Continuación de las partes 1, 2 y 3.
No nos engañemos. No somos mejores que otros pueblos. Al igual que los habitantes de otras naciones, tenemos aproximadamente las mismas virtudes y los mismos defectos que ellos, porque como ellos, somos seres humanos. Pero a diferencia de otros pueblos, nos creemos superiores, casi perfectos, que así estamos bien, que otros pueblos nos envidian, y que por lo tanto no necesitamos cambiar.
Urge desmitificar nuestra realidad. Urge vernos cual somos. En psicología se afirma que para que una persona pueda cambiar para bien, primero debe conocerse, quitarse la venda de los ojos, porque mientras se crea quien no es, no va a querer ni a poder cambiar. Si eres violento, necesitas darte cuenta, y a continuación dar los pasos necesarios para cambiar. Si eres alcohólico, necesitar aceptarlo, antes de cambiar. Si tienes un complejo, necesitas estar plenamente consciente de éste, si es que quieres cambiar. Como nación es igual.
Necesitamos conocer nuestra realidad para crecer como personas, como pueblo, como nación. No podemos andar por la vida pensando que la culpa de nuestra situación es de otros, y que somos perfectos, y que sólo la mala suerte y el mal gobierno nos han hecho no ser prósperos, ricos.
Pero mientras de niños nos sigan haciendo creer en un pasado glorioso, en nuestra mala suerte, y en que somos un pueblo maravilloso, no vamos a querer ni a poder cambiar.
El meollo del asunto es que este mito del mexicano dueño de un pasado glorioso, una historia muy rica, héroes admirables, un pueblo unido en la lucha contra el opresor, un partido político tricolor que ve por el bien del pueblo y que sí lo entiende, un territorio rico que nos asegura riqueza a los mexicanos a menos que caigamos en las garras de nuestros enemigos internos y externos, enemigos que siempre nos han tenido envidia y nos quieren quitar nuestra riqueza, un pueblo amistoso, trabajador, hospitalario, noble y con valores sólidos, una Constitución maravillosa que reivindica nuestros derechos contra los poderosos, unos sindicatos que ven por nosotros, etc., etc., etc., mitos sobre mitos sobre mitos, todo ese sistema de mentiras, y tremendas exageraciones fue inventado desde el Gobierno, un Gobierno que con la ayuda de intelectuales y artistas, creó este sistema para que el mexicano se sienta superior, a la vez que lo hunde en la ignorancia a través de las mentiras, y creó este sistema a través de una educación pésima con énfasis en el memorizar, y en la cual al niño se le desincentiva a comprender las nociones básicas de matemáticas y ciencias en general. Porque un pueblo que no piensa es más fácil de manipular.
Y aunque duela, hemos sido manipulados desde el Gobierno para no pensar, para grabarnos en nuestro inconsciente las mentiras que se nos repiten sobre nuestra historia, sobre nuestra sociedad, y sobre nuestra realidad. Mientras sigamos en el engaño, seguiremos conformes con lo que somos y añorando lo que podríamos ser si los españoles no nos hubieran conquistado, si los "gringos" no fueran nuestros vecinos, si los empresarios no se aprovecharan de nosotros, si los funcionarios del propio Gobierno no fueran "transas", si no tuviéramos tan mala suerte, si nos sacáramos la lotería.
Pero cuando despertemos y nos demos cuenta de nuestra realidad, lucharemos para cambiar, y eso no le conviene a aquéllos que por décadas han salido beneficiados de ese sistema político vicioso y corporativo. Por eso existen tantas mentiras en los libros de Historia, y por eso no me puedo quedar callado, porque mi conciencia no me lo permite, y sé que a los mexicanos nos urge un cambio.
Veo en el futuro a un México en que la educación nos enseñe a pensar y no a memorizar. Un México de gente con valores, buena, noble, que confíe en los demás, trabajadora, honesta, creativa, digna de confianza, franca. Un México así va a generar gente emprendedora, que innove, que cree nuevas tecnologías, que cree empresas y genere empleos. Un México así va a aportar al Gobierno, a la policía, al Ejército, a todas nuestras instituciones gente grande, que se merezca los puestos públicos y active un ciclo virtuoso, en el que podamos confiar en nuestras instituciones, y podamos trabajar en paz.
El primer paso no lo hemos dado... El primer paso se da en la educación de los niños. ¡Ya basta de sólo memorizar los conocimientos! ¡Enseñemos a los niños a pensar! ¡Reinventemos nuestra historia descubriendo la realidad de nuestra Historia!
domingo, 9 de octubre de 2011
Mitos de la Historia de México parte 3
Continuación de las partes 1 y 2.
A mis hijos se les enseña en la escuela que debemos recordar con orgullo a los héroes de la Revolución, Francisco Madero, Emiliano Zapata, Francisco Villa, Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, y a los presidentes que forjaron nuestra nación bajo el espíritu de la Revolución, principalmente Lázaro Cárdenas. Y se les enseña que la Revolución Mexicana fue un hito en nuestra historia, un suceso glorioso en que nos levantamos en armas contra el régimen dictatorial, injusto y regresivo de Porfirio Díaz, que fue una revolución social que persiguía la igualdad y la justicia, y logramos mejoras sociales para los pobres y desposeídos, plasmadas en nuestra Constitución del 5 de febrero de 1917, y aseguradas por la continuidad de gobiernos emanados de la Revolución que piensan y se preocupan por el pueblo.
Lo increíble de esta historia oficial citada como religión en los libros de texto por los maestros de escuela (quienes a su vez lo aprendieron de niños en sus escuelas, y realmente se lo creen), no es el que todo es una mentira, sino que nos la creamos.
La mayor mentira de todas es que hubo una revolución, cuando lo que en realidad existió fue una prolongada guerra civil. Guerra civil es una guerra entre habitantes de una misma nación. Revolución es un cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación. De 1910 a 1920 (o 1923 o 1928) hubo una guerra entre mexicanos que, salvo quizá el pequeño movimiento social de Zapata (quien nunca tuvo una auténtica visión de cambio social, sino que lo que lo movía era un reclamo de tierras para hacendados ricos y campesinos pobres de una pequeña zona del estado de Morelos), esa guerra civil no buscó nunca un cambio político (pues no buscó cambiar el sistema presidencial, republicano, representativo, democrático), no buscó nunca un cambio económico (pues no buscó cambiar el sistema capitalista, liberal, empresarial que tiene México desde que lo impulsó Benito Juárez), no buscó nunca un cambio social (pues no buscó la igualdad social), y por consiguiente no fue una revolución.
Venustiano Carranza, siendo presidente, y sin necesidad de hacerlo, dio vía libre a los constituyentes encargados de elaborar una nueva Constitución, y los legisladores más radicales lograron insertar ideas sociales en el nuevo documento; pero estas reformas sociales se dieron sólo en el papel, y se dieron a pesar de la guerra civil que sufrió el país en esos días. Esas reformas se dieron porque la sociedad ya estaba preparada para esos cambios.
