicioso, nuestra mayor fantasía es llegar a diputado, para tener poder, dinero y no hacer nada.
Nos decimos un pueblo solidario (como lo demostró el terremoto de 1985) pero en la vida cotidiana buscamos aprovecharnos de los demás, y vivir en el "agandalle".
Nos decimos un pueblo con valores familiares, pero lo que priva en nuestra sociedad es alguna forma de machismo, violencia familiar, sobreprotección a los hijos varones, drogas. Presumimos de fiesteros, y lo somos, aunque lo único que nos acarrea es endeudarnos por los quince años, el santo, o la boda, y el verdadero fondo de la fiesta es presumir que podemos hacer la fiesta, para aparentar lo que no somos, y el único ejemplo que damos es el ser irresponsables.
Nos enorgullecemos de ser hospitalarios, pero desconfiamos de los desconocidos; hablamos mal de los gorrones, nos gusta creernos superiores a los extranjeros, e insultamos a los que nos visitan, como en el clásico "pinche gringo".
Nos consideramos creativos y trabajadores, pero nosotros mismos, a la vez, nos reconocemos como flojos, reconocemos que trabajamos "al ai' se va", nos burlamos de nuestra propia realidad cuando reconocemos que un trabajo es "hecho a la mexicana", y para la cantidad de mexicanos que somos, los inventos e innovaciones tecnológicas que hemos aportado a la humanidad son proporcionalmente muy escasos.
Nos creemos amistosos, y nos asumimos como un pueblo bueno, pero en la calle insultamos al de junto, le echamos el carro al peatón, invadimos sus áreas así en la calle como en los estacionamientos, gritamos "quítate pendejo" o "quítate puto"; envidiamos al que tiene carro, y cuando adquirimos uno, tratamos con abuso al que no lo tiene, con calificativos como "pinche pobre"; y cuando festejamos lo hacemos con agresividad al son de "viva México, cabrones".
No hay comentarios:
Publicar un comentario