Continuación de parte 1
Quisiera quedarme callado ante lo que se enseña a mis hijos, pero no puedo, pues mi conciencia me lo impide. Esa conciencia me atormenta diciéndome que la educación (la de verdad, no la que se da en México) es la única vía para que México sea un país de primer mundo. Yo creo (como en una declaración religiosa) que todos tenemos el Gobierno que nos merecemos, que si tenemos un Gobierno ineficiente, corrupto, inepto, flojo y malintencionado, es porque nosotros, los mexicanos, somos ineficientes, corruptos, ineptos, flojos y malintencionados. Si el Gobierno mexicano está formado por mexicanos, habría que pensar que no puede ser un buen Gobierno mientras su materia prima (los mexicanos) seamos como somos.
¿Y cómo somos los mexicanos? ¿Acaso no somos un pueblo de 3000 años de historia gloriosa, con un pasado brillante de civilizaciones más desarrolladas que las del Viejo Mundo? ¿un pueblo con grandes valores familiares, gente trabajadora, pobre pero honesta? ¿víctimas de los españoles que saquearon nuestras riquezas, y si no fuera por eso seríamos hoy una nación próspera? ¿víctimas de nuestro vecino del norte, que nos quitó más de la mitad de nuestro territorio? ¿que gracias a nuestros héroes hemos forjado un país glorioso y que la Revolución Mexicana nos ha llevado por el camino correcto de la reivindicación social de los desposeídos? ¿un pueblo ingenioso, creativo, ocurrente, buenísimo para los chistes, y que nos sabemos reír hasta de la muerte? ¿una nación menos poderosa que los EEUU pero con valores y cultura? ¿un país de la abundancia, con tantas riquezas, tantos recursos que un buen Gobierno sabría encausar al bien de todos?
Desgraciadamente la gran mayoría de lo que nosotros creemos acerca de nosotros mismos es una exageración, una mentira, o una verdad que de tan triste debería avergonzarnos, en lugar de enorgullecernos.
No tenemos 3000 años de historia, sino 190 de historia deshonrosa (y quizá menos años). Es más, nuestra historia es de las más vergonzosas de entre las historias de los 196 países que hay en el mundo. No tenemos en nuestra historia casi nada de qué enorgullecernos.
Cuando hace 190 años, es decir, en 1821 adquirimos nuestra independencia, no teníamos una identidad como nación, no nos asumíamos como mexicanos. Eramos los mestizos (hoy la gran mayoría de nuestra población) del centro del país, los mestizos de otras regiones que no se identificaban con el poder del centro del país, y tanto unos mestizos como otros se sentían fuera de lugar, segregados y despreciados en una nación en la que no se podían asumir ni como españoles (o blancos) ni como indígenas, y tanto españoles como indígenas los despreciaban. Tan grande era la falta de identidad nacional que, salvo una minoría muy pequeña de patriotas, a los mexicanos de entonces no les interesó defender la nación de los invasores extranjeros en 1836, 1847, 1862, 1914. Simplemente, aunque nos duela decirlo, no les interesó. ¿Y por qué habría de interesarles defender una nación que no existía, una identidad nacional que no existía, una mexicanidad que no se había formado? Yo de niño y joven me preguntaba cómo es que unos cuantos miles de estadounidenses en 1847 y de franceses en 1862 (en un país de millones de mexicanos) pudieron conquistar todo a su paso hasta la ciudad de México, e incluso ocupar muchos territorios con el gusto y la complacencia de la población, como en el caso de la mismísima ciudad de México, en que los franceses fueron tan bien recibidos. La respuesta parece ser mucho más sencilla que la pregunta: México como nación no existía y los habitantes no se sentían mexicanos.
Entendiendo esa verdad, podemos entender finalmente la pérdida de los territorios que se anexó EEUU. Si los mexicanos del centro del país no se sentían orgullosos de la nación a la que pertenecían, menos en el caso de los habitantes de Texas, Nuevo México y California. ¿Cómo y por qué se tendrían que sentir mexicanos? ¿Cómo y por qué tendrían que preferir pertenecer a México cuando podían pertenecer a EEUU? ¿Y por qué razón tendrían que aceptar un gobierno que mal administraba sus territorios a tantos miles de kilómetros de distancia, cuando a ese gobierno nunca le interesaron esos territorios? Cuando un pueblo o grupo de pueblos está sometido a una nación con la que no tiene ningún nexo, y ese pueblo se separa, a ese acto se le conoce como independencia, y siempre la independencia de un pueblo es un hecho muy plausible y defendible. Entonces, ¿por qué la indignación de que esos territorios se hayan separado de México, cuando ese hecho nos debería llenar de orgullo ante la realidad de que esas personas obtuvieron su muy legítima y justa libertad? La realidad es que EEUU no nos quitó nada. Y así lo entendieron los mexicanos de esa época, a los que realmente no les importó la pérdida de unos territorios que nunca fueron considerados por ellos ni por nadie como parte legítima de México.
