Me intereso por el proceso electoral del 6 de noviembre de 2012, en que se elegirá al presidente de los EEUU por los siguientes 4 años entre el demócrata Barack Obama, quien busca su segundo cuatrienio en el poder, y el republicano Mitt Romney.
Presiento que es un momento importante en el destino del mundo por los siguientes 4 años.
Se dice que las diferencias al interior de los EEUU en áreas como economía, impuestos, sistemas de salud y seguridad social, seguridad, libertades, derechos humanos, son cada vez menores; que cada vez se parecen más los 2 partidos principales de esa nación.
Se dice que la principal diferencia entre los presidentes emanados de cada partido político es su postura hacia fuera de los EEUU. Los republicanos siguen el destino manifiesto de que es deber de los EEUU imponer su ideología basada en los principios liberales, democráticos y cristianos que tanto distinguen, generalmente para bien, al ciudadano estadounidense modelo. Los demócratas buscan entender las otras ideologías partiendo del principio universal de la tolerancia, y aún considerándose superiores a los ciudadanos de otras partes del mundo, admiten que la mejor forma de vencer es convencer.
Pareciera una diferencia muy sutil, pero es tan grande como la distancia entre generar el odio, la antipatía o el desprecio en el resto del mundo por una actitud imperialista, y provocar en el resto del mundo empatías y deseos de comprensión y cooperación.
Pienso, creo, siento que de este proceso electoral dependen las páginas que se escribirán en los libros de Historia de al menos los siguientes 4 años.
Para saciar mi interés de estar en la noticia, busco en los periódicos nacionales información que me llene.
El Universal: "Alertan sobre nueva droga sintética", "DF, atlas de las nuevas vialidades", "Retoman debate de la reforma laboral, "SEP, fracasa combate al rezago educativo"; la quinta noticia del día, finalmente habla del tema.
Excelsior: "Diputados discutirán hasta el martes minuta de reforma laboral", "Exige Moreira pruebas de que el Lazca ordenó la muerte de su hijo", y así interminablemente. La mayor noticia sobre las elecciones en EEUU es "Ricky Martin apoya a Obama".
En el Reforma es lo mismo.
¿Tal vez nadie les ha avisado de que la nación más importante, poderosa e influyente del mundo elegirá gobernante para los siguientes 4 años?
¿Tal vez lo saben pero no le dedican mayor atención porque piensan o saben que esa noticia no llama la atención en México?
Me remito a algunos periódicos extranjeros, y lo mismo Le Monde, The Globe, The Guardian, y el País (que dedica una cobertura admirablemente completa y analítica) ofrecen amplia información sobre lo que está por ocurrir en los EEUU.
El 7 de noviembre de 2000 me encontraba en San Antonio y me entretuve bastante siguiendo la cobertura televisiva de las elecciones de ese año (las más reñidas en la historia de ese país), fascinado por el curioso mapa en rojo y azul de los 50 estados de EEUU.
A pesar de mi fascinación por ese ejercicio democrático, no lograba comprender el proceso electoral de la renovación del Ejecutivo federal. A la fecha aún no lo entiendo bien, pero he avanzado un poco para salir de la ignorancia.
Cada estado de ese país recibe un número de votos electorales, que depende, básicamente, del tamaño de su población. De forma que California, tan poblada, tiene 55 votos electorales, mientras que varios estados como poca población, como Delaware o Vermont, sólo tienen 3 votos electorales.
Como dato, después de California siguen, en votos, Texas con 34, New York con 31 y Florida con 27.
Si el candidato demócrata, por ejemplo, en New York le gana a su rival por una amplia diferencia, se lleva los 31 votos electorales de ese estado.
Si, en un segundo ejemplo, el candidato republicano supera por 1 voto a su contrincante demócrata en el estado de Florida, se queda con los 27 votos de ese estado.
De esta forma, cuando se anuncia en las horas posteriores al cierre de la elección, que un candidato tiene una victoria irreversible, digamos en California, se le asignan en automático los 55 votos electorales de ese estado.
