Yo le doy mucha importancia al sermón del sacerdote en misa, donde comenta el Evangelio y las otras dos lecturas. Lo considero una oportunidad especial de acceder a la interpretación de quien tiene su vida consagrada al estudio bíblico. Cuando vi por primera vez que Benedicto XVI había escrito un libro en dos suntanciosos tomos donde comentaba e interpretaba los Evangelios, lo primero que pensé es lo suertudos que somos al poder acceder a una lectura tan profunda sobre uno de los temas más trascendentales para los que somos cristianos. Es como tener el sermón en casa, como si le hubiéramos dicho al padre "por favor, sus sermones para llevar, envuélvalos en dos tomos, los quiero consultar en pijama en mi casa, y por favor, nada de rollos". ¡Es el sueño de cualquier cristiano! ¡Ah! pero para mejor efecto, que no lo escriba cualquier padrecito, sino el papa, y no cualquier papa, sino uno que es considerado uno de los mejores teólogos contemporáneos. ¡La mejor colección de sermones del mundo, para llevar, en la comodidad de su casa!
Primero leí el segundo tomo (lo conseguí primero que el primero) y lo comenté en un blog anterior. Ahora voy a centrarme, básicamente, en el primero.
Primero que nada, llama mucho la atención la humildad en sus palabras (¿falsa humildad?), por ejemplo cuando dice: "Sin duda, no necesito decir expresamente que este libro no es en modo alguno un acto magisterial, sino únicamente expresión de mi búsqueda personal del rostro del Señor. Por eso, cualquiera es libre de contradecirme. Pido sólo a los lectores y lectoras esa benevolencia inicial, sin la cual no hay comprensión posible". Aunque es posible, en efecto, achacarle al papa una falsa humildad, considero que en la lectura del libro se va descubriendo que no es una pose sino un sorprendente reconocimiento de lo limitado que es el entendimiento humano, su propio entendimiento, aun siendo él el papa, y por ello, todo el tiempo cita a teólogos católicos y protestantes y da bastante valor a sus opiniones. El encontrar este libro de un papa que no se cree infalible me pareció sumamente moderno y refrescante.
Otra novedad en el lenguaje del papa es su reconocimiento de las limitaciones de los textos bíblicos que no deben, dice, ser tomados literalmente, pues "la Biblia… por su naturaleza, debe dejar la palabra en el pasado… el método histórico busca los diversos hechos desde el contexto del tiempo en que se formaron los textos… para descubrir lo que el autor quiso y pudo decir en ese momento, considerando el contexto de su pensamiento y los acontecimientos de entonces". Yo interpreto sus palabras como una admisión implícita (hubiera sido genial que hubiera sido explícita) de que la Biblia no es o no siempre es Palabra de Dios, sino palabra e interpretación personal de los hombres, en tiempo y lugar, de todo lo relacionado con Dios. Si las Escrituras fueran vistas solo como Palabra de Dios, no sería entonces comprensible que Dios realmente hubiera hecho escribir un texto como el de Josué 11, 6 "Entonces Yavé recomendó a Josué: No los temas. Mañana a esta misma hora te los entregaré para me los sacrifiques" (refiriéndose a los pueblos que vivían en Canaán y cuyas tierras fueron invadidas por los hebreos), o un texto como el de Deuteronomio 13, 7-11 "Si tu hermano… trata de seducirte en secreto diciéndote: Vamos a seguir a otros dioses… no lo perdonarás sino que lo matarás… lo apedrearán hasta que muera" y tantos y tantos textos más de la Biblia en que, según escribió el autor, Dios incita al odio.
En este sentido, resulta refrescante que un pontífice textualmente relativice la Biblia y con ello reconozca que no es, automáticamente, palabra de Dios. De hecho el papa, comentando los Evangelios, reconoce la fuerte posibilidad de que partes de los Evangelios hayan sido escritos muchos años después del texto original, lo que equivale a que son partes implantadas por alguien diferente del evangelista y, por lo tanto, no son tan fiables como los capítulos y versículos más antiguos de los Evangelios.
