Hay dos formas de leer la Biblia, con la mente, y con el corazón. Quien la lee sólo con la mente la desdeña por su carencia de veracidad histórica. Quien la lee sólo con el corazón se imbuye de la misma fe ciega que tantas guerras en nombre de Dios ha provocado. Yo creo que a la Biblia hay que leerla con la mente y con el corazón.
Los libros de la Biblia fueron escritos por personas muy inteligentes y, frecuentemente, muy buenas, que vivieron en un entorno en el cual lo importante no era la fidelidad histórica sino la transmisión de un mensaje.
El autor se asumía como transmisor de la palabra de Dios, pero partiendo de que Dios está en todas partes, incluyendo en nosotros mismos, cuando decían que era palabra de Dios, lo que realmente decían era que estaban escribiendo de sus más profundas convicciones, y que sentían que Dios formaba parte de todos sus actos y pensamientos.
Las personas ilustradas de esas épocas así lo entendieron, y comprendieron bien el mensaje de los autores.
Entre otros sectores de un público menos culto o más ignorante, así como en épocas posteriores, la “palabra de Dios” ha sido tomada en el sentido literal de la palabra, y por ello la Biblia es el conjunto de libros en cuyo nombre más guerras y asesinatos se han perpetrado.
Creo que cada libro debe ser entendido en su contexto y hace falta entender a su autor o autores, su personalidad, y qué lo motivó a escribir.
Uno de los autores más interesantes es Isaías, el principal de los profetas mayores por su influencia en reyes y la trascendencia de sus profecías sobre la venida del Mesías.
Isaías es un profeta de conversión, muy probablemente un sacerdote de Jerusalén con convicciones muy profundas y un corazón muy grande, con todas las connotaciones humanas, incluyendo la ira, la esperanza, la fe, la tristeza, la alegría, la ternura, la compasión.
Es un profeta tremendamente humano. Más allá del sentido religioso de lo que dice, y de la veracidad de lo que dice, o de cuánto creamos en la validez de sus profecías; más allá de si somos católicos, judíos, cristianos, religiosos o incluso creyentes en Dios, sus palabras denotan a un ser humano que habla con la mano en el corazón, un poeta que sabe decir algunas de las frases más bellas de la literatura mundial, llenas de poesía inspiradas por la profundidad de su sentir.
Isaías es, sin duda, un hombre que siente lo que dice, profundamente valiente para emitir críticas tan feroces, intensamente creyente para jurar promesas tan arriesgadas, y en extremo sensible para decir palabras tan tiernas.
Isaías sabe ser duro en su mensaje, sacudir a quien le escucha, no darle tregua ni un instante para dejar muy en claro su punto (Is 1, 4-6 y en 1, 13):
¡Ay, gente pecadora, pueblo cargado de crímenes,
raza de malvados, hijos perversos!...
¿Dónde quieren que les pegue ahora,
ya que siguen rebeldes?
Tienen toda la cabeza dolorida,
El corazón entero apenado,
desde la planta de los pies hasta la cabeza
no les queda nada sano;
sólo heridas, golpes, llagas vivas
que no han sido envueltas ni vendadas
ni aliviadas con aceite.
Déjense de traerme ofrendas inútiles;
¡el incienso me causa horror!
Lunas nuevas, sábados, reuniones,
¡ya no soporto más sacrificios ni fiestas!
Sin duda es discutible el valor didáctico de un discurso tan duro y cargado de odio, pero considerando que eran otros tiempos, en que la violencia era aceptada, y en los cuales era muy común ese tipo de lenguaje, antes de condenar estas palabras se deben entender en su contexto.
De cualquier forma, aunque no agrada la elección de las palabras, nos muestran a un sacerdote que habla con sinceridad, y dice lo que le nace aún a sabiendas de que le va a acarrear críticas y enemistades. Dice lo que su conciencia le dicta. Y se esfuerza en verdad por resultar duro y desagradable, pues Isaías cree que sólo así puede provocar un cambio de paradigmas en sus “hijos”, el pueblo de Judá (¿el fin justifica los medios? así pareciera creerlo Isaías).