En las décadas de 1850 y 1860, surgió un grupo de intelectuales que, influidos por las ideas liberales de la Ilustración y la Revolución Francesa, plasmaron sus ideas en diversas leyes y en la Constitución de 1857. De la misma manera, en 1917 había un grupo de intelectuales que habían madurado sus ideas desde al menos 10 años antes, influidos por las ideas socialistas (socialista no es un término implícitamente negativo, pues más bien implica la búsqueda de la igualdad social) venidas de Europa y EEUU, y plasmaron sus ideas en la nueva Constitución, aún cuando los jefes revolucionarios más importantes nunca comulgaron con esas ideas.
Los jefes "revolucionarios" fueron, simple y llanamente, y con la excepción de Madero ("San Panchito", como se le debiera recordar, pero ese es tema de otra historia), hombres con hambre de poder, y cuya hambre condujo a pelearse entre sí. Huerta (quien en esto no fue diferente que el resto) y Zapata fueron jefes "revolucionarios" que se levantaron contra Madero, y Huerta asesinó a Madero. Carranza, Villa y Obregón se levantaron contra Huerta. Villa y Zapata contra Carranza. Carranza y Obregón contra Villa y Zapata, hasta que Carranza logró asesinar a Zapata. Obregón contra Carranza hasta que lo logró asesinar. Obregón, ya en 1923, mandó asesinar a Villa. Y todos, con una sola ambición, el poder por el poder. Esa no es una revolución.
Plutarco Elías Calles, y Lázaro Cárdenas, los hombres fuertes del país de 1924 a 1940, con ayuda de historiadores, intelectuales y artistas, convirtieron la guerra civil, guerra de ambiciones, guerra por el poder, en la Revolución Mexicana que hoy es un mito y leyenda sagrado, y por el que hasta desfile hay cada 20 de noviembre.
Con el mito de la Revolución Mexicana, el gobierno mexicano, junto con un grupo amplio de intelectuales fantasiosos y, a su vez, acomplejados, terminó de armar la gran mentira de la historia e identidad de México.
Dado que histórica y culturalmente el mexicano (mestizo en su mayoría) carece de una identidad, emprendieron la tarea de forjarle una (falsa) identidad. Le inculcaron la mentira de que somos un pueblo con 3000 años de historia que por culpa de otros somos pobres. Esos "otros" son los españoles que nos conquistaron y se llevaron nuestras riquezas, los "gringos" que no nos permiten crecer, los empresarios que no piensan en el pobre, las transnacionales y demás intereses extranjeros que se quieren apoderar del mundo, cualquiera es bueno para achacarle la culpa de nuestro atraso, y deslindarnos de responsabilidad. Ese conjunto de mitos nos hace sentir víctimas, en lugar de asumir nuestra responsabilidad histórica de nuestros errores.
Los ejemplos del falso concepto que nos hemos formado de nosotros mismos, como pueblo, de las mentiras que se nos han hecho creer desde niños, abundan.
Por ejemplo, nos decimos un pueblo trabajador, pero carecemos de una cultura de trabajo, añoramos los puentes, hacemos "San Lunes", aprovechamos toda ocasión para celebrar y no trabajar.
Nos decimos que somos gente honesta (pobres pero honrados) pero la gran mayoría sigue como un credo el "el que no transa, no avanza", y buscamos transar al prójimo, y ya no se diga cuando alcanzamos un puesto público, pues "el poder embriaga", siendo que ya estamos "embriagados" desde antes. Cuando vemos un objeto olvidado cuyo dueño puede regresar a buscarlo, nos lo apropiamos, y si un hijo no lo hace, le decimos "no seas menso chamaco, ¿por qué no lo agarraste?" Y nuestra mayor ambición en la vida es agarrar algún "hueso" en el Gobierno o, en un sueño muy ambicioso, nuestra mayor fantasía es llegar a diputado, para tener poder, dinero y no hacer nada.
Nos decimos un pueblo solidario (como lo demostró el terremoto de 1985) pero en la vida cotidiana buscamos aprovecharnos de los demás, y vivir en el "agandalle".
Nos decimos un pueblo con valores familiares, pero lo que priva en nuestra sociedad es alguna forma de machismo, violencia familiar, sobreprotección a los hijos varones, drogas. Presumimos de fiesteros, y lo somos, aunque lo único que nos acarrea es endeudarnos por los quince años, el santo, o la boda, y el verdadero fondo de la fiesta es presumir que podemos hacer la fiesta, para aparentar lo que no somos, y el único ejemplo que damos es el ser irresponsables.
Nos enorgullecemos de ser hospitalarios, pero desconfiamos de los desconocidos; hablamos mal de los gorrones, nos gusta creernos superiores a los extranjeros, e insultamos a los que nos visitan, como en el clásico "pinche gringo".
Nos consideramos creativos y trabajadores, pero nosotros mismos, a la vez, nos reconocemos como flojos, reconocemos que trabajamos "al ai' se va", nos burlamos de nuestra propia realidad cuando reconocemos que un trabajo es "hecho a la mexicana", y para la cantidad de mexicanos que somos, los inventos e innovaciones tecnológicas que hemos aportado a la humanidad son proporcionalmente muy escasos.
Nos creemos amistosos, y nos asumimos como un pueblo bueno, pero en la calle insultamos al de junto, le echamos el carro al peatón, invadimos sus áreas así en la calle como en los estacionamientos, gritamos "quítate pendejo" o "quítate puto"; envidiamos al que tiene carro, y cuando adquirimos uno, tratamos con abuso al que no lo tiene, con calificativos como "pinche pobre"; y cuando festejamos lo hacemos con agresividad al son de "viva México, cabrones".
A mis hijos se les enseña en la escuela que debemos recordar con orgullo a los héroes de la Revolución, Francisco Madero, Emiliano Zapata, Francisco Villa, Venustiano Carranza, Álvaro Obregón, y a los presidentes que forjaron nuestra nación bajo el espíritu de la Revolución, principalmente Lázaro Cárdenas. Y se les enseña que la Revolución Mexicana fue un hito en nuestra historia, un suceso glorioso en que nos levantamos en armas contra el régimen dictatorial, injusto y regresivo de Porfirio Díaz, que fue una revolución social que persiguía la igualdad y la justicia, y logramos mejoras sociales para los pobres y desposeídos, plasmadas en nuestra Constitución del 5 de febrero de 1917, y aseguradas por la continuidad de gobiernos emanados de la Revolución que piensan y se preocupan por el pueblo.
Lo increíble de esta historia oficial citada como religión en los libros de texto por los maestros de escuela (quienes a su vez lo aprendieron de niños en sus escuelas, y realmente se lo creen), no es el que todo es una mentira, sino que nos la creamos.
La mayor mentira de todas es que hubo una revolución, cuando lo que en realidad existió fue una prolongada guerra civil. Guerra civil es una guerra entre habitantes de una misma nación. Revolución es un cambio violento en las instituciones políticas, económicas o sociales de una nación. De 1910 a 1920 (o 1923 o 1928) hubo una guerra entre mexicanos que, salvo quizá el pequeño movimiento social de Zapata (quien nunca tuvo una auténtica visión de cambio social, sino que lo que lo movía era un reclamo de tierras para hacendados ricos y campesinos pobres de una pequeña zona del estado de Morelos), esa guerra civil no buscó nunca un cambio político (pues no buscó cambiar el sistema presidencial, republicano, representativo, democrático), no buscó nunca un cambio económico (pues no buscó cambiar el sistema capitalista, liberal, empresarial que tiene México desde que lo impulsó Benito Juárez), no buscó nunca un cambio social (pues no buscó la igualdad social), y por consiguiente no fue una revolución.