Cuando entendemos la falta de identidad nacional que tenían los mexicanos del siglo XIX, podemos comprender que en la guerra entre los liberales liderados por Benito Juárez y los conservadores de Miramón y compañía, de 1858 a 1861, ambos bandos ofrecieron en bandeja de plata la soberanía del país a naciones extranjeras a cambio de ayuda militar para vencer al grupo contrario. Es decir, no importaba que otro país interviniera en nuestros asuntos, pues no sabíamos ni asumíamos que algo fuera nuestro, ni un territorio, ni una identidad; no eramos mexicanos, y por lo tanto no nos importaba mucho el que los españoles, los franceses o los estadounidenses intervinieran en nuestros asuntos, o se quedaran con parte de los territorios del país.
Resulta sorprendente pensar en que los liberales, con Benito Juárez a la cabeza, cedieran la soberanía de México a otro país, pero la sorpresa nace de la ignorancia de nuestra historia, ignorancia fomentada en el siglo XX por los grupos en el poder, con toda la intención de mantener en la ignorancia a la gente, y falsear toda la historia de México. Benito Juárez envió al más liberal de los liberales, Melchor Ocampo, a Washington a negociar el tratado McLane-Ocampo, el cual fue firmado en Veracruz en 1859, y con el cual a cambio de dinero y reconocimiento por parte del gobierno de EEUU, Juárez concedía a EEUU el derecho a transitar libremente como por territorios propios, desde Arizona hasta la costa de Guaymas, Sonora, también desde Mazatlán, Sinaloa, hasta Matamoros, Tamaulipas, y también desde Coatzacoalcos hasta Tehuantepec, en el Pacífico. ¿Es necesario algún esfuerzo mental para saber el daño que ese tratado le habría hecho a la soberanía de este país al permitir que los EEUU transitaran por norte y sureste del territorio mexicano? ¡Habríamos en poco tiempo perdido lo que hoy son la península de California, Sonora, Chihuahua, Sinaloa, Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, Yucatán, Campeche, Quintana Roo, Tabasco, Chiapas y parte de Veracruz y Oaxaca! Y todo porque Benito Juárez quería ganar una guerra civil, una guerra entre mexicanos. ¿Cómo es que el Benemérito de la Américas hizo algo así? ¡Ah, sí!, es que México no existía aún como nación. Y al pueblo no le importaba lo que pasaba, porque la guerra civil de esos años era ajena a ellos. Luchaban una camarilla liberal en el poder contra un grupo de clase acomodada, conservadores en sus ideas.
Afortunadamente, el Senado de los EEUU no aprobó el tratado McLane-Ocampo, al considerarlo demasiado abusivo, y aquellos legisladores estadounidenses tuvieron la decencia moral de no aprovecharse de este país, aún cuando Juárez les pedía que se aprovecharan, por así convenir a sus intereses.
La nación que se fue forjando a lo largo del siglo XIX fue haciéndose cada vez más homogénea en lo racial (una nación mestiza, mezcla de razas), pero con serios conflictos de identidad.
Nuestra historia, tras tantas décadas de inestabilidad y guerra civil, adquirió estabilidad, continuidad, paz y prosperidad, como consecuencia de la dictadura de Benito Juárez (quien se aferró al poder, reeligiéndose una y otra vez, y sólo muerto soltó el poder), del gobierno estable de Lerdo, y de la dictadura de Porfirio Díaz. Económicamente, esos gobiernos favorecieron un sistema liberal capitalista, en que facilitaron las condiciones para la formación de empresas, la entrada de capital extranjero, la seguridad y paz, la confianza de los empresarios de que podían invertir su dinero y generar empleos, la construcción de carreteras, puertos, ferrocarriles, la implementación de los adelantos científicos y tecnológicos más avanzados del mundo, la educación Primaria y Secundaria obligatoria, la aplicación de las mejores teorías educativas a nivel mundial, que favorecían que en las escuelas se enseñara a pensar y no a memorizar, y se favoreciera la creatividad y el ingenio.
Igual que en todos los países que se industrializaron bajo un régimen liberal capitalista, como EEUU, Inglaterra, Francia, Alemania, Suecia, Holanda, etc., donde sus pueblos vivieron durante largas décadas mucha desigualdad social y económica, y hubo descontento y movilización social en busca de mejores condiciones de trabajo y vida para las clases trabajadoras. Y poco a poco esos países mencionados lograron a través de reformas constitucionales y sociales, extender la prosperidad, la riqueza, a toda o casi toda la población.
En México no tenía por qué ser diferente. Ibamos por el camino correcto. Cuando en 1910 Francisco Madero inició un movimiento militar (una guerra civil, no una revolución) para destituir al presidente Díaz, que se había eternizado en el poder, éste entendió que debía dejar el país para evitar derramamiento de sangre, y a los pocos meses de iniciada la guerra, patrióticamente, Porfirio Díaz renunció y dejó el país, y en una forma relativamente pacífica, Madero convocó a elecciones y se convirtió en el nuevo presidente de México, con lo cual este país proseguía por el camino natural de las naciones que alcanzan su desarrollo: industrialización, libertad económica, riqueza, ahora también, con Madero, libertad política y democracia, y después, por si se continuaba por ese camino, la extensión de la educación a toda la población, reformas sociales, y extensión de la riqueza a todos los sectores.
Pero, en eso, algo salió mal. Estalló la ¿Revolución Mexicana?
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