Dentro de las opiniones de Benedicto XVI me pareció muy provocativa y, a mi juicio, criticable, la parte en que habla del pan (el alimento físico). Hay que recordar que Jesús en el episodio de la multiplicación de los panes se compadeció de la gente y, si Jesús era capaz de multiplicar el alimento, cabría preguntarse por qué no multiplica el alimento del mundo para que nadie padezca hambre. Al respecto, el papa dice "¡Qué desafío! ¿No se deberá decir lo mismo de la Iglesia? Si quieres ser la Iglesia de Dios, preocúpate ante todo del pan del mundo, lo demás viene después. Resulta difícil responder a este reto… Este milagro de los panes supone… la búsqueda de Dios, de su palabra… Jesús no es indiferente al hambre de los hombres, a sus necesidades materiales, pero las sitúa en el contexto adecuado y les concede la prioridad debida… El pan es importante, la libertad es más importante, pero lo más importante de todo es la fidelidad constante y la adoración jamás traicionada… Cuando a Dios se le da una importancia secundaria… entonces fracasan estas cosas presuntamente más importantes". Leo y releo estas palabras y me parece que el papa, quizá inadvertidamente, para justificar que Jesús no acabe con el hambre del mundo, afirma que si las personas no buscan a Dios, ni Él ni la Iglesia tienen por qué dar alimento a ese hambriento infiel, y no puedo dejar de pensar que es una visión muy egoísta el considerar que el hambre es un problema menor cuando hay quien no cree en Dios, y eso nos lleva a que la Iglesia no se siente obligada a dar de comer al que actúa mal. Creo que estos comentarios del papa son, con mucho, la parte más desafortunada (y equivocada) de este libro que, por otra parte es, en lo demás, valiosísimo.
Lo más valioso y rico del libro es, a mi juicio, la magistral interpretación que hace del sentido de los Evangelios y la reivindicación que hace de Jesús como el Hijo de Dios, Dios mismo. Jesús, repetidamente, habla de que Él nos ha traído el Reino de Dios, y el papa hace una análisis muy profundo y detallado de las frases en que se mencionan las palabras "Reino de Dios" y que, en ocasiones, parece que Jesús le da al Reino de Dios un significado y en otras ocasiones le da otro significado u otro más, y razona en una forma muy convincente que EL REINO DE DIOS QUE JESÚS NOS HA TRAÍDO ES, NI MÁS NI MENOS, QUE ÉL MISMO. Sí, Jesús nos ha traído a Dios y con Él ha dado sentido a toda la historia de la creación y a todas las promesas hechas en el Antiguo Testamento. El Reino de Dios no es la otra vida, ni lo que vendría cuando viniera Jesús por segunda ocasión al final de los tiempos. El papa no se adentra en el tema de si habrá un final de los tiempos y si hay un cielo y un infierno eternos (lo cual por otra parte da qué pensar). Lo que sí dice es que el tan cacareado Reino de Dios es el creer realmente en Dios y en sus mandamientos, que se resumen en dos órdenes básicas "Amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo". Cuando con tanta simplicidad resumimos el significado del Reino de Dios pareciera que nos estamos perdiendo algo, pero así lo dicen con insistencia los Evangelios. Jesús anuncia simplemente a Dios, al Dios vivo, que es capaz de actuar en el mundo. Nos dice: Dios existe.
Solo de esta forma toman sentido muchas de las citas de los Evangelios, como Mateo 12, 28 "el Reino de Dios ha llegado a ustedes". Lucas 17, 21: "el Reino de Dios está en medio de ustedes". Recordando el Sermón de la Montaña, vemos que todo el tiempo hace referencia al Reino de Dios. De estas citas y de una relectura de los Evangelios descubrimos que Jesús, al ser la "Palabra", vino a traernos el Reino de Dios, y ese Reino es Dios mismo, y Jesús, como Hijo suyo es Uno mismo con Dios. Dicho de otra forma, Jesús nos trae la Ley de Dios definitiva, y con ella, el Reino de Dios.