Venustiano Carranza, siendo presidente, y sin necesidad de hacerlo, dio vía libre a los constituyentes encargados de elaborar una nueva Constitución, y los legisladores más radicales lograron insertar ideas sociales en el nuevo documento; pero estas reformas sociales se dieron sólo en el papel, y se dieron a pesar de la guerra civil que sufrió el país en esos días. Esas reformas se dieron porque la sociedad ya estaba preparada para esos cambios.
En las décadas de 1850 y 1860, surgió un grupo de intelectuales que, influidos por las ideas liberales de la Ilustración y la Revolución Francesa, plasmaron sus ideas en diversas leyes y en la Constitución de 1857. De la misma manera, en 1917 había un grupo de intelectuales que habían madurado sus ideas desde al menos 10 años antes, influidos por las ideas socialistas (socialista no es un término implícitamente negativo, pues más bien implica la búsqueda de la igualdad social) venidas de Europa y EEUU, y plasmaron sus ideas en la nueva Constitución, aún cuando los jefes revolucionarios más importantes nunca comulgaron con esas ideas.
Los jefes "revolucionarios" fueron, simple y llanamente, y con la excepción de Madero ("San Panchito", como se le debiera recordar, pero ese es tema de otra historia), hombres con hambre de poder, y cuya hambre condujo a pelearse entre sí. Huerta (quien en esto no fue diferente que el resto) y Zapata fueron jefes "revolucionarios" que se levantaron contra Madero, y Huerta asesinó a Madero. Carranza, Villa y Obregón se levantaron contra Huerta. Villa y Zapata contra Carranza. Carranza y Obregón contra Villa y Zapata, hasta que Carranza logró asesinar a Zapata. Obregón contra Carranza hasta que lo logró asesinar. Obregón, ya en 1923, mandó asesinar a Villa. Y todos, con una sola ambición, el poder por el poder. Esa no es una revolución.
Plutarco Elías Calles, y Lázaro Cárdenas, los hombres fuertes del país de 1924 a 1940, con ayuda de historiadores, intelectuales y artistas, convirtieron la guerra civil, guerra de ambiciones, guerra por el poder, en la Revolución Mexicana que hoy es un mito y leyenda sagrado, y por el que hasta desfile hay cada 20 de noviembre.
Con el mito de la Revolución Mexicana, el gobierno mexicano, junto con un grupo amplio de intelectuales fantasiosos y, a su vez, acomplejados, terminó de armar la gran mentira de la historia e identidad de México.
Dado que histórica y culturalmente el mexicano (mestizo en su mayoría) carece de una identidad, emprendieron la tarea de forjarle una (falsa) identidad. Le inculcaron la mentira de que somos un pueblo con 3000 años de historia que por culpa de otros somos pobres. Esos "otros" son los españoles que nos conquistaron y se llevaron nuestras riquezas, los "gringos" que no nos permiten crecer, los empresarios que no piensan en el pobre, las transnacionales y demás intereses extranjeros que se quieren apoderar del mundo, cualquiera es bueno para achacarle la culpa de nuestro atraso, y deslindarnos de responsabilidad. Ese conjunto de mitos nos hace sentir víctimas, en lugar de asumir nuestra responsabilidad histórica de nuestros errores.
Los ejemplos del falso concepto que nos hemos formado de nosotros mismos, como pueblo, de las mentiras que se nos han hecho creer desde niños, abundan.
Por ejemplo, nos decimos un pueblo trabajador, pero carecemos de una cultura de trabajo, añoramos los puentes, hacemos "San Lunes", aprovechamos toda ocasión para celebrar y no trabajar.
Nos decimos que somos gente honesta (pobres pero honrados) pero la gran mayoría sigue como un credo el "el que no transa, no avanza", y buscamos transar al prójimo, y ya no se diga cuando alcanzamos un puesto público, pues "el poder embriaga", siendo que ya estamos "embriagados" desde antes. Cuando vemos un objeto olvidado cuyo dueño puede regresar a buscarlo, nos lo apropiamos, y si un hijo no lo hace, le decimos "no seas menso chamaco, ¿por qué no lo agarraste?" Y nuestra mayor ambición en la vida es agarrar algún "hueso" en el Gobierno o, en un sueño muy ambicioso, nuestra mayor fantasía es llegar a diputado, para tener poder, dinero y no hacer nada.
Nos decimos un pueblo solidario (como lo demostró el terremoto de 1985) pero en la vida cotidiana buscamos aprovecharnos de los demás, y vivir en el "agandalle".
Nos decimos un pueblo con valores familiares, pero lo que priva en nuestra sociedad es alguna forma de machismo, violencia familiar, sobreprotección a los hijos varones, drogas. Presumimos de fiesteros, y lo somos, aunque lo único que nos acarrea es endeudarnos por los quince años, el santo, o la boda, y el verdadero fondo de la fiesta es presumir que podemos hacer la fiesta, para aparentar lo que no somos, y el único ejemplo que damos es el ser irresponsables.
Nos enorgullecemos de ser hospitalarios, pero desconfiamos de los desconocidos; hablamos mal de los gorrones, nos gusta creernos superiores a los extranjeros, e insultamos a los que nos visitan, como en el clásico "pinche gringo".
Nos consideramos creativos y trabajadores, pero nosotros mismos, a la vez, nos reconocemos como flojos, reconocemos que trabajamos "al ai' se va", nos burlamos de nuestra propia realidad cuando reconocemos que un trabajo es "hecho a la mexicana", y para la cantidad de mexicanos que somos, los inventos e innovaciones tecnológicas que hemos aportado a la humanidad son proporcionalmente muy escasos.
Nos creemos amistosos, y nos asumimos como un pueblo bueno, pero en la calle insultamos al de junto, le echamos el carro al peatón, invadimos sus áreas así en la calle como en los estacionamientos, gritamos "quítate pendejo" o "quítate puto"; envidiamos al que tiene carro, y cuando adquirimos uno, tratamos con abuso al que no lo tiene, con calificativos como "pinche pobre"; y cuando festejamos lo hacemos con agresividad al son de "viva México, cabrones".
Mitos de la Historia de México parte 2
Continuación de parte 1
Quisiera quedarme callado ante lo que se enseña a mis hijos, pero no puedo, pues mi conciencia me lo impide. Esa conciencia me atormenta diciéndome que la educación (la de verdad, no la que se da en México) es la única vía para que México sea un país de primer mundo. Yo creo (como en una declaración religiosa) que todos tenemos el Gobierno que nos merecemos, que si tenemos un Gobierno ineficiente, corrupto, inepto, flojo y malintencionado, es porque nosotros, los mexicanos, somos ineficientes, corruptos, ineptos, flojos y malintencionados. Si el Gobierno mexicano está formado por mexicanos, habría que pensar que no puede ser un buen Gobierno mientras su materia prima (los mexicanos) seamos como somos.
