Estoy viendo un video de un concierto de U2 mientras también leo un libro de Joseph Ratzinger, y no dejo de pensar en los atentados terroristas a París del pasado 13 de noviembre por fundamentalistas islámicos, presuntamente del ISIS.
Hemos sido inundados por multitud de artículos y editoriales sobre el tema, además de comentarios en radio y televisión. Todo mundo tiene una opinión. En El País y en The Washington Post, por primera vez en bastante tiempo, me encuentro en una misma edición diaria con opiniones contrarias sobre lo que deben hacer las potencias occidentales al respecto. Y las opiniones básicamente oscilan entre atacar al ISIS (y a Siria por tanto) con bombas o ataque terrestre y el no atacar sino predicar los valores occidentales que ellos buscan socavar. Porque, hablando de los partidarios de no atacar, ése es precisamente el objetivo de los terroristas, que llevados por la ira renunciemos a los principios que ellos, encerrados en su fundamentalismo musulmán retrógrada medieval, tanto desprecian y por los que nos desprecian como seres inferiores. Aquí comienzo a disentir de los que ven esta guerra como la lucha entre los buenos y los malos. Yo no solo veo valores positivos en el mundo occidental. Junto a la libertad, la democracia, la igualdad, el respeto a las libertades, el derecho a la expresión y la opinión, a la educación, a la propia decisión sobre la sexualidad, la libre empresa, al libre comercio, también veo la pérdida de valores morales, la invasión de la privacidad, el linchamiento público en prensa o en redes sociales, la frivolidad, la hipocresía, el frío capitalismo, la avaricia, la pornografía, el comercialismo barato, la manipulación a través de la publicidad, la inundación de comida y hábitos chatarra, el imperialismo. Cuando oigo que los bárbaros radicales musulmanes quieren acabar con nuestra cultura, y que hay un trasfondo de envidia en ese desprecio, luego me pregunto cómo puede alguien envidiar todo lo malo y podrido de la cultura occidental que nos hemos forjado. Y no puedo dejar de pensar que, en cierta forma, nosotros, los occidentales como grupo, como sociedad, como conglomerado confuso, nos hemos hecho despreciables por todo lo malo que tenemos. En este momento recuerdo tantas conversaciones y lecturas en que hemos reconocido lo decadente de nuestro mundo (occidental), nos hemos quejado de la pérdida de valores, de las injusticias, de la maldad que reina en nuestras ciudades, en los mensajes directos o subliminales de la televisión, de Facebook, de Instagram o de lo que quieras, en que la juventud anda desorientada, que la educación cada vez es más pobre, que la familia cada vez se desintegra más, que los alumnos ya no respetan como antes a los maestros y a las instituciones, que nadie quiere ya saber de religión y de moral, que cada vez estamos más perdidos. Y todo eso malo que nos aqueja ha dejado de ser un secreto. Con el alcance mundial que tienen las redes sociales, ya no solo nuestras virtudes (nuestra propaganda oficial) son conocidas en el mundo islámico, también y sobre todo nuestros defectos y males. ¡Más que envidia (de la buena o de la mala), yo veo desprecio hacia lo que somos, hacia lo que nos hemos convertido! Por supuesto, hay locos al frente de un negocio político, a la cabeza del ISIS, probablemente manipuladores del sentir popular. Pero esos locos no serían nada y no tendrían ningún poder sin ese pueblo que, quizá, antes nos (al mundo occidental) admiraba y envidiaba, pero que ahora, en un gran porcentaje de ese pueblo, nos desprecian. Y nosotros nos preguntamos cómo solucionar este problema que esta guerra contra el terrorismo nos ha traído, y discutimos qué medidas deben tomar los gobiernos de las principales potencias occidentales, y si deben bombardear o no, y en caso de bombardear (ya lo están haciendo), si aparte también deben armar un ataque terrestre, y con tropas invadir los territorios principales del ISIS, mientras otros dicen que no tiene caso invadir pues sería una guerra muy difícil, larga y costosa, y aún ganándola, donde muera el ISIS, muy bien podría surgir otro grupo terrorista igual o peor, como lo hay en otras partes, como el también terrible Boko Haram de Nigeria. Y lo lógico es que los gobiernos de esos países ataquen, pues esa vocación militarista está en la raíz misma de esos Estado-Naciones, pues en ella radica la defensa y protección de sus gobernados, la seguridad de los pueblos, el motivo número uno por el cual les pagamos sus sueldos vía impuestos. Pero entonces me quedo con un sabor amargo en la boca, el que tiene el que aún antes de hacer algo sabe que va a salir mal, y que no se va a solucionar nada, y que solo va a generar más odio y más dolor, más muerte, más desolación, y más odio, y más odio.