Por mi parte, cada vez que leo en palabras de Jesús sobre el cielo y el infierno, le encuentro un sentido que antes, para mí, no tenía, y este sentido es más hermoso y alentador que el de un Reino de Dios celestial y el de un infierno eterno. Solo así se anula el contrasentido de un Dios lleno de amor que condena al pecador a las llamas del infierno por toda la eternidad. Yo en realidad, y desde hace bastante tiempo, no creo en ese infierno, pero la relectura que ahora puedo hacer de los Evangelios y de toda la Biblia, inspirada en esta definición de Reino de Dios, me ha permitido encontrar un fundamento de lo que, intuitivamente, ya creía. La verdad, es una joya este libro, tan solo por esta renovada imagen del Reino de Dios, recomiendo totalmente su lectura.
Otro punto interesantísimo del libro es la relectura sobre el significado de que Jesús es la Palabra. Yo siempre había encontrado una contradicción en los Evangelios consistente en que por un lado Jesús decía que no había venido a cambiar una letra de la Ley (judía de Moisés) y por otro constantemente la cambiaba, por ejemplo en el tema del sábado. La Torá (ley de Moisés) dice que el sábado es tan sagrado que quien haga el más mínimo trabajo en sábado merece la muerte. Jesús por su parte dice que sus discípulos pueden trabajar en sábado (y ya hoy ni se diga, en el mundo occidental cristiano el sábado es un día laborable). Jesús, en todos los aspectos, como éste del descanso tan sagrado en el sábado reivindica su autoridad por encima de Moisés y de la Ley, pues Jesús se reivindica como la nueva Torá, la nueva Ley. Al hacerlo, los sacerdotes judíos, acertadamente, razonaron que Jesús estaba asumiendo la autoridad que solo tiene Dios, pues nadie más podría cambiar la Ley. Y por eso los sacerdotes odiaban tanto a Jesús, porque sabían que Jesús estaba diciéndoles a todos, con sus actos y con sus palabras, que Él era, no un profeta o un reformador, sino el mismo Dios.
A este respecto, hay una corriente muy popular que le niega a Jesús el ser Dios, y solo le reconoce que fue un gran profeta o un gran místico o un gran reformador religioso. Yo muchas veces me he sentido tentado por este pensamiento. Es tan rica y extraordinaria la vertiente moral de las palabras de Jesús, su enseñanza del amor al prójimo, su defensa de los pobres y los humildes de espíritu, su Sermón de la Montaña, que a veces tendemos a pensar que en realidad Jesús fue un hombre extraordinario que predicó cosas extraordinarias pero que no fue Dios.
Sin embargo los Evangelios son muy claros en su planteamiento de que Jesús es el mismísimo Dios, y este libro de Benedicto XVI hace un análisis interesantísimo de esta cuestión, donde a mi parecer demuestra que el Sermón de la Montaña, sus parábolas y todos los pasajes sobre su predicación, encuentran su sentido verdadero en el convencer del mensaje central de que JESÚS ES EL HIJO DE DIOS.