¿Y cómo somos los mexicanos? ¿Acaso no somos un pueblo de 3000 años de historia gloriosa, con un pasado brillante de civilizaciones más desarrolladas que las del Viejo Mundo? ¿un pueblo con grandes valores familiares, gente trabajadora, pobre pero honesta? ¿víctimas de los españoles que saquearon nuestras riquezas, y si no fuera por eso seríamos hoy una nación próspera? ¿víctimas de nuestro vecino del norte, que nos quitó más de la mitad de nuestro territorio? ¿que gracias a nuestros héroes hemos forjado un país glorioso y que la Revolución Mexicana nos ha llevado por el camino correcto de la reivindicación social de los desposeídos? ¿un pueblo ingenioso, creativo, ocurrente, buenísimo para los chistes, y que nos sabemos reír hasta de la muerte? ¿una nación menos poderosa que los EEUU pero con valores y cultura? ¿un país de la abundancia, con tantas riquezas, tantos recursos que un buen Gobierno sabría encausar al bien de todos?
Desgraciadamente la gran mayoría de lo que nosotros creemos acerca de nosotros mismos es una exageración, una mentira, o una verdad que de tan triste debería avergonzarnos, en lugar de enorgullecernos.
No tenemos 3000 años de historia, sino 190 de historia deshonrosa (y quizá menos años). Es más, nuestra historia es de las más vergonzosas de entre las historias de los 196 países que hay en el mundo. No tenemos en nuestra historia casi nada de qué enorgullecernos.
Cuando hace 190 años, es decir, en 1821 adquirimos nuestra independencia, no teníamos una identidad como nación, no nos asumíamos como mexicanos. Eramos los mestizos (hoy la gran mayoría de nuestra población) del centro del país, los mestizos de otras regiones que no se identificaban con el poder del centro del país, y tanto unos mestizos como otros se sentían fuera de lugar, segregados y despreciados en una nación en la que no se podían asumir ni como españoles (o blancos) ni como indígenas, y tanto españoles como indígenas los despreciaban. Tan grande era la falta de identidad nacional que, salvo una minoría muy pequeña de patriotas, a los mexicanos de entonces no les interesó defender la nación de los invasores extranjeros en 1836, 1847, 1862, 1914. Simplemente, aunque nos duela decirlo, no les interesó. ¿Y por qué habría de interesarles defender una nación que no existía, una identidad nacional que no existía, una mexicanidad que no se había formado? Yo de niño y joven me preguntaba cómo es que unos cuantos miles de estadounidenses en 1847 y de franceses en 1862 (en un país de millones de mexicanos) pudieron conquistar todo a su paso hasta la ciudad de México, e incluso ocupar muchos territorios con el gusto y la complacencia de la población, como en el caso de la mismísima ciudad de México, en que los franceses fueron tan bien recibidos. La respuesta parece ser mucho más sencilla que la pregunta: México como nación no existía y los habitantes no se sentían mexicanos.
Entendiendo esa verdad, podemos entender finalmente la pérdida de los territorios que se anexó EEUU. Si los mexicanos del centro del país no se sentían orgullosos de la nación a la que pertenecían, menos en el caso de los habitantes de Texas, Nuevo México y California. ¿Cómo y por qué se tendrían que sentir mexicanos? ¿Cómo y por qué tendrían que preferir pertenecer a México cuando podían pertenecer a EEUU? ¿Y por qué razón tendrían que aceptar un gobierno que mal administraba sus territorios a tantos miles de kilómetros de distancia, cuando a ese gobierno nunca le interesaron esos territorios? Cuando un pueblo o grupo de pueblos está sometido a una nación con la que no tiene ningún nexo, y ese pueblo se separa, a ese acto se le conoce como independencia, y siempre la independencia de un pueblo es un hecho muy plausible y defendible. Entonces, ¿por qué la indignación de que esos territorios se hayan separado de México, cuando ese hecho nos debería llenar de orgullo ante la realidad de que esas personas obtuvieron su muy legítima y justa libertad? La realidad es que EEUU no nos quitó nada. Y así lo entendieron los mexicanos de esa época, a los que realmente no les importó la pérdida de unos territorios que nunca fueron considerados por ellos ni por nadie como parte legítima de México.
Cuando entendemos la falta de identidad nacional que tenían los mexicanos del siglo XIX, podemos comprender que en la guerra entre los liberales liderados por Benito Juárez y los conservadores de Miramón y compañía, de 1858 a 1861, ambos bandos ofrecieron en bandeja de plata la soberanía del país a naciones extranjeras a cambio de ayuda militar para vencer al grupo contrario. Es decir, no importaba que otro país interviniera en nuestros asuntos, pues no sabíamos ni asumíamos que algo fuera nuestro, ni un territorio, ni una identidad; no eramos mexicanos, y por lo tanto no nos importaba mucho el que los españoles, los franceses o los estadounidenses intervinieran en nuestros asuntos, o se quedaran con parte de los territorios del país.
Resulta sorprendente pensar en que los liberales, con Benito Juárez a la cabeza, cedieran la soberanía de México a otro país, pero la sorpresa nace de la ignorancia de nuestra historia, ignorancia fomentada en el siglo XX por los grupos en el poder, con toda la intención de mantener en la ignorancia a la gente, y falsear toda la historia de México. Benito Juárez envió al más liberal de los liberales, Melchor Ocampo, a Washington a negociar el tratado McLane-Ocampo, el cual fue firmado en Veracruz en 1859, y con el cual a cambio de dinero y reconocimiento por parte del gobierno de EEUU, Juárez concedía a EEUU el derecho a transitar libremente como por territorios propios, desde Arizona hasta la costa de Guaymas, Sonora, también desde Mazatlán, Sinaloa, hasta Matamoros, Tamaulipas, y también desde Coatzacoalcos hasta Tehuantepec, en el Pacífico. ¿Es necesario algún esfuerzo mental para saber el daño que ese tratado le habría hecho a la soberanía de este país al permitir que los EEUU transitaran por norte y sureste del territorio mexicano? ¡Habríamos en poco tiempo perdido lo que hoy son la península de California, Sonora, Chihuahua, Sinaloa, Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, Yucatán, Campeche, Quintana Roo, Tabasco, Chiapas y parte de Veracruz y Oaxaca! Y todo porque Benito Juárez quería ganar una guerra civil, una guerra entre mexicanos. ¿Cómo es que el Benemérito de la Américas hizo algo así? ¡Ah, sí!, es que México no existía aún como nación. Y al pueblo no le importaba lo que pasaba, porque la guerra civil de esos años era ajena a ellos. Luchaban una camarilla liberal en el poder contra un grupo de clase acomodada, conservadores en sus ideas.
Afortunadamente, el Senado de los EEUU no aprobó el tratado McLane-Ocampo, al considerarlo demasiado abusivo, y aquellos legisladores estadounidenses tuvieron la decencia moral de no aprovecharse de este país, aún cuando Juárez les pedía que se aprovecharan, por así convenir a sus intereses.
La nación que se fue forjando a lo largo del siglo XIX fue haciéndose cada vez más homogénea en lo racial (una nación mestiza, mezcla de razas), pero con serios conflictos de identidad.
