domingo, 11 de noviembre de 2012

Anton Luli, poner la otra mejilla, perdón, dignidad humana y amor, parte 2


La excepcional historia de Anton Luli, de la que hablé en la parte 1, lleva al extremo los principios cristianos del amor, la humidad y el perdón que introdujo en el mundo judío Jesús hace 20 siglos.
Hay que tomar en cuenta que las revolucionarias ideas de Jesús, opuestas a lo dicho en el Pentateuco judío, forman el eje de la doctrina de Jesús.
Sin estas ideas de Jesús, es poco lo que distingue sus ideas de las de los profetas del Antiguo Testamento. Lo novedoso de Jesús es que enseñó a perdonar.
Mt 6, 38-46: “Han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no enfrenten al que les hace mal; al contrario, a quien te abofetea en la mejilla derecha, preséntale también la otra.
Han oído que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos”.
Lc 6, 27-34: “Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. Al que te hiera en una mejilla, ofrécele también la otra.
Traten a los demás como quieren que ellos los traten a ustedes. Si aman a quienes los aman, ¿qué mérito tienen? Si hacen el bien a quien los trata bien a ustedes, ¿qué mérito tienen? Ustedes amen a sus enemigos”.
¡Qué virtud tan extraordinaria se necesita para vivir como Jesús nos lo exige!
Si alguien piensa que es cristiano, o católico, como sea que se considere, y piensa que no está obligado a practicar lo dicho por Jesús, no es un verdadero cristiano. Porque ser cristiano no es ir a misa, practicar los sacramentos, estar casado por la Iglesia, leer la Biblia, o criticar a la personas de otras religiones.
Ser cristiano es seguir a Cristo.
Cristo nos dice que seguirlo es creer en su Palabra.
Quien se asume cristiano, pero no cree en todo lo que Cristo dijo, incluso el poner la otra mejilla, es un hipócrita, un mentiroso, o un mal cristiano.
Yo creo que soy un mal cristiano, porque me cuesta seguir lo que dijo Jesús (siguiendo el texto evangélico, yo sería aquél al que Jesús dijo “sígueme” y no lo siguió).
Cuando un niño golpea a otro, lo más normal es que:
a) éste no devuelva la agresión, y trate de dejar así las cosas,
b) no devuelva la agresión, y acuse al agresor,
c) devuelva la agresión.
Cuando los padres de un niño agredido se enteran de la agresión, lo más normal es que:
a) Le digan que debe poner la otra mejilla y perdonar.
b) Le digan que no responda a la agresión pero hay que acusar al agresor.
c) Le digan que no se deje y a la próxima le responda (que le pegue más fuerte).
A pesar de que hay muchos padres que están convencidos que hay que responder golpe con golpe, ojo por ojo, diente por diente, estoy convencido de que el mal genera más mal.
Si mi hijo me dijera que lo golpearon, una pequeña parte de mí se sentiría encantada de que le hubiera respondido con un golpe. Un deseo interno de tomar la justicia por las propias manos. Supongo que no soy tan buena persona como quisiera.
Yo me pregunto si el poner la otra mejilla no va contra la dignidad humana.
Yo supongo de que de muchacho no fui una persona muy digna, pues las agresiones verbales y morales que sufrí, me achicaron y no supe contestar como considero que debí haber hecho.
El no contestar pudiera haber parecido para algún observador externo una muestra de humildad cristiana, tal como lo predicó Jesús. La realidad era que yo no tenía la suficiente confianza en mí mismo, en mi valía como persona, como para haber sabido y podido responder a las agresiones.
¿Pero qué hubiera pasado si yo hubiera tenido más confianza en mí mismo? ¿Qué hubiera pasado si yo realmente me hubiera amado y aceptado como ser humano valioso, y conscientemente hubiera optado por el camino del perdón? Yo podría, en ese caso, haber decidido perdonar la agresión, amar al agresor al tratar de comprenderlo, y dirigirle alguna palabra amistosa surgida de mi convicción de que todos somos seres humanos maravillosos, inclusive el que agrede.
Al actuar de esa manera yo me habría elevado como persona por encima del agresor, pero sólo si mi actitud surgía de mi convencimiento y amor genuino.
Muchos habrían pensado que al mostrar sólo amor y perdón, estaría rebajándome. Yo creo que esa actitud me habría puesto por encima del agresor, y hubiera resaltado mi dignidad humana.
La dignidad es mostrar valía. La valía surge del convencimiento del propio valor.
En ese sentido, muestra igual dignidad quien ama y perdona, quien no perdona y agrede, y quien no perdona y acusa.
La diferencia es que quien agrede se deja dominar por la ira, y quien no agrede tiene la virtud de dominar la ira.
La otra diferencia es que quien acusa, cree que una autoridad superior será la adecuada para dirimir los problemas, mientras que quien no acusa sino que devuelve agresión con amor, tiene la valentía de querer cambiar las cosas.
En un sistema judicial, el sentenciado por la  autoridad probablemente acumulará resentimiento y será una amenaza para los demás; probablemente también, al salir, será un peligro potencial para todos.
La única forma de llegar a una solución de este problema social es que el amor y el perdón del agredido operen en el agresor una transformación interior.
La sociedad no necesita odio, agresión, ni castigos, sino conversión.
Tal vez, después de todo, Jesús tenía la verdadera respuesta a todos nuestros problemas.
La solución es el amor.
“All you need is love” como anunciaron The Beatles.
Tristemente es tan difícil amar al prójimo de verdad, que pareciera una utopía.
Al ver personas como Anton Luli pareciera, sin embargo, que ni la más hermosa de las utopías es imposible.
Regresando en el tiempo veintitantos años, ¡cómo me gustaría haber entonces reflexionado y creído estas ideas!
Me pregunto si hoy aún pudiera yo hacer algo.
El cambio comienza por uno.

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