Para dar unos ejemplos que clarifiquen lo anterior: Cuando el evangelista narra la multiplicación de los panes, lo que en realidad dice es que Jesús es el mismo que dio pan a los hebreos en el desierto y que Él es el Pan de vida. Cuando el evangelista dice que Jesús caminó sobre las aguas, el punto culminante es la confesión de fe de los apóstoles de que "verdaderamente tú eres el Hijo de Dios". Cuando el evangelista da el Sermón de la Montaña, la montaña es figura del monte Sinaí en que Dios dio la Ley (los Diez Mandamientos) y ahora Jesús, con la autoridad que solo tiene Dios, da a la ley su auténtico significado. Cuando el evangelista dice que Jesús les enseñó a rezar a Dios llamándole Padre (algo no visto antes en el Viejo Testamento), lo que reclama es el conocimiento de Jesús en su Padre como su auténtico Hijo. Cuando el evangelista dice que Jesús perdona los pecados, por supuesto reivindica que lo puede hacer por ser, Él mismo, Dios. Cuando el evangelista menciona que Jesús eligió a doce apóstoles lo hace como referencia a las doce tribus de Israel, designándolos como las nuevas tribus de Israel, para difundir la Palabra en todo el mundo. Cuando Jesús habla de reconstruir el templo de Dios en tres días, lo que anuncia es que Él es el Templo de Dios. Cuando el evangelista menciona cómo Jesús se llamaba a sí mismo "El que Soy" lo que dice es que Jesús reivindica para sí el Nombre de Dios que le dio a conocer a Moisés. Y así sucede con todo el Evangelio. Es impresionante como a la luz de las explicaciones de este libro los Evangelios cobran otro significado, su verdadero significado. Ya no puede uno ver los Evangelios como historias sin conexión unas con otras. Ahora los Evangelios se revelan como una gran reivindicación de Jesús como Hijo de Dios. No puede ya quedar ninguna duda de que el propósito principal de cada uno de los 4 evangelistas fue declarar: ¡Sí, Jesús es el Hijo de Dios, y como Hijo de Dios es Dios mismo!
En el proceso de analizar la fiabilidad de los Evangelios, y tras aceptar que los evangelistas estaban convencidos de la naturaleza divina de Jesús, solo quedan, a mi parecer, dos caminos posibles de interpretación, uno que Jesús realmente fue el Hijo de Dios, y que así lo quisieron expresar los evangelistas, y el segundo, que los evangelistas fueron unos monumentales mentirosos. A este respecto debo señalar que yo desde tiempo atrás he estado convencido de que algunas partes de los Evangelios fueron insertadas con posterioridad (como el mismo Benedicto XVI, sorprendentemente, reconoce veladamente en su libro en dos párrafos, cuando dice "Naturalmente, la crítica no considera estas palabras sobre el Hijo del hombre futuro como auténticamente jesuánicas" y "… la exclamación de júbilo mesiánico recogida por Mateo (11, 25) y Lucas (10, 21), que se considera frecuentemente -y con razón- como un texto de Juan puesto en el marco de la tradición sinóptica"). Interiormente, siempre acepté como una posibilidad que los Evangelios, en su texto original, hubieran retratado a un Jesús profeta y reformador, y que la Iglesia hubiera insertado en algún momento de los primeros siglos aquellos textos en que se afirmaba la naturaleza divina de Jesús.
Sin embargo si, como me parece que Benedicto XVI ha demostrado en su libro, los Evangelios en su totalidad y en todas sus partes nos dicen lo mismo, que Jesús fue Hijo de Dios, es decir, si tanto los textos originales (la mayor parte) como las partes añadidas con posterioridad nos dicen lo mismo, entonces no cabe ya la hipótesis de que los evangelistas en realidad creyeran que Jesús hubiera sido solo un excepcional hombre.
Si, como expuse en el párrafo anterior, partimos de que los evangelistas estaban convencidos de que Jesús era el Hijo de Dios, cabe la hipótesis de que como los autores de los Evangelios muy probablemente no conocieron a Jesús, incluso Mateo y Juan no fueron de los Doce, sino discípulos suyos que escribieron en su nombre (lo cual era una tradición literaria muy común en aquella época) quizá ellos sí estaban convencidos de la divinidad de Jesús pero habían sido manipulados por aquéllos que les contaron acerca de Jesús. A ese respecto convendrá recordar lo que se sabe y lo que se cree acerca de la autoría y fecha de escritura de los Evangelios.