Nuestra historia, tras tantas décadas de inestabilidad y guerra civil, adquirió estabilidad, continuidad, paz y prosperidad, como consecuencia de la dictadura de Benito Juárez (quien se aferró al poder, reeligiéndose una y otra vez, y sólo muerto soltó el poder), del gobierno estable de Lerdo, y de la dictadura de Porfirio Díaz. Económicamente, esos gobiernos favorecieron un sistema liberal capitalista, en que facilitaron las condiciones para la formación de empresas, la entrada de capital extranjero, la seguridad y paz, la confianza de los empresarios de que podían invertir su dinero y generar empleos, la construcción de carreteras, puertos, ferrocarriles, la implementación de los adelantos científicos y tecnológicos más avanzados del mundo, la educación Primaria y Secundaria obligatoria, la aplicación de las mejores teorías educativas a nivel mundial, que favorecían que en las escuelas se enseñara a pensar y no a memorizar, y se favoreciera la creatividad y el ingenio.
Igual que en todos los países que se industrializaron bajo un régimen liberal capitalista, como EEUU, Inglaterra, Francia, Alemania, Suecia, Holanda, etc., donde sus pueblos vivieron durante largas décadas mucha desigualdad social y económica, y hubo descontento y movilización social en busca de mejores condiciones de trabajo y vida para las clases trabajadoras. Y poco a poco esos países mencionados lograron a través de reformas constitucionales y sociales, extender la prosperidad, la riqueza, a toda o casi toda la población.
En México no tenía por qué ser diferente. Ibamos por el camino correcto. Cuando en 1910 Francisco Madero inició un movimiento militar (una guerra civil, no una revolución) para destituir al presidente Díaz, que se había eternizado en el poder, éste entendió que debía dejar el país para evitar derramamiento de sangre, y a los pocos meses de iniciada la guerra, patrióticamente, Porfirio Díaz renunció y dejó el país, y en una forma relativamente pacífica, Madero convocó a elecciones y se convirtió en el nuevo presidente de México, con lo cual este país proseguía por el camino natural de las naciones que alcanzan su desarrollo: industrialización, libertad económica, riqueza, ahora también, con Madero, libertad política y democracia, y después, por si se continuaba por ese camino, la extensión de la educación a toda la población, reformas sociales, y extensión de la riqueza a todos los sectores.
Pero, en eso, algo salió mal. Estalló la ¿Revolución Mexicana?
Quisiera quedarme callado ante lo que se enseña a mis hijos, pero no puedo, pues mi conciencia me lo impide. Esa conciencia me atormenta diciéndome que la educación (la de verdad, no la que se da en México) es la única vía para que México sea un país de primer mundo. Yo creo (como en una declaración religiosa) que todos tenemos el Gobierno que nos merecemos, que si tenemos un Gobierno ineficiente, corrupto, inepto, flojo y malintencionado, es porque nosotros, los mexicanos, somos ineficientes, corruptos, ineptos, flojos y malintencionados. Si el Gobierno mexicano está formado por mexicanos, habría que pensar que no puede ser un buen Gobierno mientras su materia prima (los mexicanos) seamos como somos.
¿Y cómo somos los mexicanos? ¿Acaso no somos un pueblo de 3000 años de historia gloriosa, con un pasado brillante de civilizaciones más desarrolladas que las del Viejo Mundo? ¿un pueblo con grandes valores familiares, gente trabajadora, pobre pero honesta? ¿víctimas de los españoles que saquearon nuestras riquezas, y si no fuera por eso seríamos hoy una nación próspera? ¿víctimas de nuestro vecino del norte, que nos quitó más de la mitad de nuestro territorio? ¿que gracias a nuestros héroes hemos forjado un país glorioso y que la Revolución Mexicana nos ha llevado por el camino correcto de la reivindicación social de los desposeídos? ¿un pueblo ingenioso, creativo, ocurrente, buenísimo para los chistes, y que nos sabemos reír hasta de la muerte? ¿una nación menos poderosa que los EEUU pero con valores y cultura? ¿un país de la abundancia, con tantas riquezas, tantos recursos que un buen Gobierno sabría encausar al bien de todos?
Desgraciadamente la gran mayoría de lo que nosotros creemos acerca de nosotros mismos es una exageración, una mentira, o una verdad que de tan triste debería avergonzarnos, en lugar de enorgullecernos.
No tenemos 3000 años de historia, sino 190 de historia deshonrosa (y quizá menos años). Es más, nuestra historia es de las más vergonzosas de entre las historias de los 196 países que hay en el mundo. No tenemos en nuestra historia casi nada de qué enorgullecernos.
Cuando hace 190 años, es decir, en 1821 adquirimos nuestra independencia, no teníamos una identidad como nación, no nos asumíamos como mexicanos. Eramos los mestizos (hoy la gran mayoría de nuestra población) del centro del país, los mestizos de otras regiones que no se identificaban con el poder del centro del país, y tanto unos mestizos como otros se sentían fuera de lugar, segregados y despreciados en una nación en la que no se podían asumir ni como españoles (o blancos) ni como indígenas, y tanto españoles como indígenas los despreciaban. Tan grande era la falta de identidad nacional que, salvo una minoría muy pequeña de patriotas, a los mexicanos de entonces no les interesó defender la nación de los invasores extranjeros en 1836, 1847, 1862, 1914. Simplemente, aunque nos duela decirlo, no les interesó. ¿Y por qué habría de interesarles defender una nación que no existía, una identidad nacional que no existía, una mexicanidad que no se había formado? Yo de niño y joven me preguntaba cómo es que unos cuantos miles de estadounidenses en 1847 y de franceses en 1862 (en un país de millones de mexicanos) pudieron conquistar todo a su paso hasta la ciudad de México, e incluso ocupar muchos territorios con el gusto y la complacencia de la población, como en el caso de la mismísima ciudad de México, en que los franceses fueron tan bien recibidos. La respuesta parece ser mucho más sencilla que la pregunta: México como nación no existía y los habitantes no se sentían mexicanos.
Entendiendo esa verdad, podemos entender finalmente la pérdida de los territorios que se anexó EEUU. Si los mexicanos del centro del país no se sentían orgullosos de la nación a la que pertenecían, menos en el caso de los habitantes de Texas, Nuevo México y California. ¿Cómo y por qué se tendrían que sentir mexicanos? ¿Cómo y por qué tendrían que preferir pertenecer a México cuando podían pertenecer a EEUU? ¿Y por qué razón tendrían que aceptar un gobierno que mal administraba sus territorios a tantos miles de kilómetros de distancia, cuando a ese gobierno nunca le interesaron esos territorios? Cuando un pueblo o grupo de pueblos está sometido a una nación con la que no tiene ningún nexo, y ese pueblo se separa, a ese acto se le conoce como independencia, y siempre la independencia de un pueblo es un hecho muy plausible y defendible. Entonces, ¿por qué la indignación de que esos territorios se hayan separado de México, cuando ese hecho nos debería llenar de orgullo ante la realidad de que esas personas obtuvieron su muy legítima y justa libertad? La realidad es que EEUU no nos quitó nada. Y así lo entendieron los mexicanos de esa época, a los que realmente no les importó la pérdida de unos territorios que nunca fueron considerados por ellos ni por nadie como parte legítima de México.
Cuando entendemos la falta de identidad nacional que tenían los mexicanos del siglo XIX, podemos comprender que en la guerra entre los liberales liderados por Benito Juárez y los conservadores de Miramón y compañía, de 1858 a 1861, ambos bandos ofrecieron en bandeja de plata la soberanía del país a naciones extranjeras a cambio de ayuda militar para vencer al grupo contrario. Es decir, no importaba que otro país interviniera en nuestros asuntos, pues no sabíamos ni asumíamos que algo fuera nuestro, ni un territorio, ni una identidad; no eramos mexicanos, y por lo tanto no nos importaba mucho el que los españoles, los franceses o los estadounidenses intervinieran en nuestros asuntos, o se quedaran con parte de los territorios del país.