Decía Bill Clinton a George W. Bush: “It´s the economy, stupid” y no puedo dejar de pensar “¡Somos nosotros!”, sí, creo que la única solución a esta guerra triste y estúpida está en nosotros, no en nuestros gobiernos, sino en lo que nosotros hemos hecho (que ya no podemos cambiar) y en lo que nosotros hagamos de aquí en adelante. Mientras finjamos que todo está bien y que el problema principal no está en nosotros, todo seguirá igual. Mientras ignoremos a nuestros hermanos que sufren hambre, marginación, pobreza, todo seguirá igual y peor, mucho peor. Un día sale una noticia de un atentado en Siria, al día siguiente otro en Túnez, al siguiente otro en Líbano, y nos encogemos de hombros, como diciendo “¡en qué mundo vivimos!” y enterramos ese recuerdo porque nos parece poco relevante en nuestras vidas y al día siguiente hay un atentado en París y nos llenamos de indignación y asombro, y cantamos la Marsellesa y cambiamos perfiles de Facebook por la bandera francesa y llenamos páginas enteras de opiniones sobre los terribles atentados, mientras ignoramos y menospreciamos las muertes, huérfanos, viudas, mutilados, vidas destruidas en aquellos países que, tristemente no nos interesan. Mientras mantengamos esta forma de pensar estúpida, hipócrita, inhumana y despreciable, vamos a estar expuestos al odio y fanatismo de aquéllos que, en el fondo, simplemente nos desprecian. ¡Nos hemos hecho odiosos! ¿Por qué razón tantos ciudadanos europeos han abandonado comodidades y una vida tranquila y han abrazado una causa llena de odio y muerte? No es porque sean tontos o estén desequilibrados. Es que, sin darnos cuenta, hemos acunado en sus corazones, lentamente y poco a poco, la dolorosa sensación de no pertenencia a una sociedad de que tan fría, inhumana y superficial, se les ha hecho ajena.
Éste, más que nunca, es el momento de integrar, de unirnos todos, no contra ellos, sino con ellos, de ser compasivos, de pensar en el prójimo y hacer juntos un mundo mejor. Tenemos hoy una herramienta valiosísima, las redes sociales, a través de la cual ejercer la mejor propaganda posible, a través de ellas podemos llegar a la intimidad y al corazón mismo de nuestros hermanos resentidos ¡mostremos a través de nuestras palabras y sobre todo de nuestro ejemplo, que como sociedad y como personas no estamos perdidos! Cada conversación en Facebook sobre lo que estamos comiendo en un restaurante o mostrándonos embriagados en una fiesta o platicando soberanas tonterías, es una raya más al tigre en que nos hemos convertido. Y peor, nuestro mal ejemplo en casa, con nuestros hijos, al mentirles, al insultar a los demás, al hablar solo de frivolidades, al mostrar desinterés por ellos, al pasar mucho tiempo en redes sociales, al alejarnos y no pasar tiempo en familia, al no darles amor, es una semilla que germinará en sus corazones y los hará parte del problema que nos hace, cada vez más, la sociedad que nunca antes pensamos y que hoy nos cuesta trabajo reconocer como nuestra.
Creo, francamente, que tenemos mucho trabajo por hacer.