Antes se pensaba que el Evangelio de Juan había sido escrito al menos 150 años después de la partida de Jesús, lo que lo convertiría en un Evangelio poco confiable (al ser escrito por alguien muy lejano a los acontecimientos de la vida de Jesús), pero el descubrimiento de papiros en Egipto que datan de comienzos del siglo II y que hablan del Evangelio de Juan parecen confirmar que tuvo que haber sido escrito en el siglo I, probablemente no por Juan (uno de los Doce) pero sí por un discípulo suyo, que tomó su nombre. Por su parte, los otros tres Evangelios, que se conocen como sinópticos, son tan parecidos que generalmente se acepta que tuvieron una fuente en común, un Evangelio más antiguo, que se ha perdido, y que los 3 evangelistas habrían utilizado como base. Dicho Evangelio tendría que haber sido escrito probablemente entre el año 50 y el 60, lo que significaría que muy probablemente fue escrito por algún discípulo de los Doce. Si el autor de ese Evangelio sinóptico antiguo recibió las enseñanzas de los Doce y de Pablo, tendría que haber hecho una gigantesca manipulación de las palabras de los Doce, lo cual habría sido reprobado por estos mismos, y hubiera dado lugar a un intercambio epistolar en que se criticara la manipulación de la verdad por parte de dicho evangelista. Ese intercambio epistolar no existe, por lo que parece caerse la teoría de la manipulación de la verdad por ese lado.
Por otro lado, la más antigua de las Epístolas escritas por Pablo, la primera carta a los Tesalonicenses, fue escrita probablemente tan pronto como en el año 51, cuando aún vivían la mayoría de los Doce, y cabe esperar que si Pablo escribió sobre la divinidad de Jesús y los apóstoles no hubieran estado de acuerdo con lo que decía, lo hubieran manifestado y habría habido un intercambio epistolar en ese sentido. No lo hubo.
De lo que estamos hablando entonces es de textos antiguos que, muy probablemente, en su composición original ya dejaban claro su creencia y la creencia entre los cristianos en que Jesús había sido Dios mismo. Cabría esperar que, por ejemplo, Pedro, el principal de los Doce originales, habría alzado la voz y dicho que se estaba faltando a la verdad y que se estaba desvirtuando lo que Jesús había significado. Nada de eso hubo.
Todo parece indicar que ya 15 años después de la partida de Jesús había muchos cristianos en varias ciudades que estaban convencidos de que Jesús había sido el Hijo de Dios. ¿Cómo puedo haber surgido en tan poco tiempo un movimiento espiritual tan fuerte? Y más aún, ¿cómo pudo haber sucedido cuando la gran figura, Jesús, en quien tantas promesas se habían depositado, había muerto, había "fallado"? ¿Cómo pudieron los apóstoles sobreponerse al "fracaso" de Jesús, que no solo no había sido el Mesías, sino que había sufrido la deshonrosa muerte de cruz y había desaparecido así? Creo, y lo dice el papa en su libro, que semejante revolución solo pudo ocurrir si los apóstoles habían vivido con Jesús algo extraordinario, que en vida de Jesús no supieron plasmar en palabras pero que, al atestiguar un evento aún más extraordinario, su resurrección, finalmente pudieron comprender. Y eso tan extraordinario solo pudo ser el haber sido testigos de la naturaleza de Jesús que iba más allá de todo lo posiblemente explicable; y el haber sido testigos de su resurrección y partida tuvo que haber sido una vivencia tan extraordinaria que los llevó al convencimiento de que su Jesús había sido DIOS MISMO HECHO HOMBRE. Y solo así puede explicarse que solo unos años después nos encontremos con la evidencia de una comunidad convencida de que Dios se había hombre, y solo así pudieron estar dispuestos a dar hasta su vida por predicar el nuevo y grandioso misterio de los que ellos tuvieron que haber sido testigos.
Por mi parte, en adelante, e independientemente de si estoy convencido o no de la naturaleza divina de Jesús, la próxima vez que lea o escuche un pasaje de los Evangelios, no podré analizarlo más que a la luz de esta nueva realidad que se me ha manifestado: los Evangelios fueron escritos en el círculo de una primitiva Iglesia cristiana en la cual existía el convencimiento de que Jesús, al que algunos de hechos incluso habían conocido, había sido no solo el Mesías, sino sobre todo Dios mismo hecho hombre.
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