Resulta sorprendente pensar en que los liberales, con Benito Juárez a la cabeza, cedieran la soberanía de México a otro país, pero la sorpresa nace de la ignorancia de nuestra historia, ignorancia fomentada en el siglo XX por los grupos en el poder, con toda la intención de mantener en la ignorancia a la gente, y falsear toda la historia de México. Benito Juárez envió al más liberal de los liberales, Melchor Ocampo, a Washington a negociar el tratado McLane-Ocampo, el cual fue firmado en Veracruz en 1859, y con el cual a cambio de dinero y reconocimiento por parte del gobierno de EEUU, Juárez concedía a EEUU el derecho a transitar libremente como por territorios propios, desde Arizona hasta la costa de Guaymas, Sonora, también desde Mazatlán, Sinaloa, hasta Matamoros, Tamaulipas, y también desde Coatzacoalcos hasta Tehuantepec, en el Pacífico. ¿Es necesario algún esfuerzo mental para saber el daño que ese tratado le habría hecho a la soberanía de este país al permitir que los EEUU transitaran por norte y sureste del territorio mexicano? ¡Habríamos en poco tiempo perdido lo que hoy son la península de California, Sonora, Chihuahua, Sinaloa, Coahuila, Nuevo León, Tamaulipas, Yucatán, Campeche, Quintana Roo, Tabasco, Chiapas y parte de Veracruz y Oaxaca! Y todo porque Benito Juárez quería ganar una guerra civil, una guerra entre mexicanos. ¿Cómo es que el Benemérito de la Américas hizo algo así? ¡Ah, sí!, es que México no existía aún como nación. Y al pueblo no le importaba lo que pasaba, porque la guerra civil de esos años era ajena a ellos. Luchaban una camarilla liberal en el poder contra un grupo de clase acomodada, conservadores en sus ideas.
Afortunadamente, el Senado de los EEUU no aprobó el tratado McLane-Ocampo, al considerarlo demasiado abusivo, y aquellos legisladores estadounidenses tuvieron la decencia moral de no aprovecharse de este país, aún cuando Juárez les pedía que se aprovecharan, por así convenir a sus intereses.
La nación que se fue forjando a lo largo del siglo XIX fue haciéndose cada vez más homogénea en lo racial (una nación mestiza, mezcla de razas), pero con serios conflictos de identidad.
Nuestra historia, tras tantas décadas de inestabilidad y guerra civil, adquirió estabilidad, continuidad, paz y prosperidad, como consecuencia de la dictadura de Benito Juárez (quien se aferró al poder, reeligiéndose una y otra vez, y sólo muerto soltó el poder), del gobierno estable de Lerdo, y de la dictadura de Porfirio Díaz. Económicamente, esos gobiernos favorecieron un sistema liberal capitalista, en que facilitaron las condiciones para la formación de empresas, la entrada de capital extranjero, la seguridad y paz, la confianza de los empresarios de que podían invertir su dinero y generar empleos, la construcción de carreteras, puertos, ferrocarriles, la implementación de los adelantos científicos y tecnológicos más avanzados del mundo, la educación Primaria y Secundaria obligatoria, la aplicación de las mejores teorías educativas a nivel mundial, que favorecían que en las escuelas se enseñara a pensar y no a memorizar, y se favoreciera la creatividad y el ingenio.
Igual que en todos los países que se industrializaron bajo un régimen liberal capitalista, como EEUU, Inglaterra, Francia, Alemania, Suecia, Holanda, etc., donde sus pueblos vivieron durante largas décadas mucha desigualdad social y económica, y hubo descontento y movilización social en busca de mejores condiciones de trabajo y vida para las clases trabajadoras. Y poco a poco esos países mencionados lograron a través de reformas constitucionales y sociales, extender la prosperidad, la riqueza, a toda o casi toda la población.
En México no tenía por qué ser diferente. Ibamos por el camino correcto. Cuando en 1910 Francisco Madero inició un movimiento militar (una guerra civil, no una revolución) para destituir al presidente Díaz, que se había eternizado en el poder, éste entendió que debía dejar el país para evitar derramamiento de sangre, y a los pocos meses de iniciada la guerra, patrióticamente, Porfirio Díaz renunció y dejó el país, y en una forma relativamente pacífica, Madero convocó a elecciones y se convirtió en el nuevo presidente de México, con lo cual este país proseguía por el camino natural de las naciones que alcanzan su desarrollo: industrialización, libertad económica, riqueza, ahora también, con Madero, libertad política y democracia, y después, por si se continuaba por ese camino, la extensión de la educación a toda la población, reformas sociales, y extensión de la riqueza a todos los sectores.
Pero, en eso, algo salió mal. Estalló la ¿Revolución Mexicana?
Mitos de la Historia de México parte 1
Cada vez se acerca más el momento en que tenga que criticar abiertamente la versión oficial de la Historia de México que se enseña en las escuelas, por obra y gracias del Gobierno federal (en tiempos del PRI), por la manipulación de pretendidos intelectuales, por la mente fantasiosa de millones de bienintencionados, y por la complicidad de profesores y padres de familia.
No es mi intención iniciar una lucha verbal que seguramente no puede llegar a algo relevante, y no puedo pretender que el hablar influya significativamente en nadie más allá de mi esposa y mis hijos, pero, por una cuestión de conciencia, no puedo quedarme callado cuando leo y escucho las mentiras que se buscan transmitir a mis hijos en la escuela (hasta donde sé es un problema con todas las escuelas del país).
Se les enseña que los españoles nos conquistaron en 1521, siendo que a quienes conquistaron fue a los aztecas que vivían en el Anáhuac. México no existía, y no había ninguna conciencia de unidad entre los pueblos que habitaban lo que hoy es México. Incluso, varios pueblos se dejaron conquistar con facilidad, y/o ayudaron a los españoles a vencer a los aztecas.
Se les dice que la Independencia de México ocurrió el 16 de septiembre de 1810, cuando en realidad ocurrió el 28 de septiembre de 1821, cuando un día después de entrar el ejército trigarante a la ciudad de México, se firmó el acta de Independencia.
Mi esposa me preguntó, con mucha inteligencia, que qué pasó el 4 de julio de 1776, que es la fecha en que los Estados Unidos de América festejan su independencia, y la respuesta es que fue, no la fecha de inicio de su guerra de independencia, sino la de firma de su acta de independencia, tras la cual inició una rebelión que se configuró más que en acciones militares, en un cambio de mentalidad de los colonos americanos, que comenzaron a sentirse libres y desde entonces dejaron de obedecer a las autoridades coloniales, y la guerra continuó ininterrumpidamente hasta que Inglaterra dejó, derrotada, las armas.
En México no ocurrió el 16 de septiembre de 1810 nada parecido a lo que ocurrió en EEUU, pues Hidalgo, Allende y compañía ni proclamaron la independencia de México, ni entendían el concepto de México, ni querían separarse de España.