Este original y antiguo sistema parte de la convicción que los estadounidenses han tenido, desde que surgieron como nación en 1776, de que cada estado es libre y soberano, con un grado de autonomía tal respecto a sus vecinos y al Gobierno Federal, que puede imponer sus propias leyes. Los ciudadanos de cada estado comparten un sentido de pertenencia que los hace enorgullecerse de todo lo local, casi al mismo nivel que el orgullo nacional.
En muy pocas partes del mundo (¿en ninguna otra parte del mundo?) se da una identidad única y tan aceptada, como la que experimentan los ciudadanos de un determinado estado de la Unión Americana.
Cuando he estado en algún estado de ese país, he podido admirar la bandera y el nombre de ese estado por todas partes, en un despliegue de colores y texturas, en aeropuertos, carreteras, bancos, oficinas, casas, pastelerías, heladerías, por todas partes. Es probable que un visitante del espacio que de repente aterrizara en Arizona, encuentre 10 veces la palabra Arizona, antes de ver un letrero de USA, al grado de quedar convencido de haber llegado a un país llamado Arizona.
Con tamaño orgullo local, no es de extrañar que, desde su fundación, los estadounidenses hayan llegado a un compromiso por el que cada estado decidirá a través de los votos qué candidato presidencial prefieren, y a continuación, ese estado ofrecerá la totalidad de los votos electorales que le correspondan, a ese candidato. Por ejemplo, si somos ciudadanos de Illinois, y el candidato demócrata ganó en este estado por sólo 50 votos de diferencia, todos los ciudadanos de este estado olvidamos las diferencias de la contienda y le damos nuestros 20 votos electorales al candidato demócrata, esto es, anunciamos al resto de la nación que nosotros, ciudadanos de Illinois, hemos decidido votar por "fulanito".
Ese sistema electoral podrá gustar o no, pero nadie le podrá negar a los estadounidenses el ser una verdadera federación de estados, en toda la extensión del término "federación", que implica la voluntad que expresan entidades libres y soberanas, de asociarse como resultado de intereses comunes, pero sin perder su carácter autónomo y soberano.
Ese sistema de gobierno federal causó una profunda impresión y admiración en personajes de la historia de México, que arriesgaron su vida y la de sus familias, con tal de darle a México algo similar. Guadalupe Victoria, Vicente Guerrero, Valentín Gómez Farías, Juan Álvarez, Benito Juárez, Melchor Ocampo, Ignacio de la Llave, Guillermo Prieto, y muchos más, lucharon por hacer de México una auténtica federación. Ganaron. Pero perdieron, porque no se puede crear algo de la nada, y no era factible crear una Federación donde no había entidades con verdadero sentido de libertad y autonomía. El país terminó siendo, de nombre, una república federal, pero en realidad una república centralista, donde todo el poder emana del centro del país, y todas las decisiones dependen de un gobierno central fuerte y arbitrario. Ganó Santa Anna, perdió Juárez.
El Benemérito de las Américas tuvo muchos defectos, como el pretender vender la mitad del país a otra nación (EEUU) a cambio de apoyo económico y reconocimiento internacional. También tuvo muchas virtudes, y una de ellas fue querer para México (lo que quedara de México después de que vendiera la mitad) lo que vio que funcionaba tan bien en los EEUU.
Desgraciadamente, el sueño utópico de los federalistas mexicanos del siglo XIX no se pudo hacer realidad. En EEUU es una realidad desde hace 236 años.
En México nos invade la nostalgia del México que nunca fue (el del federalismo) y, a la vez, el orgullo del México que somos (el del Gobierno central, piramidal, paternal, el del papá Gobierno, al que hay que acercarse para ver si "nos salpica algo" a las periferias, el de dádivas y obsequios, la teta de la cual tantos sueñan mamar, para no trabajar).
Los ojos del mundo, con recelo, envidia, fascinación, están puestos en EEUU y sus instituciones. Los de México, no tanto.
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