En Is 1, 18:
Ahora Yavé les dice:
“Vengan, para que arreglemos cuentas.
Aunque sus pecados sean colorados,
quedarán blancos como la nieve;
aunque sean rojos como púrpura,
se volverán como lana blanca”.
Hay un pasaje muy significativo del libro de Isaías (Is 6, 1-13) en el que el profeta habla de sí mismo, lo cual no es lo más común, pues los profetas casi siempre hablaban como portavoces de Dios, como si Dios mismo es quien pronunciara esas palabras, pero Isaías nos brinda de primera mano su sentir personal de su llamado, su interpretación sobre el origen de su misión como profeta.
Mucha gente, al leer pasajes como el de ese capítulo 6, cree reafirmar su convicción de que los libros de la Biblia fueron escritos por una bola de lunáticos o mentirosos, o ambas cosas, que se imaginaban haber hablado con Dios, o decían que habían hablado con Dios. A mi entender, la Biblia no debe verse como un libro histórico, pues los judíos no tenían ningún sentido de la historia como género literario; no veían ningún valor en describir literalmente los sucesos pasados; en cambio, para ellos todo era poesía y metáfora, y el sentido figurado inundaba su mundo, tanto por su riqueza estética, como por su utilidad didáctica en la búsqueda de dejar un mensaje o una enseñanza.
De la misma forma, cuando Isaías habla de su encuentro con Dios, lo que dice es que él siente, vive a Dios, de una manera íntima y personal, y quien nos habla no es su mente ni sus recuerdos, sino su corazón:
El año en que murió el rey Ozías, vi al Señor sentado en un trono elevado y alto, y el ruedo de su manto llenaba el Templo…
Yo exclamé: ¡Ay de mí, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros…
Entonces voló hacia mí uno de los serafines. Tenía un carbón encendido que había tomado del altar con unas tenazas, tocó con él mi boca y dijo:
“Mira, esto ha tocado tus labios, tu falta ha sido perdonada y tu pecado, borrado”.
Y oí la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré, y quien irá por nosotros?” Y respondí: “Aquí me tienes, mándame a mí”
El profeta siente a Dios “angustiado” de no tener a quien mandar y él deja todo y sigue a Dios. Ese párrafo me recuerda el llamado de Jesús, siglos después: “Sígueme”.
Y la metáfora del carbón encendido nos habla del fuego interior de Isaías, y del arrepentimiento profundo por sus antiguas faltas.
Isaías asume su oficio de poeta en una forma muy clara en Is 11, 1-8:
Una rama saldrá del tronco de Jesé…
No juzgará por las apariencias
ni se decidirá por lo que se dice,
sino que hará justicia a los débiles
y defenderá el derecho de los pobres del país.
Su palabra derribará al opresor,
el soplo de sus labios matará al malvado…
El lobo habitará con el cordero,
el puma se acostará junto al cabrito,
el ternero comerá al lado del león
y un niño chiquito los cuidará.
La vaca y el oso pastarán en compañía
y sus crías reposarán juntas.
Uno podrá creer o no que estas palabras se refieren a la futura venida de Jesús, pero la convicción de Isaías de que el Mesías no traería guerra sino paz resulta un shock cultural en los tiempos aquellos.
Un siglo después un nuevo profeta escribe al pueblo de Israel que fue desterrado a Babilonia. Se desconoce su verdadera identidad, pero la tradición judía incorporó sus palabras al mismo libro de Isaías (es el llamado segundo Isaías) y sus palabras transpiran una sensibilidad "muy Isaías" (Is 49, 13-16):
Y Sión decía: “Yavé me ha abandonado
y el Señor se ha olvidado de mí”.
Pero ¿puede una mujer olvidarse del niño que cría,
o dejar de querer al hijo de sus entrañas?