Es imposible saber exactamente qué dijo Hidalgo esa madrugada, pero las versiones directas o indirectas manifestadas por el obispo de Valladolid, Abad y Queipo, por historiadores de la época, como Lucas Alamán, y por los propios Hidalgo, Allende, Aldama y Abasolo, indican que el grito de Dolores debió ser algo así como: "Viva la Religión, viva nuestra Madre Santísima de Guadalupe, viva Fernando VII, muera el mal Gobierno". Esta declaración, es demasiado significativa, puesto que implica que los primeros insurgentes no proclamaron la independencia de nada, pues cómo iban a querer independizarse de España, cuando gritaban vivas al rey de España. Asimismo, testimonios de la época, incluidos de Aldama, señalan que esos insurgentes buscaron despertar la conciencia de las autoridades virreinales de que no podía jurarse obediencia a España, cuando España era en ese momento un dominio francés (de Napoleón), y que una vez que España recobrara su independencia, los insurgentes y el gobierno virreinal tendrían que volver a subordinarse al rey español. ¡En ningún momento los primeros insurgentes buscaron cortar el vínculo con España, sino a lo más, mejores condiciones de vida y de trabajo para los criollos, es decir, para los españoles nacidos en América!
Se les dice que el pueblo se unió a la causa justa de los insurgentes, y esa fue una gran mentira. Sólo una pequeñísima fracción del pueblo se unió a la causa insurgente, pues el pueblo vivía en lo general conforme con su situación social y económica, y a la escasa gente que se les unió lo único que les interesaba era sacar provecho del desorden, lo que lograron mediante el saqueo de las poblaciones vencidas. Por eso la gente le tenía miedo y desprecio a los primeros insurgentes, pues no eran otra cosa que bandidos y saqueadores. La realidad es que los únicos interesados en rebelarse eran un reducido grupo de españoles americanos que deseaban ocupar los puestos que se les daban, por gracia de su lugar de nacimiento, a los españoles peninsulares, es decir, a los nacidos en España. Y es que la gran mayoría de los jefes insurgentes, no sólo del inicio, sino de toda la guerra, eran criollos, es decir, españoles nacidos en América.
Se les dice que los insurgentes estaban unidos, lo cual es una gigantesca mentira. Allende y los demás jefes insurgentes se cansaron muy pronto del liderazgo de Hidalgo, que fomentaba el odio en sus tropas, y les toleraba que saquearan todo a su paso, con todo lo que implicaba el saqueo de las ciudades tomadas por las armas, que era robar, matar y violar. Todo eso permitía Hidalgo.
Podría tomarse como fecha de la independencia de México la proclamación de independencia que hizo Morelos el 6 de noviembre de 1813 (esa sí fue una proclama de independencia, lo cual hace pensar que Morelos y los intelectuales que se le agruparon fueron los primeros en desear la independencia del territorio), pero esa proclama no condujo a nada, pues en 1815 Morelos fue fusilado, y a mediados de 1816 la guerra de independencia ya había de hecho acabado. Una guerra que abarcó, en realidad, de 1811 cuando Morelos toma las armas, a 1816. Y después, la nada. Simplemente, la guerra acabó. ¿Y por qué tan pronto acabó esa malograda guerra? La respuesta es tan dolorosa para tantos patriotas y patrioteros fantasiosos que pretenden ignorarla: porque el pueblo en realidad no luchó por la independencia de México. Los únicos que la buscaban eran los criollos. El pueblo que les llegó a seguir lo hizo sólo por conveniencia, para ver qué sacaban de provecho. Y ese pueblo falto de ideas, a las primeras de cambio, se espantó, y desertó.
Y de repente, en 1821, después de 4 años y pico sin guerra, Iturbide decidió cambiar de bando, al darse cuenta de que podría contar con los suficientes apoyos entre otros criollos también cansados de que los españoles nacidos en España les ganaran los mejores puestos, y efectivamente, todos se le comenzaron a unir (a él sí se le unieron, porque no lo animaba el odio como a Hidalgo, y buscaba la unión; a él no le tuvieron miedo, pues él sí era una persona confiable) y las propias autoridades virreinales aceptaron como algo inevitable la separación de España.
Se les dice que los héroes de la independencia de México fueron Hidalgo, Allende, Aldama, doña Josefa, Morelos, Bravo, Guerrero, Mina, y otros héroes menores, y lo cierto es que de ellos los únicos héroes fueron de Morelos en adelante, ya que los primeros insurgentes no lucharon por ninguna independencia, y que falta el más importante de todos, Agustín de Iturbide, quien siendo un general prestigioso y con un gran futuro, arriesgó todo lo que tenía, por un proyecto arriesgado, y le salió muy bien, al grado de que la inercia de los acontecimientos lo llevó a ser coronado emperador de la nueva nación (aunque después le fue mal, pues la envidia y las ansias de poder de otros personajes, incluidos los que fueron jefes insurgentes, hizo que lo obligaran a abdicar y abandonar el país, lo declararan sin ninguna razón traidor a la patria, y lo fusilaran cuando regresó al país, ignorante de que estaba amenazado de muerte si volvía a pisar territorio nacional, el suelo de la nación que él fundó).
Por cierto que la proclama de independencia fue del territorio conocido como "América Septentronal", pues en ese entonces México sólo era, geográfica y culturalmente el centro de nuestro país actual, e indebidamente el nuevo país se adjudicó como suyas áreas que muy poco tenían en común con el resto, como el norte de nuestro actual país, los amplísimos Nuevo México, Texas y California, la península de Yucatán, Chiapas y Centroamérica. Por eso es que cuando Centroamérica decidió no formar parte de la nueva nación con sede en la ciudad de México, no fue una declaración de independencia de su parte, pues no podían separarse de aquello de lo que nunca formaron parte. Y es por eso que cuando en guerra perdimos oficialmente los territorios entonces conocidos como Nuevo México y California, y antes de eso Texas, en realidad no debemos considerar que los perdimos pues, fuera de una declaración oficial de pertenencia, en realidad nunca formaron parte de la nueva nación mexicana, con la cual no tenían prácticamente ningún nexo, y no tenían más vínculos que los que Chile o Colombia tenían con México. Dicen que si tú amas algo, déjalo ir, y si regresa es tuyo, si no, nunca lo fue. Bueno, pues esos territorios se fueron y no quisieron regresar, porque nunca fueron de México. Tan fácil como eso.
No es mi intención iniciar una lucha verbal que seguramente no puede llegar a algo relevante, y no puedo pretender que el hablar influya significativamente en nadie más allá de mi esposa y mis hijos, pero, por una cuestión de conciencia, no puedo quedarme callado cuando leo y escucho las mentiras que se buscan transmitir a mis hijos en la escuela (hasta donde sé es un problema con todas las escuelas del país).
Se les enseña que los españoles nos conquistaron en 1521, siendo que a quienes conquistaron fue a los aztecas que vivían en el Anáhuac. México no existía, y no había ninguna conciencia de unidad entre los pueblos que habitaban lo que hoy es México. Incluso, varios pueblos se dejaron conquistar con facilidad, y/o ayudaron a los españoles a vencer a los aztecas.
Se les dice que la Independencia de México ocurrió el 16 de septiembre de 1810, cuando en realidad ocurrió el 28 de septiembre de 1821, cuando un día después de entrar el ejército trigarante a la ciudad de México, se firmó el acta de Independencia.
Mi esposa me preguntó, con mucha inteligencia, que qué pasó el 4 de julio de 1776, que es la fecha en que los Estados Unidos de América festejan su independencia, y la respuesta es que fue, no la fecha de inicio de su guerra de independencia, sino la de firma de su acta de independencia, tras la cual inició una rebelión que se configuró más que en acciones militares, en un cambio de mentalidad de los colonos americanos, que comenzaron a sentirse libres y desde entonces dejaron de obedecer a las autoridades coloniales, y la guerra continuó ininterrumpidamente hasta que Inglaterra dejó, derrotada, las armas.
En México no ocurrió el 16 de septiembre de 1810 nada parecido a lo que ocurrió en EEUU, pues Hidalgo, Allende y compañía ni proclamaron la independencia de México, ni entendían el concepto de México, ni querían separarse de España.
Es imposible saber exactamente qué dijo Hidalgo esa madrugada, pero las versiones directas o indirectas manifestadas por el obispo de Valladolid, Abad y Queipo, por historiadores de la época, como Lucas Alamán, y por los propios Hidalgo, Allende, Aldama y Abasolo, indican que el grito de Dolores debió ser algo así como: "Viva la Religión, viva nuestra Madre Santísima de Guadalupe, viva Fernando VII, muera el mal Gobierno". Esta declaración, es demasiado significativa, puesto que implica que los primeros insurgentes no proclamaron la independencia de nada, pues cómo iban a querer independizarse de España, cuando gritaban vivas al rey de España. Asimismo, testimonios de la época, incluidos de Aldama, señalan que esos insurgentes buscaron despertar la conciencia de las autoridades virreinales de que no podía jurarse obediencia a España, cuando España era en ese momento un dominio francés (de Napoleón), y que una vez que España recobrara su independencia, los insurgentes y el gobierno virreinal tendrían que volver a subordinarse al rey español. ¡En ningún momento los primeros insurgentes buscaron cortar el vínculo con España, sino a lo más, mejores condiciones de vida y de trabajo para los criollos, es decir, para los españoles nacidos en América!
Se les dice que el pueblo se unió a la causa justa de los insurgentes, y esa fue una gran mentira. Sólo una pequeñísima fracción del pueblo se unió a la causa insurgente, pues el pueblo vivía en lo general conforme con su situación social y económica, y a la escasa gente que se les unió lo único que les interesaba era sacar provecho del desorden, lo que lograron mediante el saqueo de las poblaciones vencidas. Por eso la gente le tenía miedo y desprecio a los primeros insurgentes, pues no eran otra cosa que bandidos y saqueadores. La realidad es que los únicos interesados en rebelarse eran un reducido grupo de españoles americanos que deseaban ocupar los puestos que se les daban, por gracia de su lugar de nacimiento, a los españoles peninsulares, es decir, a los nacidos en España. Y es que la gran mayoría de los jefes insurgentes, no sólo del inicio, sino de toda la guerra, eran criollos, es decir, españoles nacidos en América.
Se les dice que los insurgentes estaban unidos, lo cual es una gigantesca mentira. Allende y los demás jefes insurgentes se cansaron muy pronto del liderazgo de Hidalgo, que fomentaba el odio en sus tropas, y les toleraba que saquearan todo a su paso, con todo lo que implicaba el saqueo de las ciudades tomadas por las armas, que era robar, matar y violar. Todo eso permitía Hidalgo.
Podría tomarse como fecha de la independencia de México la proclamación de independencia que hizo Morelos el 6 de noviembre de 1813 (esa sí fue una proclama de independencia, lo cual hace pensar que Morelos y los intelectuales que se le agruparon fueron los primeros en desear la independencia del territorio), pero esa proclama no condujo a nada, pues en 1815 Morelos fue fusilado, y a mediados de 1816 la guerra de independencia ya había de hecho acabado. Una guerra que abarcó, en realidad, de 1811 cuando Morelos toma las armas, a 1816. Y después, la nada. Simplemente, la guerra acabó. ¿Y por qué tan pronto acabó esa malograda guerra? La respuesta es tan dolorosa para tantos patriotas y patrioteros fantasiosos que pretenden ignorarla: porque el pueblo en realidad no luchó por la independencia de México. Los únicos que la buscaban eran los criollos. El pueblo que les llegó a seguir lo hizo sólo por conveniencia, para ver qué sacaban de provecho. Y ese pueblo falto de ideas, a las primeras de cambio, se espantó, y desertó.
Y de repente, en 1821, después de 4 años y pico sin guerra, Iturbide decidió cambiar de bando, al darse cuenta de que podría contar con los suficientes apoyos entre otros criollos también cansados de que los españoles nacidos en España les ganaran los mejores puestos, y efectivamente, todos se le comenzaron a unir (a él sí se le unieron, porque no lo animaba el odio como a Hidalgo, y buscaba la unión; a él no le tuvieron miedo, pues él sí era una persona confiable) y las propias autoridades virreinales aceptaron como algo inevitable la separación de España.
Se les dice que los héroes de la independencia de México fueron Hidalgo, Allende, Aldama, doña Josefa, Morelos, Bravo, Guerrero, Mina, y otros héroes menores, y lo cierto es que de ellos los únicos héroes fueron de Morelos en adelante, ya que los primeros insurgentes no lucharon por ninguna independencia, y que falta el más importante de todos, Agustín de Iturbide, quien siendo un general prestigioso y con un gran futuro, arriesgó todo lo que tenía, por un proyecto arriesgado, y le salió muy bien, al grado de que la inercia de los acontecimientos lo llevó a ser coronado emperador de la nueva nación (aunque después le fue mal, pues la envidia y las ansias de poder de otros personajes, incluidos los que fueron jefes insurgentes, hizo que lo obligaran a abdicar y abandonar el país, lo declararan sin ninguna razón traidor a la patria, y lo fusilaran cuando regresó al país, ignorante de que estaba amenazado de muerte si volvía a pisar territorio nacional, el suelo de la nación que él fundó).
Por cierto que la proclama de independencia fue del territorio conocido como "América Septentronal", pues en ese entonces México sólo era, geográfica y culturalmente el centro de nuestro país actual, e indebidamente el nuevo país se adjudicó como suyas áreas que muy poco tenían en común con el resto, como el norte de nuestro actual país, los amplísimos Nuevo México, Texas y California, la península de Yucatán, Chiapas y Centroamérica. Por eso es que cuando Centroamérica decidió no formar parte de la nueva nación con sede en la ciudad de México, no fue una declaración de independencia de su parte, pues no podían separarse de aquello de lo que nunca formaron parte. Y es por eso que cuando en guerra perdimos oficialmente los territorios entonces conocidos como Nuevo México y California, y antes de eso Texas, en realidad no debemos considerar que los perdimos pues, fuera de una declaración oficial de pertenencia, en realidad nunca formaron parte de la nueva nación mexicana, con la cual no tenían prácticamente ningún nexo, y no tenían más vínculos que los que Chile o Colombia tenían con México. Dicen que si tú amas algo, déjalo ir, y si regresa es tuyo, si no, nunca lo fue. Bueno, pues esos territorios se fueron y no quisieron regresar, porque nunca fueron de México. Tan fácil como eso.
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