Pues bien, aunque alguna lo olvidase,
yo nunca me olvidaría de ti.
Mira cómo te tengo grabada en la palma de mis manos.
En Is 52, 13-15 y en Is 53, 1-12 el autor despliega una candidez que inspira simpatía, abre totalmente su alma para transmitir su fe, su esperanza en un mundo nuevo, y vuelca admirablemente en palabras su alma, lo que muestra un Isaías irresistible.
Ahora llega para mi servidor la hora del éxito;
será exaltado, y puesto en lo más alto.
Así como muchos quedaron espantados al verlo,
pues estaba tan desfigurado,
que ya no parecía un ser humano
así también las naciones se asombrarán,
y los reyes quedarán sin palabras al ver lo sucedido,
No tenía brillo ni belleza para que nos fijáramos en él,
y su apariencia no era como para cautivarnos.
Despreciado por los hombres y marginado,
hombre de dolores y familiarizado con el sufrimiento,
semejante a aquéllos a los que se les vuelve la cara,
no contaba para nada y no hemos hecho caso de él.
Ojo con el significado figurativo implícito en los siguientes párrafos:
Sin embargo, eran nuestras dolencias las que él llevaba,
eran nuestros dolores los que le pesaban.
Nosotros lo creíamos azotado por Dios, castigado y humillado,
y eran nuestras faltas por las que era destruido
nuestros pecados, por los que era aplastado.
Él soportó el castigo que nos trae la paz
y por sus llagas hemos sido sanados.
…Yavé descargó sobre él la culpa de todos nosotros.
Fue maltratado y él se humilló y no dijo nada,
fue llevado cual cordero al matadero,
como una oveja que permanece muda cuando la esquilan.
Fue detenido, enjuiciado y eliminado…
Fue sepultado junto a los malhechores
y su tumba quedó junto a los ricos,
a pesar de que nunca cometió una violencia
ni nunca salió una mentira de su boca.
…ofreció su vida como sacrificio por el pecado…
El Justo, mi servidor, hará una multitud de justos…
porque se ha negado a sí mismo hasta la muerte
y ha sido contado entre los pecadores,
cuando llevaba sobre sí los pecados de muchos e intercedía por los pecadores.
Uno podrá creer o no que Isaías II profetizó con estas palabras acerca del mismísimo Jesús (del Mesías, y no de un mesías), si bien es muy tentador ajustar varias de las líneas a lo descrito por los Evangelios.
También es tentador expresarse en sentido contrario y pensar que los evangelistas, siguiendo esa misma tradición literaria judía de subjetividad histórica en que es menos importante narrar las cosas tal como sucedieron que dejar un mensaje, escribieron algunos pasajes de los Evangelios modificando la verdad histórica para adaptar la figura de Jesús a las profecías de “el profeta”, como era conocido en tiempos de Jesús el profeta Isaías.
Pero lo que más me llama a mí la atención es que Isaías no vio al Mesías como un rey imponente, poderoso o combativo, sino como el más sencillo, pobre y humilde, que cargó con nuestros pecados y por ellos se humilló y padeció, imagen que retomó con absoluta naturalidad Jesús.
¿De dónde sacó Isaías la convicción de la naturaleza sencilla que tendría el Mesías? No lo sé, y ése debe ser uno de los grandes enigmas del Antiguo Testamento. ¿Se lo inspiró el Espíritu Santo? ¿Se lo inspiró un profundo intelecto que le permitió llegar en sus meditaciones más lejos que todos los demás profetas? ¿O se lo dictó su corazón? Quizá haya sido una combinación de todo pero, como sea, sin duda, el libro de Isaías fue y es muy especial y fue escrito en términos muy, muy humanos.
Me encanto este Articulo, creo que pocos logran el contenido inferencial de este. Hace un analisis muy general, pero sin salirse de lo real y sobre todo sin salirse del contexto espiritual de la historia.
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